Redacción, 28 abr. 2015.- La muerte a los 59 años el pasado domingo de Mike Phillips, según se ha publicado tras un accidente doméstico, fue el lunes trending topic en Twitter en España durante unas horas. Eso confirma, quizás de forma inesperada en principio, de la tremenda dimensión que tuvo este rocoso pívot en nuestro baloncesto, en el que permaneció durante toda la década de los 80. Yo creo que era el yanqui más yanqui de los que han pasado por aquí, comenta Nando Heras, ex compañero suyo en Licor 43 y Cacaolat Granollers.
Sí, era un norteamericano de los de toda la vida, tópico en el sentido de que su ídolo era John Wayne, era aficionado a cazar y pescar, a hacerse sus propios cuchillos, y le encantaba mascar tabaco, una costumbre old school sobre la que luego nos detendremos. Pero al mismo tiempo se salía del estereotipo del jugador que vino en oleadas a la competición española durante aquellos años, el hombre-espectáculo cuyo icono representativo fue probablemente David Russell.
Phillips era blanco, nada fibroso, saltaba poco y no era nada rápido, al menos en apariencia. Mover aquellos 2,08 no debía ser fácil. Y lucía algunas rodilleras de impresión. Portaba también un bigote espectacular, inamovible, con el que todavía hoy en día es asociado y que ha conservado hasta su fallecimiento como seña de identidad personal. Pero sobre todo era un enorme jugador de baloncesto: fuerte en el poste bajo, con movimientos depurados de espaldas a canasta, precavido en no gastar tiros estúpidos, duro en defensa situado en el centro de la zona.
Físicamente era muy fuerte, recuerda Manolo Flores, que compartió vestuario con él en el Barcelona, desde 1980 a 1982. Como azulgrana llegó a ganar el doblete Liga-Copa en su primera temporada. Cayó muy bien en el vestuario. Siempre ayudó en lo que se le pidió. Era francamente muy buena persona, añade.

Era aquel un Phillips todavía joven, con la reminiscencia de haber llegado a campeón universitario con Kentucky en 1978. Llevarse una Final Four a muchos les marca más que calzarse el anillo de la NBA. Nuestro hombre lo consiguió siendo bastante importante, aunque acabó en la tercera ronda del draft (número 45) elegido por unos New Jersey Nets que no llegaron a darle la oportunidad.
Su primer club español fue el modesto Mollet, donde el Barça le tuvo cedido. Allí le entrenó alguien muy especial para él: Manel Comas. Me entristeció mucho conocer su muerte, me comentaba hace unos meses en una entrevista para Gigantes del Basket. Después de vestir de azulgrana y ver limitados sus minutos, su carrera dio un nuevo impulso con el Licor 43 de Santa Coloma de Gramanet (83-85), al que metió en semifinales ligueras de nuevo con Comas, que también le tendría en su último equipo ACB, el Cacaolat Granollers (88-89). Allí se rompió la rodilla justo antes de los playoffs por el título. Tenía cierta lógica que el Sheriff y un admirador de John Wayne se entendiesen bien.

Entre medias, el Español y el Forum Valladolid quizás disfrutaron de su mejor versión. De blanquiazul hasta fue el máximo anotador de la liga 85-86. Muchas asistencias se las dio Albert Illa. Era muy sencillo jugar con él. Entendía perfectamente el juego y tenía unos fundamentos increíbles, afirma el base catalán, aún impactado por la noticia. Todo el mundo coincide en que, siendo un crack, era el tío más sencillo que te podías echar a la cara, añade.
Illa destaca la humanidad de su ex compañero por encima de su calidad baloncestística. Era de estos tíos con los que siempre te apetecía irte a tomar una cerveza para charlar. Parecía serio, pero también tenía su humor, añade. Era alucinante. Pasó dos veces en la misma temporada, una de ellas en la pista del Baskonia y luego lo repitió en casa: estando sentado en el suelo, le llegó el balón y tiró a canasta, anotando las dos veces, recuerda.

Mascar tabaco
Varios jugadores no pasan por alto una costumbre muy peculiar que los dejaba a todos boquiabiertos. En los viajes subía al autobús con un paquete de tabaco de mascar y una botella vacía. Se pasaba todo el rato con el tabaco en la boca hasta que lo escupía dentro de la botella. Nos sorprendía muchísimo, apunta Illa, que se lo imaginaba viviendo en un rancho, saliendo a cazar y a pescar.
Efectivamente, en la charla de hace unos meses Phillips confesaba que su gran afición era salir en un barquito con sus amigos y echar la caña. También le encantaba el campo. Nacido en Akron, la localidad de Ohio famosa a nivel baloncestístico por ser la cuna de LeBron James, vivía en Madisonville (Kentucky) con su mujer, Candy. Habían tenido un único hijo, Mike junior, que esperaba hacerle abuelo pronto. Tras pasar por varios trabajos y poseer incluso una clínica, ejercía como director de marketing en una empresa de equipamientos médicos. Transmitía ser un hombre feliz, tranquilo, que había vivido intensamente su larga época en un país que percibió como su hogar.

