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Howard Sant-Roos: Cartografía de una vida
Cubano de sangre y sentimiento, la vida ha llevado a Howard Sant-Roos a recorrer infinidad de lugares para hacer realidad su sueño de jugar al baloncesto. Conoce su historia
  

En las calles de La Habana, la vida se despliega en un caleidoscopio de sensaciones. Los aromas del café recién colado y el salitre del mar que acaricia el Malecón impregnan el aire cálido y húmedo. El sol baña los edificios coloniales con tonos ocres y pastel, mientras las sombras de los balcones adornados con ropa tendida bailan sobre el adoquinado antiguo. Los coches clásicos, supervivientes de otra era, avanzan al ritmo de una ciudad que nunca parece detenerse, en un perpetuo vaivén que mezcla lo añejo con lo vibrante.

Desde cada rincón se escapa una melodía, ya sea el estruendo alegre de los tambores, el rasgueo de una guitarra o la suave cadencia de un son cubano que se filtra desde una radio vieja. Las voces de los vendedores ambulantes se entrelazan con las risas y las charlas animadas de la gente que vive las calles como si fueran extensiones de sus propias casas. Los niños corren improvisando juegos, mientras los adultos, bajo la sombra de una ceiba, descansan de sus trabajos e imaginan futuros entre bromas y sueños.

En este escenario, La Habana destila una alegría que parece inquebrantable. Es un optimismo que desafía las adversidades, donde cada sonrisa es una victoria cotidiana contra las dificultades. La gente se cruza y se saluda con familiaridad, compartiendo un humor chispeante y una solidaridad genuina. Aquí, en el bullicio y la luz de las calles habaneras, comenzó a forjarse la historia de Howard Sant-Roos.

Pasó su infancia en una humilde casa de dos habitaciones 10 de Octubre, un municipio que confunde sus límites físicos con La Habana y de la que se encuentra a unos 10 minutos en coche de su centro. Convivía con su madre, abuelos, tíos y sobrinos en una especie de día de Navidad multiplicado por 365. La amplitud de la familia y las limitaciones del hogar a veces provocaban conflictos, pero también un roce que ha devenido en un vínculo único que recuerda con ternura. “Eso era un caos total. Eran dos habitaciones para ocho personas y eso era demasiado, pero al final del día, como yo era un niño, eso se veía bien porque tenías a todos cerca: tenía a mi abuela, a mi abuelo, a mis tíos, a mi madre… Sabía que siempre había alguien en la casa. Como toda familia también discutíamos, pero pasábamos buenos momentos y eso se queda grabado en la memoria”.

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La ilusión y la imaginación de un niño puede con todo por más grave que sea el infortunio. Para Sant-Roos la vida no siempre fue fácil, pero la cercanía familiar posibilitó obtener el mejor regalo de su vida: conocer el baloncesto. Cierto es que su padre lo había practicado, pero fueron sus tíos quienes inocularon en sus venas la pasión por el juego. “Era un baloncesto muy callejero. Yo iba a ver a mis tíos jugar porque, cuando yo comencé a tener recuerdos, mi padre ya no jugaba, pero sí que mis tíos jugaban partidos de tres contra tres, dos contra dos, uno contra uno en las canchas que había cerca de casa y ahí es donde yo empecé a jugar. Desde muy pequeño jugaba con mis amigos y luego, según fui creciendo, comencé a jugar con mis tíos”, dice señalando que eran partidos improvisados donde se jugaba muchas veces descamisado, con unas viejas bermudas y unas zapatillas desgastadas por el uso. Él mismo reconoció en una entrevista a Lucas Sáez-Bravo que “jugábamos descalzos, no teníamos balones o eran muy malos, desgastados. Cuando había uno nuevo, todos íbamos al mismo lugar a jugar. Siempre así”.

Reconocerse en la necesidad del ayer le ha hecho valorar los logros que ha ido consiguiendo y, sobre todo, mantener la humildad de sus orígenes pese a los lujos, el a veces elogio desmedido y la popularidad alcanzada. “A veces los jugadores disponen de todo tipo de lujos y eso puede hacer que se pierdan y olvidar quién eres, pero para mí era diferente porque, para llegar a donde estoy, mi madre tuvo que hacer un gran sacrificio, mi familia luchó mucho y yo también luché entrenando y esforzándome todos los días por el baloncesto, que es el deporte que amo”, se sincera. Hoy, ese recuerdo de infancia se torna en gratitud. Los focos mediáticos no le han cegado y esa lección vital aprendida en el hogar la quiere transmitir en herencia a sus hijos. “Miro atrás y siempre doy gracias por tener lo que tengo hoy y por saber de dónde salí, porque allí me enseñaron muchos valores que también intentaré transmitir a mis hijos. Todo eso se lo debo al lugar de donde vengo y donde nací”, afirma.

