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Leyendas del Playground (XXI)

Rechazado por los equipos profesionales, hundido por sus adicciones y tras el paso por la cárcel, Earl Manigault se trasladó a Charleston en busca de un cambio en su vida que no consiguió. En su regreso a Harlem no volvió a ser el de antes. Ayudó en programas de rehabilitación a jóvenes, colaboró en acciones altruistas y logró que, cuando el físico ya no le acompañaba, su espíritu se hiciera grande. Tras su muerte, su leyenda le sobrevivió

Earl
© Earl "The Goat" Manigault, un auténtico mito
  

Entrados los años setenta Manigault se convirtió en un profundo adicto a la heroína que precisaba cada día en torno a 100 dólares para calmar la sed de sus venas. Como indicaba Brian Lindstrom: “Instead of an NBA All-Star, he became a junkie and a convict”. Sin hogar ni familia reconocida (muchos de sus hermanos habían muerto) buscaba desesperadamente pernoctar en cualquier sucio nido a la buena voluntad a cambio de servicios de entrega rápida. Mientras, colegas como Kirkland o Hammond se hacían de oro sin ensuciarse demasiado las manos. Gracias a ellos Manigault conseguía con frecuencia porquería que de otro modo no podía pagar. Al tener que hacerlo empezó a robar deslizándose hacia las zonas pudientes de Manhattan donde poder birlar algún abrigo de visón. Su salud inicia entonces un deterioro imparable. En el transcurso de un partido sufre dos desmayos fulminantes, casi consecutivos, y el calor del público comienza a enfriar. Los aplausos y vítores desaparecen.

Hasta él habían llegado los devaneos de Hammond y Kirkland con equipos de la NBA como Lakers y Bulls. Manigault no podía decir lo mismo. Pero la publicación en aquel entonces de un libro emblemático, The City Game, de Pete Axthelm, impresiona sobremanera a un hombre, el propietario de los Utah Stars de la ABA Bill Daniels, que busca confirmar a través de un testigo, Peter Vecsey, si todo aquello que leía de Manigault era cierto. Lo era. Y Daniels ofrece una prueba a 'The Goat' al salir de la cárcel. Juega con ellos la mitad de la pretemporada. Y en vísperas de un partido de exhibición ante los Bucks le dicen adiós. Para entonces Daniels tenía cumplida información sobre aquel hombre, a sus ojos, un negro más de la calle, con su lastre inagotable de problemas. Fueron unos pocos días en Utah. Suficientes para que los Globetrotters, que habían tardado demasiado en hacerlo, ofrezcan a Earl la oportunidad de unirse a ellos. Pero a él, entonces, le había caído encima la depresión y los rechaza.

Así regresa otra vez al nido, donde malvive pero aguanta a través del baloncesto en 'Goat Park', entre la 98 y Amsterdam. Renace. Pero el paso de los años y una vida miserable le inclinan nuevamente al lado oscuro. La heroína llama una vez más a su puerta. Y cree ser un hombre indestructible porque el baloncesto se lo dice. Así hasta que en 1977 funda su propio torneo, 'The Goat Tournament Basketball Competition', que enloquece los alrededores de la 98. Pero la primera jornada ni llega a jugarse. La noche anterior Manigault se verá envuelto en el intento de robo a mano armada de 6 millones de dólares. La policía detiene en el Bronx aquella chapuza y Manigault vuelve a despedirse de la libertad. Dos años más entre barrotes en la prisión neoyorquina de Ossining, donde se juró no volver a probar nunca más droga alguna. Tal vez era ya demasiado tarde.

Muy devaluado físicamente después de años de adicción (haciendo honor a su sobrenombre su rostro había envejecido como una Cabra Negra) huye de Harlem, de la infernal tentación donde tantas veces había caído con sus dos hijos pequeños. Y lo hace a Charleston, Carolina del Sur. No tenía esposa reconocida. “Yo no quería que mis hijos fuesen lo que estaba siendo su padre”. En aquel estado sureño busca remontar su vida. Conoce por primera vez lo que es el trabajo honrado, duro. Levanta casas, pinta fachadas, sega céspedes. Lo que los señoritos blancos dispensaran. Sin embargo, por una irresistible añoranza y hasta la culpa de haber abandonado su torneo, no tarda en regresar a Nueva York, al sucio hogar de las calles, donde jamás volverá a ser lo que fue. Manigault se sumerge de nuevo en la indigencia, agravada por graves problemas de corazón.

Sólo que para entonces, había aprendido lo bastante de la vida para decidir enseñar a los demás cómo no destrozar la esperanza. Así comienza a entregar su tiempo a programas de rehabilitación para jóvenes drogadictos. Cada vez con más dificultad. Siente dolores muy fuertes en el pecho a causa de larga relación con el alcohol, la heroína, la coca y el humo. En 1987 será intervenido en una operación cardíaca a vida o muerte que cubren algunos viejos amigos. Tenía el cuerpo destrozado.

