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Leyendas del Playground (XXIII)

En la entrega anterior, comenzamos a conocer a las grandes leyendas de la Rucker en opinión de Peter Vecsey, una de las voces más autorizadas de la época. Pero si aquellos primeros nombres fueron de excelentes jugadores, los que ahora nos acerca son los de aquellos que realmente calaron hondo en su recuerdo. Tiny Archibald, Walter Szczerbiak, Sam Worthen, Fly Williams y Pee Wee Kirkland ocupan un lugar importante en la Edad de Oro del baloncesto en la calle

La Rucker fue para muchos el Paraíso
© La Rucker fue para muchos el Paraíso
  

Muchos fueron los jugadores que vio Vecsey en aquellos años dorados de la Rucker, pero muy pocos los que calaron hondo en su recuerdo. En la entrega anterior mencionamos en su nombre a Julius Erving, Pee Wee Kirkland o Joe Hammond, abordados igualmente durante la serie. Para dar término a la entrevista, Vecsey añadiría varios nombres más a su lista ideal, conformada por los jugadores que por diversos motivos, mejor y más profunda impresión le causaron entonces. Hablamos por ello de auténticas leyendas.

El primero de todos ellos era Tiny Archibald, uno de los estandartes de la Rucker en la década de los setenta, a la que no faltaría un solo verano a excepción del 77 cuando su tendón de Aquiles le dejó fuera de la NBA toda la temporada. En la calle, Archibald se dedicó a 'jugar' en el más puro sentido de la palabra: experimentar, probarse y probar a los demás jugando en y con ellos. Como prueba, cuenta Vecsey que había partidos donde no tiraba una sola vez a canasta y no importaba en absoluto: 'He was so good it was ridiculous'. El mismo Julius Erving recordaba a Tiny en estos grandiosos términos: 'I'll never forget watching Tiny go off there. He was incredible to watch, scoring at will and passing for 30 assists when he wanted to. Rucker was a little man's game and Tiny was the best little man up there'. El Archibald del asfalto, donde se permitió incluso algún mate, era una réplica mucho más libertaria del profesional NBA bajo un denominador común: la seguridad en el manejo de los partidos y lo que los americanos denominan 'heart', puro corazón; adoraba penetrar para el pase definitivo o en su caso, resolver en las bandejas más creativas para un base de entonces. Toda aquella intensidad le hacía además incansable, acudiendo a medianoche a un gimnasio situado en su Bronx natal: 'It was called the Bronx Garden'. Alguien le preguntó una vez qué haría si, como a menudo ocurría, le sorprendiera una bronca allá adentro: 'We'll just turn off the lights. Then we'll fight', respondió desafiante el mejor jugador de menos de 1.90 que ha dado la NYC, con permiso blanco de Cousy y atendiendo al devenir de Steph.

Otra de sus más elegantes menciones fue dedicada a Walter Szczerbiak, cuyos porcentajes fueron registrados en la ABA como los mejores de su historia pero no así en la Rucker, donde se fiaba todo a los ojos. Vecsey, como apoderado suyo en la calle, nunca vio un tirador igual (puede que a excepción de una réplica llamada Jack Ryan), así que al veterano público español no extrañarán en absoluto sus palabras mientras hacía recuento sobre lo mejor de lo mejor que pudo ver allí: 'Wally's father. Tremendous player. (...) What you see in Wally is Walter. Wally's better, but Walt was right there. Exact same game. Walt was the best shooter in the park I'd ever seen. He averaged 31 the year we had him, and Julius averaged 30. I always felt Walt was the one guy that should have made it in the NBA'. El mismo Walter reconocía modestamente su eclosión de juego previo paso a los pros: 'Al terminar mi etapa universitaria, mis esfuerzos en los 'playgrounds', los campus de verano, y mi estancia en la Universidad de George Washington dieron sus frutos, ya que adquirí un nivel de juego que me sirvió para que las dos ligas se interesaran por mi. Fui drafteado en el número 65 de la NBA por los Phoenix Suns de Connie Hawkins y en el número 28 por los Dallas Chaparrals de la ABA'. Pero la mala fortuna y un variopinto cruce de circunstancias se cebarían luego con él, terminando en los desastrosos Condors como marcador en los entrenos del psicópata John Brisker. Convencido por Victor de la Serna (Vicente Salaner, entonces allí), Walter viajó a España donde su brillante trayectoria le haría finalmente justicia. 'So whatever 'terminaba Vecsey-, his son makes the money'.