La familia forjó su carácter y la calle moldeó el gen competitivo de jugador total que es hoy sobre el parqué: alguien capaz de defender a hombres más altos y rebotear, pero que puede ser un magnífico base al que no le tiembla el pulso a la hora de subir el balón y pasar gracias a su calidad en el regate y visión de juego.

El baloncesto callejero fue marcando sus primeros pasos, si bien su nombre pronto empezó a sonar a nivel de baloncesto formativo (con 10 años fue MVP en el Campeonato Nacional jugado en Guantánamo). Su progresión apuntaba a un futuro prometedor dentro del país, pero a los 16 años, la vida le puso a prueba. Fue el momento de comprobar hasta dónde llegaba su amor por este deporte.

Gerardiana Basket
© Gerardiana Basket

LA AVENTURA DEL BALONCESTO

Su madre casó con un italiano y él la acompañó en su viaje a Monza. No solo cambió de casa, de país y de continente… cambió de vida. Decir que no estaba asustado sería una tosca y ridícula exageración. Era un salto al vacío en plena adolescencia y eso incrementó su impacto. “El inicio fue duro porque extrañaba mucho La Habana, a Cuba, a mi familia, los lugares donde crecí jugando con mis amigos… Creo que es algo que a todos nos pasaría, pero luego me pude encaminar”. A la hora de encontrar la serenidad, su madre jugó un papel fundamental ayudándole a poner en perspectiva su nueva realidad. “Mi madre siempre me dijo que lo mejor estaba por venir y me enseñó que todo lo que haría ella, lo haría por nosotros: por la familia”.

Afrontar una transformación vital tan profunda puede hacer que el baloncesto parezca algo trivial, casi pueril, pero, en momentos de cambio, las pequeñas rutinas son el anclaje más fuerte a la vida. Sin embargo, aquí también el joven Sant-Roos tuvo que superar obstáculo, pues como él mismo indica “el adaptarme al baloncesto de cinco contra cinco; a ese baloncesto con más regla y con más táctica, fue lo que más me costó”. Por suerte, el tiempo y su perseverancia hicieron que las cosas fueran asentándose también sobre la cancha. Las piezas del nuevo puzle vital y deportivo encajaron, y fue progresando en las categorías inferiores del baloncesto transalpino hasta tal punto que el amor por un juego pasó a vislumbrarse como una salida con la que ganarse la vida y ayudar a su familia.

"Mi madre siempre me dijo que lo mejor estaba por venir y me enseñó que todo lo que haría ella, lo haría por nosotros: por la familia"
Sant-Roos

De la Gerardiana Basket pasó al Pallacanestro Bernareggio 99 configurándose como algo más que una promesa. En ese proceso de reafirmación en sus posibilidades, Max Bardotti tuvo un papel fundamental. “Él fue uno de mis mentores en Italia y una persona a la que quiero mucho porque me ayudó a mí y a mi madre”, dice Sant-Roos. Como a todo jugador que destaca, muchos se le acercaron y le dijeron “tú puedes hacerlo”, pero el técnico italiano fue el primero que verbalizó lo que más tarde acabó siendo una realidad. “Él siempre me lo dijo: ‘creo que debes hacerlo por ti y por tu familia. Deberías tomarte en serio el baloncesto y verlo como una forma de poder ayudar a tu familia’. Ahí fue cuando vi la salida y empecé a ver que con lo que hacía, que era el baloncesto, podría ayudar a mi familia. Era como matar dos pájaros de un tiro”.

A partir de ahí, su vida deportiva se aceleró y los cambios de equipos y de país se sucedieron como un efecto dominó: Italia, Alemania, República Checa, Grecia… El baloncesto europeo fue descubriendo a un jugador de origen poco habitual, pero que comenzaba a hacer cosas interesantes en ligas cada vez de mayor nivel sin que ello hiciera que el juego perdiera la esencia que lo enamoró. “En mi mente todo era una aventura. Yo recuerdo que empezó a subir mi contrato y comencé a viajar a otros países para jugar, pero recuerdo decirme que todo lo iba a tomar como una aventura. Yo era el chico que venía de Cuba y que nadie conocía. Nadie tenía idea de quién era y siempre tuve eso en mente: vivirlo como una aventura donde yo iba para trabajar y vivir experiencias conociendo otras personas y otros países. Siempre fue una aventura para mí”, asevera.