España fue muy buena conmigo y con mi familia. La gente siempre me trató estupendamente. Nos encantó la comida e incluso hoy en día hablamos sobre aquellos años en casa, dijo. Aunque la mayor parte de su trayectoria aquí transcurrió en Cataluña, de Valladolid guardaba un recuerdo especial por haber podido desarrollar mejor la caza.
Aquella campaña 87-88 en un recién inaugurado Pabellón Pisuerga tuvo como base a Pepe Alonso. Era un profesional serio en la pista. No sé cómo lo hacía, pero nunca jugaba mal. Siempre acababa con un montón de puntos y de rebotes. Seguro que ha sido uno de los mejores americanos que ha venido a España. Hacía una gran pareja con Michael Young, que era también otro tío muy majo. El mejor momento fue cuando nos metimos en semifinales de la Copa del Rey, afirma Alonso. Fue el año en el que se apuntó a la moda de las gafas protectoras que popularizó Kareem Abdul-Jabbar. Apenas se habían visto en España.

49 al Breogán
Si de números hablamos, Phillips puede esgrimir unos cuantos. Solo se conservan los de sus seis temporadas bajo el formato ACB (habría que añadir otras tres en Primera Nacional entre Mollet y Barcelona). Promedió 23,2 puntos y 9,2 rebotes en 36 minutos, totalizando 191 encuentros. El más rotundo, sin duda, fue un Español-Breogán jugado 23 de noviembre de 1985. Sus 49 puntos están todavía en el top 10 de máximas anotaciones en la historia reciente de la competición. Escandaloso 19/25 en tiros de dos, muestra de lo que le gustaba asegurar (65% en global). De esa época es un glorioso clip que define lo dominante que era.
Él se veía a sí mismo como un jugador grande y muy físico que pasaba la mayor parte del tiempo jugando de espaldas a canasta. Ese era mi sitio. Y me tomaba en serio lo de anotar y rebotear. Es curioso que hasta nuestros días conservase una relación de cercana amistad con otro pívot de sus características que también jugó en Kentucky y en España, Chuck Aleksinas, que fue quien nos puso en contacto.

Fue como mi padre deportivo, pone de relieve Manel Bosch, que era un junior en el Español cuando, sostiene, muchas veces nos teníamos que emparejar en los entrenamientos porque yo todavía jugaba por dentro. Nos enseñó muchísimo a Santi Abad y a mí. Lo hacía muy fácil. Era un anotador puro. El entrenador nos tenía que decir que dejásemos de pegarnos con él a veces, pero siempre tuve claro con él que no había que permitir una canasta fácil. En lo personal, era respetuoso con todo el mundo. Le encantaba tomarse algo después de los entrenamientos, hablar con nosotros su acento peculiar. Yo le tenía idolatrado, añade.
Aunque Phillips reconocía que al principio le costó un poquito, su adaptación a España fue muy buena, renunciando siempre a las ofertas que llegaban de un baloncesto italiano que era entonces superior económicamente. Hicimos muchos amigos. Y a veces, todavía hoy en día me sorprendo a mí mismo teniendo ganas de echar una siesta a las dos de la tarde, contaba.
Después de aquella lesión con el Cacaolat (terrible su imagen siendo sacado de la pista por sus compañeros) hubo otro jugador distinto, aunque también determinante, habiendo superado ya los 30 años. En contra de algunos pronósticos, volvió a las pistas con el Juver Murcia, al que ayudó durante los últimos meses de la temporada 89-90 a su primer ascenso ACB.

Aún le quedaría algo en el depósito para sustituir a Dan Palombizio en el Prohaci Mallorca la siguiente campaña, también en Primera B. Fueron sus últimas canastas como profesional, la transición hacia una nueva vida, pero la huella de su honestidad y eficacia siempre quedará. Cada año que estuve en España vi cómo subía y subía el nivel de la liga, sostenía. Y no se sorprendía por el hecho de que hubiese españoles triunfando en la NBA. Nunca le habrá visto jugar, pero probablemente Marc Gasol tiene algo de él.
Si te metías con algo relacionado con su país, como la bandera o John Wayne, posiblemente lo tendrías fuera del pabellón esperándote, dice con desenfado Heras, el creador de la definición el yanqui más yanqui con la que arrancamos. Como persona era encantador y humilde. Aunque en la pista era insustituible, nunca se sintió superior a ningún compañero. El mejor epitafio posible para un mostacho inolvidable.
