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Las 25 canastas más increíbles de la historia de la NBA (II)

Los asistentes a la 'sesión golfa' de Vitoria reconocerán algunas de las jugadas que describe G Vázquez en esta segunda entrega de canastas increíbles. Para el resto, no será difícil confiarse al trazo del G para construir mentalmente algunas de las escenas más impredecibles que se hayan podido ver en la gran liga

Glenn Rice, protagonista de un palmeo de excepción
© Glenn Rice, protagonista de un palmeo de excepción
  

Da la impresión de que cuando el caos reina por doquier en una secuencia determinada de movimientos, el desorden, como un contagio, no cesa hasta que cesa todo movimiento, igual que las construcciones de dominó. Y digo esto porque muchas de las acciones aquí relatadas vienen precedidas por una cadena sucesiva de ruinas, desatinos y reflejos de la más baja anarquía. Pero el final de estas historias resulta todavía más disparatado, igual que si de un código de despropósitos extrajéramos una ley correcta. Así son algunos de los casos que siguen.




18. Año 1986, Madison Square Garden:
Sacramento Kings - New York Knicks

El partido llega al punto de correcalles más endiablado e incoherente que uno pueda imaginar. En todos los desconciertos uno debe pensar que tiene la razón y trata, como el Shick Rookie Game, de hacerse con su acierto, que en medio de la confusión, sabe a gloria.
Terry Tyler debió pensar algo parecido al detenerse de pronto en medio de las carreras con los dos pies bien pegaditos al suelo y lanzar una sencilla suspensión corta, que repele el hierro en un ridículo rebote. Como Sparrow pasa por allí y medio equipo está, salvando el contrapié, más cerca de la canasta rival, suelta dos botes antes de salir casi de su bombilla y precipita el balón adelante de forma grotesca con ambas manos, como cuando no importa dar precisión al arrojo de algo, hacia el novato Ewing que es muy grande y debe saltar mucho. Pues bien, la parábola, que lo es menos que una recta, termina endosando un tremendo golpe al aro, pero por dentro, sí, por dentro. Tan violento es el golpe del balón 'entrando en dos tiempos: hierro trasero-red-, que restalla en todo el Madison, asusta al propio Ewing y casi mata al pobre de Mike Woodson, que al ver a Ewing atento durante el vuelo de la bola, levanta los brazos de espaldas como para interceptar ese' obús. Aquéllo, cuesta creerlo de veras, era un mero intento de 'alley oop', eso sí, de más de veinte metros. La imagen es preciosa por espectacular; el Madison devolvía a pantalla una toma muy baja desde los últimos setenta hasta mediada la década siguiente, que le hacía a uno entrar de lleno en pista desde televisión. El bote, el rechinar de las suelas y hasta Marv Albert gritando '¡Unbeliavable!' , todo el sonido ambiente era pura desnudez. El golpe del balón al aro resultó en este caso un hachazo sonoro similar a un mate.

17. Año 1987, The Salt Center:
Denver Nuggets - Utah Jazz

Cuando Calvin Natt, de los Nuggets, recibe al cortar al interior de la zona, parece no reparar demasiado en la multitud que puebla los bajos del aro; Roth, Malone, Cooper, Dunn, Bailey, Turpin, todos, se han tirado al posible rebote y Natt, que nunca volvió a ser el mismo después de su grave lesión, apenas salta para confiar todo al embate de levantar el balón con ambas manos hacia canasta. Pero se topa con un Scott Roth cuya defensa es inmóvil, de brazos arriba sin más, y el balón queda trabado entre ambos jugadores, como aquellos tapones magnéticos del gigante Eaton. Roth repele la bola hacia el suelo con la fuerza suficiente para provocar un bote envenenado que, sin contacto de jugador alguno, tira hacia el aro, coquetea con el interior del hierro cuantas veces quiere y termina dentro. La canasta es horrorosa, un insulto a los principios técnicos del juego, en conflicto siempre con los atrevimientos esporádicos del molesto azar.
Siempre recorrió mi cabeza al contemplar escenas de esta condición, la tremenda dificultad de los estadísticos de mesa, que en pocos segundos tienen que certificar el autor de la cesta para poder continuar con normalidad el incesante ritmo de su mecánica de trabajo.