En el New Yorker Phantoms Braunschweig alemán, tuvo su primer contacto con el profesionalismo y entabló amistad con Thad McFadden (con el que se encontró en Murcia), Daniel Theis y Dennis Schröder, y después regresó a Italia para jugar en el Assigeco Casalpusterlengo de la Lega Due. Pequeñas escalas que lo fueron preparando para dar el salto al CEZ Nymburk. En el conjunto checo despuntó, ganó dos ligas y tuvo la oportunidad de debutar en competiciones europeas. Había derribado el muro invisible, pero el viaje debía continuar…

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DONDE EL BALÓN ME LLEVE

“Si he sobrevivido hasta hoy, es porque he tenido una mentalidad muy abierta y preparada para todo”, confiesa Howard Sant-Roos. Hasta entonces, el jugador había superado con éxito los diferentes avatares de la vida y el deporte, pero en 2017 su talento le llevó a subir otro peldaño competitivo al firmar por el Darussafaka de Estambul. Ahí conoció el baloncesto europeo de élite… y la pasión turca por este deporte. “Creo que el primer partido de liga que juego con Darussafaka fue en casa contra Fenerbahçe y ese fue uno de los partidos más calientes que había vivido hasta ese momento. A nivel de rivalidad o de jugar contra otros equipos grandes, sí que había jugado en Nymburk contra equipos rusos de la VTB que eran superiores, pero Darussafaka ese año tenía un equipo muy bueno, teníamos que demostrar que podíamos jugar contra ellos y creo que lo hicimos. Fue genial jugar y competir contra tantos grandes jugadores”, cuenta.

"Si he sobrevivido hasta hoy, es porque he tenido una mentalidad muy abierta y preparada para todo"
Sant-Roos

Junto a Scottie Wilbekin, Will Cummings JaJuan Johnson y Michael Eric conquistó la Eurocup 2017/18, firmando, además, el mejor promedio de robos de balón de toda la competición. De la mano de David Blatt, se consolidó como un gran defensor y, tras ese año, firmó por AEK Atenas para conocer una nueva liga y otro país que vive con intensidad el deporte. “En Grecia se vive con más pasión (que en Turquía). Ahí yo viví el clásico de Atenas, pero también jugué en AEK Atenas en mi primer año y ya se vivía mucha rivalidad, solo que AEK no tenía el presupuesto que Olympiacos o Panathinaikos. Ya estando en Panathinaikos fue algo increíble jugar el clásico de Grecia. Se vive más la pasión en Grecia por lo que representa el Basket para ellos”, señala. Entre sus dos etapas en Atenas, Howard Sant-Roos volvió a hacer la maleta para cambiar de país y de clima. Le esperaba la gélida rusa.

“¡Oh, man! Nada bueno. Nada bueno, pero al final se trataba de tener esa mentalidad de ir a la aventura, de llegar, vivir la cultura rusa, ver cómo vive allí la gente y cuánto frío puede hacer allí. Lo tomé, como: ‘ok, estamos aquí y vamos a hacerlo lo mejor que podamos’”, dice con la sonrisa que le provoca el recuerdo de vivir a bajo cero. Nacer en la cálida Cuba y aterrizar en la fría Rusia fue, para Howard Sant-Roos, una experiencia extraña, casi como vivir dos mundos opuestos, que quedó atemperada por el interés que su origen despertó entre sus compañeros. La conexión histórica entre ambos países, tejida durante décadas por la política y la cultura, sembró una especie de fascinación alrededor de sus raíces. “Tenían una gran curiosidad. A ellos les encanta el tabaco y la cultura, y era bueno saber que había gente interesada en saber en cómo vivía y en la cultura cubana”, recuerda. La Habana, con su ron y su tabaco, comenzó a sonar en las charlas de vestuario y bromas de equipo. Pero entonces llegó el Covid-19, y con él, se desvanecieron los planes y las ilusiones de hacer llegar a Rusia un pedazo de su isla.