Salva la vida y se atreve a intentar su vuelta a una pista de juego. Comprueba que apenas puede moverse, que tiene dificultad para levantar los brazos y que en pocos minutos alcanza el ahogo. Para entonces era difícil entender su lenguaje. Su garganta había perdido tanta fuerza que apenas podía levantar la voz.

Viendo en lo que se había convertido decidió encomendarse, ya por completo, al espíritu. 'Redemption', coincidían en subrayar numerosos autores. Tal vez avistaba la cercanía de la muerte y antes de que ésta llegara pretendía dejar en vida lo que hasta entonces no pudo. Su único propósito era ayudar. Fundó varias ligas para jóvenes y tras años de batalla con autoridades del distrito, consiguió sacar adelante un proyecto subvencionado, el 'Supportive Children's Advocacy Network', que protegía a la infancia más desfavorecida. Sus logros redoblaban su fuerza para seguir adelante.

Incluso entrados los años noventa logró hacerse con un puesto en el banquillo de la Wadleigh High School con excelente resultado (“a divine unofficial coach”, firmaba el Augusta Chronicle). Brian Lindstrom, autor de un documental sobre su vida, resumía así aquel período de luz: “Earl used his status as playground basketball legend to reach Harlem youth with his pro-education and antidrug message”.

Inesperadabamente el dinero llamó a su puerta en 1991, cuando recibe unos diez mil dólares en concepto de derechos, en propiedad de una productora, la HBO, que pretendía llevar al cine su vida. El guión corre a cargo de Alan Sawyer y llevará por título 'Harlem's Angel'. Pero no será hasta 1996 cuando un incipiente director, Eriq La Salle, le rinda tributo en una película inicialmente diseñada para televisión: 'REBOUND: The Legend of Earl Manigault', protagonizada por Don Cheadle y un par de pesos pesados de la comunidad afroamericana como James Earl Jones y Forest Whitaker.

Aquel mes de noviembre del 96 Earl Manigault sería el principal invitado al estreno de una película, la de su propia vida. Era la primera vez que acudía a una sala de cine. Al término de la sesión y en compañía de miembros de la productora, acertó a pronunciar unas emocionadas palabras que por encima de todo desnudaban un corazón pobre de vida pero lleno de humana intención: “Lo siento. Defraudé a miles de personas pero no soy nada falso. Hubo un tiempo en que di a la gente lo que quería que les diera. La película está ahí para que las generaciones de jóvenes no tengan que pasar nunca por el calvario que ha sido mi vida”.

La vida, por fin, parecía sonreírle. Pero la sonrisa duró poco.

Ni año y medio después todo se truncaba. Un sábado de mayo, en torno al mediodía, el corazón de Manigault dejaba de latir. Tenía 53 años.

Poco antes de su muerte había sido objeto de una breve entrevista en el New York Times. “All this stuff you call NBA basketball and 'Showtime'? Well, we were the ones who brought in the noise and brought in the funk”. Preguntado por Michael Jordan, Manigault fue sincero una vez más: “En todo Michael Jordan hay un Manigault oculto que puede despertar si algo falla. No se puede hacer todo bien. Alguien puede caerse. Pues bien, ése fui yo”.

Escribía Pete Axthelm en 'The City Game' que Manigault “impresionaba a rivales y espectadores por igual. Fue el rey de su generación y un ídolo para las venideras”. El co-fundador de la Rucker Gene Williams añadió que “era un jugador extraordinario y gracias a los que le vimos jugar es y será siempre una leyenda para toda generación”. Algo donde coincidía Alex Williams, citado en la obra de Nelson George 'Basketball&Blackmen' y enfrentado a Manigault en varias ocasiones: “Los que éramos niños entonces mitificaremos eternamente a aquel maravilloso loco de la 98”. “LESSON FROM THE GOAT”, “A FALLEN KING”, “GOODBYE TO THE GOAT”, rezaban algunos titulares y pintadas a su muerte. El regalo más grande que el destino le tenía reservado, terminaba Russ Bengtson en SLAM, era convertirse en eterno. “The courts on 99th and Amsterdam on New York's Upper West Side were renamed Goat Park. It's the least we could have done”.

Personal: "Si existiera una máquina del tiempo y pudiera viajar una sola vez, no dudaría en eludir los lugares comunes de la gran Historia para recalar un verano en alguno de aquellos parques testigos, situarme en el mejor sitio posible entre la muchedumbre oscura y ver a Dios jugando a su deporte. Creo que después de haber contemplado a Manigault el baloncesto no podría ofrecerme nada más. Porque no puede haberlo. Descanse en paz la mayor leyenda que vieron nunca las calles. En verdad las almas vuelan".