Por el contrario 'Sam Worthen made it', se refería el periodista al contrato firmado como novato por Worthen con Chicago en 1980 un año antes que Utah lo despidiera tras apenas cinco partidos con ellos. Y es que siempre hubo jugadores que cumplían en la calle pero no pudieron hacerlo como profesionales (Fly, Worthen, Berry) y el caso contrario: grandes profesionales que no terminaron de encontrar su sitio en los torneos de asfalto. Así ocurró con Bob Love, miembro inolvidable del brillante quinteto de Chicago mediados los setenta (Van Lier, Sloan, Walker, Love, Thurmond) y que sin embargo no vio reflejado su nivel en la Rucker, como más propensa al brillo de los 'pequeños' (Wingo no le miraba demasiado). 'He could shoot, but he wasn't really a playground player'. Pero hablábamos de Sam Worthen, el hombre estrella en su Pony Team de los primeros ochenta y sobre el que Vecsey ejerció una clara vocación de mecenazgo. 'A 6'6'' Magic, the way he dribbled'. Silencioso precursor de los grandes dribladores de hoy, seguramente habría encontrado su sitio en una ABA ya desaparecida cuando venía de ser All-American en Marquette. 'Worthen would traverse the city, saving his biggest impacts for the biggest stages in New York', coincidía con Vecsey el periodista Ben Osborne al sugerir que Worthen fue solidario con su vida deportiva en su líquido elemento, la calle. 'His true calling was in the parks'. Cuando Isiah Thomas era universitario en Indiana, cuenta Vecsey, estudiaba videos de tres jugadores, de sus ritmos y forma de botar. Uno era Oscar Robertson, otro Pete Maravich y el tercero Sam Worthen. Uno de los mayores elogios se lo dedicaba uno de los ojeadores de Memphis hasta el año pasado, Scott Adubato, presente en la Rucker de los primerísimos ochenta: 'Sam was a ball-handling wizard, a taller, flashier Mark Jackson, and he was very exciting to watch. Outside shooting was always the knock on him, but he could dominate a game with his ability to create'. Apuntalaba Vecsey la reseña subrayando que ante todo Worthen 'fue un adelantado a su tiempo'.

Como también lo fue Fly Williams (XII-XV), a juicio de Vecsey y por talento, una réplica demasiado libre de Julius Erving. 'He was one of the best players I've seen. Flamboyant, but a great shooter, great leaper, great passer. There wasn't anything he couldn't do'. Ya comentamos que Fly parecía afectado por una suerte de infantilismo (del tipo Rodman) que le hizo perder ocasión no sólo de ser buen profesional, sino simplemente de serlo. Indisciplinado como pocos y convencido que merecía más de 17 minutos por noche, la pésima relación con su entrenador Bob McKinnon en su año con los Spirits de 1975, lo devolvieron a la calle como quien huye de la escuela. 'Unfortunatley, there wasn't anything he couldn't do off the court, either'. Fly fue un producto puro de su tiempo: mentalmente joven y libertino, aquellos años están plagados de escuetos aleros de fino músculo y ligereza de movimientos al aire (Roger Brown, Darnell Hillman, George Gervin, Charlie Scott), pero puede que ninguno atesorara el inmenso talento de una figura como Fly Williams, históricamente echada a perder más allá de las calles.

Concluyendo su repaso, Peter Vecsey sobrevolaba sin tapujos el perfil delincuente de Pee Wee Kirkland, a quien dedicamos la entrega XVIII. Ningún blanco se manejó mejor que Vecsey en aquel mundo negro y sin embargo nunca dejó de reconocer que sentía auténtico miedo por Kirkland, como dijimos, uno de los camellos de mayor peso en todo Harlem. Su mochila y la de Hammond eran intocables y mejor que no tuvieran que abrirse nunca. 'I never talked to Pee Wee. He had a gun under the bench in his bag. I wasn't going to fuck with him'. Muchos años más tarde Vecsey regresó a Harlem con motivo de un torneo benéfico y homenaje a ciertas leyendas tribales. Chamberlain, Manigault y Archibald se sentaron junto a él. Entretanto alguien se acercó para decirle que Kirkland estaba allí... y quería verlo. 'Oh, fuck 'contaba-. I knew he was OK and he was teaching and stuff, but still, it was something like out a movie. But when Pee Wee called, I went. It was like an audience with the Pope'. Kirkland y Hammond habían salido de la cárcel y cómo no, allí estaban juntos entonces. Vecsey callaba nervioso pero la pareja rompió pronto el hielo tomando Hammond la palabra; la vida le había roto la voz: 'Cuando veas a Julius, dile de nuestra parte lo mucho que le apreciamos por lo que hizo por nosotros. Si no hubiera sido por él no nos habríamos conocido'. Ambos prestaron calurosamente su mano al periodista y le agradecieron lo mucho que había hecho por un torneo donde ambos habían pasado los mejores años de su vida. Así de emotivamente terminaba aquella entrevista a Peter Vecsey y así comenzó: 'It was the best days of my life'. Y de cualquier otro al que el destino le hubiese situado en aquel paraíso.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM

Las 'Leyendas del Playground' de G Vázquez, al completo