16. Año 1994, Boston Garden:
Milwaukee Bucks - Boston Celtics

'Desde el suelo'. Bien pudiéramos titular así este epígrafe. Han sido pocas y quizá por ello, conservo tan vigente el recuerdo de ellas.
La primera formó parte de algún maravilloso montaje de video que la NBA soltaba para televisión corriendo los ochenta. Eran montajes sencillos, de simple canción de fondo e imagen a lenta una después de otra. Sin más. No hubo videos sin embargo de contenido más sustancial. En aquella ronda de los 63 de Jordan en el 86, McHale tomó a Oakley de colchón apoyándose en tabla para anotar desde abajo. Igual que una de Mourning en el 93, en ambos casos, la longitud de los brazos y cierto acercamiento como de escopeta de feria, restaron magnitud a los aciertos. Para longitud, quizá la de Sprewell contra los Clippers hace dos temporadas: desde el tiro libre y con las piernas completamente abiertas.
Me quedo, sin embargo, con la que sigue por la dificultad que entraña la posición del tirador en pista. En un ataque rápido de los Bucks, demasiado rápido, hay un picado largo para Blue Edwards al que no llega sino a tocarla, momento en que Fox, esto es ley allí, se tira felinamente a por ella obligando a Blue a luchar por igual. Como tiene éste mayor ventaja, se hace con el balón ya en el suelo, patinando con el trasero fuera de la zona, a la derecha de las letras. Sin ningún motivo para ello 'hay tiempo y compañeros atentos-, con el único apoyo del pantalón en el parquet, desequilibrado en su posición paralela a las bandas y de espaldas a línea de fondo, se lanza un balón a tabla de auténtico libro que entra cristianamente. La extensión de la trayectoria equivaldría, no como en los casos citados de McHale y Mourning, a un lanzamiento de unos seis metros.
El Garden, el más hostil de los recintos, reaccionó como de costumbre a los milagros de que fue testigo, elevando un coro unísono de asombro que daba término a la insólita escena ajusticiándola. Os lo aseguro, el Boston Garden tenía algo, como un santuario sagrado guarda una dimensión sobrenatural entre sus paredes, como el campanario que, inexplicablemente, quedó en pie en la zona cero de Hiroshima.

15. Año 1985, Madison Square Garden:
Boston Celtics - New York Knicks

Es protagonista de nuestro caso quien en una ocasión arrojó una zapatilla al aire para interceptar un balón. Bill Walton encajó a tal punto en la mafia lúdica de los Celtics que difícilmente equipo alguno hubiera podido obtener un óptimo rendimiento de lo que para entonces era ya un lisiado. De la orgía de talento que cada noche ponían en escena aquellos expertos de mus, había una mano que frecuentaban de modo insultante Walton y Bird a solas. Llegado el momento, el resto se retiraba de la mesa. Posteando bajo con el balón bien amarrado, Walton sancionaba el falso fluir de los compañeros en lo que era una trampa, una mera apariencia de aclarado. Mientras, Bird, aguardaba inerte en lo alto de la bombilla la orden del viejo, que llegaba, como no podía ser de otro modo, de la forma más burda posible, con una simple reverencia de la cabeza. Haciendo de Walton una pantalla gemela, arrimaba el alero su corte para recibir una entrega muerta, muy alta, que coronaba siempre con una suave bandeja.
Con tal suma facilidad libraban una y otra vez esta emboscada mezquina, que los más osados creían poder atajar la treta incordiando al límite la maniobra inerte del zorro Walton. Y llegamos así a nuestro caso concreto en el ridículo marcaje del férreo Bob Thornton, tan sobrado de muñequeras como falto de juicio. El punto de incordio: el poste bajo izquierdo de las letras. Una vez que Billy dejaba a espaldas al defensor, ya era suya media partida. Con el resto tirado al ala libre, Bird pasea a Louis Orr por la línea de fondo y cuando los cuatro concurren al bloqueo, Thornton agita los brazos con tal pasión que a la entrega muerta de Walton, de simple caída, propina un puñetazo al balón con tan mala fortuna que, rapidísimo, dibuja una curva endemoniada que dobla la altura del tablero y dirige certera su veneno a la red, todo ello de una sola vez. El resultado es pura magia negra, tan fina e inescrutable que ambos blancos, cosa rarísima, levantan de inmediato los brazos ante el sólido poder de su embrujo.
Bien sabía el pájaro que si Dios jugara al baloncesto, lo haría como Michael Jordan, porque ellos pertenecían al otro lado, al lado Oscuro, que en vida y con cierta elegancia lo porta uno como elegante estafador de cuello blanco.

14. Año 1995, General Motors Place:
Phoenix Suns - Vancouver Grizzlies

Resulta que a cinco segundos de la tercera bocina, Wesley Person opta por el triple desde el vértice derecho. Siendo él un tirador sereno, de flaca suspensión, no resulta difícil a Blue Edwards puntearle el tiro. La bola llega a manos del avispado Greg Anthony, que trata de sorprender con un balón largo al ya desmarcado taponador; sólo que no cuenta con el punteo ahora al pase del propio Person. El balón, como harto, busca alivio a media pista del terreno grizzly, pero Finley, siempre inquieto, ha salido corriendo desde el interior de la zona para, restando décimas, cazar la bola al bote y soltar a la media vuelta una suspensión desde nueve metros que da en una deliciosa órbita adornada de bocina. No hay golpe de hierro, sólo arañazo de red. '¡Yeeeeeeeeess!' -arroja histérica la pantalla. La maniobra al completo resulta estéticamente brillante.