Los años recorriendo Europa fueron cubriendo su ahora frondosa barba y llenaron su alma de vivencias. Entremedias, la vida también le deparó una sorpresa fuera de las canchas, pues Howard Sant-Roos conoció a su pareja, Jennifer, a través de internet, en una historia que él mismo resume con una sonrisa: “Con esto de internet el mundo es chiquito”. Ella estaba en Alemania y él Grecia, pero la distancia no fue obstáculo para unir sus vidas. “Conforme más hablábamos, más nos entendíamos y al final surgió el amor”, cuenta el jugador añadiendo entre risas que fue su estilo cubano y personalidad lo que la cautivó.

“Después de tanto hablar, le invité a verme a Grecia porque… ¿Quién no quiere venir a Grecia y visitar Atenas?”, recuerda. Lo que empezó como una charla virtual se transformó en una conexión real, sostenida por una historia compartida de viajes y esfuerzo. “Para mí es estupendo tener a mi lado a alguien que también ha pasado por lo que yo he pasado”, explica Sant-Roos, aludiendo al camino recorrido por Jennifer desde República Dominicana hasta España donde vivió unos años antes de marchar a Alemania para trabajar.

Juntos, han encontrado en España un lugar especial donde están echando raíces. Desde que dejó Italia, Howard no había permanecido tanto tiempo seguido en un solo país y la próxima temporada cumplirá su tercer año en UCAM Murcia, algo inédito en su trayectoria. “Tiene que ver mucho con que voy teniendo una cierta edad, la familia… el clima ayuda mucho porque aquí hace calor”, explica con naturalidad, si bien reconoce que la estabilidad ha llegado de la mano de algo más que el baloncesto: “Al final, hay que darle crédito a Murcia, que me ha mostrado y me ha hecho sentir a mí y a mi familia como si estuviéramos en casa”.

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Y cuando parecía haber encontrado una rutina más calmada, asentado con su familia en Murcia, la vida le tenía guardada otra sorpresa, esta vez en forma de regreso emocional a sus orígenes. Aunque la distancia fuera grande, su conexión con la isla nunca se debilitó y a comienzos de 2024 ese vínculo se fortaleció tras debutar con la selección cubana. Lo hizo recién cumplidos los 33 años y enfrentándose Estados Unidos en un partido clasificatorio para la AmeriCup. “Significó muchísimo. Todo el mundo siempre querría representar a su bandera, representar a su país y para mí fue algo especial. Fue genial el hecho de estar allí y ser parte de algo tan importante como la selección cubana”, relata. A la emoción del partido se sumó la felicidad de una victoria histórica, pues Cuba derrotó a Estados Unidos (81-67) por primera vez en 52 años. “El hecho de ganar a Estados Unidos, que es un equipazo por más que no fueran todos sus jugadores, siempre es especial. Jugar contra ellos y representar a mi patria fue muy bonito”, añade.

"Nunca me habría imaginado tener una carrera como la que estoy teniendo. Si alguien en el pasado me hubiera dicho que sería así, le hubiera respondido que mentía"
Sant-Roos

La experiencia fue imborrable y colma una fabulosa trayectoria. "Nunca me habría imaginado tener una carrera como la que estoy teniendo. Si alguien en el pasado me hubiera dicho que sería así, le hubiera respondido que mentía", admite con sinceridad Sant-Roos. Ésta ha sido tan extensa como diversa, marcada por experiencias en distintas ligas y culturas, cada una dejando una huella imborrable. "Me quedo con un pedacito de cada una de ellas. En algunas temporadas he ganado más que en otras, pero al final creo que todas me han dejado algo en especial y me quedo con un pedacito de todas ellas", resume.

Todas ellas configuran el hombre que es hoy en día, mas no puede olvidar el recuerdo del ayer donde encontró la pasión por el baloncesto en las calles de 10 de Octubre. Quizá por ello, ahora exprime el presente sabiendo que en el futuro se ve “volviendo a casa, pero siendo mi mujer dominicana, creo que viviríamos allí. Viviríamos en República Dominicana, que está a una hora de Cuba, y creo que estaríamos de aquí para allá, sobre todo, estando en los dos países”.

Ese día está por llegar, pues sabe que antes tiene una historia que concluir, con el deporte de la canasta en general y con Murcia en particular. Su vida ha dado muchas vueltas, sus ojos han visto diversos paisajes y sus sentidos se han llenado de diferentes culturas, con el baloncesto como nexo. Un camino lleno de sacrificios, logros y momentos cruciales, pero siempre con un pie firme en sus raíces y en el valor de la familia.

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