13. Año 2000, Orlando Arena:
New Jersey Nets - Orlando Magic

Corren juntos por estas líneas, como en botica, tiros de auténtica infamia y aciertos de una hermosa extravagancia. Nos toca en esta superstición de turno una acción perteneciente, por costumbre, a la primera categoría.
La cosa tiene poca historia. Kendall Gill, vencido al ala izquierda de su ataque, recibe un pase largo que da con él a unos diez metros de canasta. Con un despojo de tiempo y sin oposición alguna, Kendall arma los brazos instantáneamente para dar con una suspensión muy alta del balón, tan alta e imprecisa que sucumbe éste al vértice superior izquierdo del tablero, eleva un bote inclinado como a ocho metros del suelo y va a caer al interior del aro acariciando suavemente el hiero. Horroroso. Pero la validez de los tres puntos confiere ese grado necesario del que valernos para contar aquí tamaño disparate.

12. Año 1991, Miami Arena:
Golden State Warriors - Miami Heat

El tiempo, siempre el tiempo. Es éste y no otro el verdadero culpable de esta larga lista de delitos de forma, pues es la psicosis a perder su amparo lo que hostiga a la mano final a soltar las amarras de la ortodoxia. Una y otra vez, el preludio falta a la prudencia como el desenlace al decoro. Ni hay condiciones para ello ni puede haberlas en el delirante '¡sálvese quien pueda!'. El balón arde y procede sacudirse el dolor.
Al abrigo de esta histeria debió encontrarse Sherman Douglas en un simple ahogo de la posesión hace ya unos años. Suele ser habitual que el jugador que recibe de fondo tras canasta pruebe en apenas dos o tres segundos a hacerlo todo él si no cabe otra opción de manifiesta claridad. No siendo este último caso, recorre Douglas un tanto sobrado de prisa las inmediaciones de la media pista cuando Rod Higgins, en ese último gesto tan típico de tocar por detrás el bote del rival cuando te ha superado, hace lo propio y envía un bote largo sin control a la posición de su compañero Pritchard, a la derecha de la pintura. Éste no se espera el regalo e intuitivamente toca la bola matando el bote y haciéndola rodar al vértice izquierdo del tiro libre. Douglas, el único acelerado de toda la pista, caza allí la bola, de espaldas al aro, sin tiempo y sobre todo, desde el suelo, donde nace el lanzamiento; como el resorte de una palanca, Sherman acompaña fugazmente el tiro desde abajo hasta soltarlo a media altura sin poder ver más que el techo del pabellón. Cómo no, el dibujo en el aire se ve escoltado por la bocina hasta que prende fuego a la red.
Douglas baja a defender como si nada, sin gestos de fasto alguno, cuando sin saberlo había logrado la mejor jugada, según la propia NBA, de aquella temporada y una de las más asombrosas de toda la década.

11. Año 1997, Capital Center:
Charlotte Hornets - Washington Bullets

Damos, como era de esperar, en una situación de urgencia. Washington ha impedido felinamente una normal fluidez de la posesión rival, y cuando el balón llega a Glenn Rice a la frontal del triple, el reloj apura los escasos tres segundos que restan. Le cierran Strickland y Webber. Casi ahogado por una presión que en el último tramo acelera siempre su ritmo, Rice tira un bote a la derecha un palmo dentro de la línea y resuelve una suspensión forzada. Webber salta con él y desvía hacia arriba la bola tirándola un tanto a la posición de Strickland. Llegándola a tocar ambos, Rice se ayuda de su izquierda para atraerla hacia sí. Como ha ganado el salto y sin tiempo para más, golpea con su mano derecha la bola en el preciso instante en que la alarma dicta sentencia. Desde casi siete metros el increíble palmeo toca la tabla para colarse dentro de un plumazo. ¡Fantástico!
Lo realmente curioso es que en esa misma canasta del Capital Center, tuvo lugar otra acción similar nueve años antes, protagonizada por Craig Ehlo e igualmente a tabla desde el lado izquierdo y en carrera. Es de justicia mencionar el caso que motivó el debate personal sobre la elección final, cuya resolución disipó los últimos devaneos por los tres toques al balón en que se produce el milagro de Rice, de una apariencia similar a cuando Rodman mantenía viva la bola en el aire antes de hacerse con el rebote.

G Vázquez
ACB.COM