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Leyendas del Playground (VIII)

Gonzalo Vázquez continua su repaso a las grandes leyendas del Playground presentándonos a Raymond Lewis. El mes de agosto de 1965 marcó su infancia. Seis días de disturbios y 32 muertos que quedaron grabados en aquel niño que buscó en el baloncesto una forma de escapar. Se convirtió en el mejor de la comunidad, pero tomó el camino equivocado y no quiso dejarse tentar por las ofertas que le llegaron

El cartel reza
© El cartel reza "Turn Left or Get Shot"
  

El verano del 65 fue especialmente caluroso en la costa oeste. No se bajaba de los 35 grados hasta bien entrada la noche, ni tampoco era raro que a eso de las tres de la tarde el manto de aire sobre el pavimento superase los 50. Y eso alteraba los nervios a cualquiera. Precisamente a esa hora, a esa maldita hora de un viernes 13 de agosto en el angelino distrito de Watts, un agente de la policía blanca arrancaba de cuajo de una baja ventana el tablón de madera que el padre de familia había colocado para proteger a sus hijos de lo que estaba pasando afuera. Los niños rompieron a llorar pero tuvieron suerte: no iba con su familia... de milagro. Con el tablero en la mano, el policía sacó del bolsillo un rotulador y a trazo grueso, con una caligrafía de tosca formación, escribió apurado: 'GIRE A LA IZQUIERDA O SERÁ DISPARADO'. Acto seguido improvisó el cartel como barrera en mitad de la calle 115 (ver fotografía). Al otro lado del barrio, en la 120, y en las alas este y oeste más y más patrullas de policía convirtieron Watts en la peor ratonera imaginable. No se podía entrar ni salir de allí. Unos días atrás y fruto de la desesperación, la barriada había irrumpido en el caos y la anarquía. A la primera horda de detenciones sucedió el estado de sitio y aquel fatídico día se abrió la veda. Todo valía. Los disturbios duraron seis días y se saldaron con 32 muertos, casi todos negros. Esa fue la cruda realidad que apenas sirvió para nada. No se puede entender la América de segunda mitad de siglo sin recordar aquel terrible polvorín que mostró al pueblo americano de una vez para siempre la corrupción y miseria en que la sociedad blanca había sumido a la comunidad negra en algunos puntos del país, especialmente en las grandes urbes de las que tanto orgullo exhibía América.

No. Esta vez no habrá mates increíbles ni glorias de un solo día. Tan sólo una historia desoladora, puede que una de las más terribles con el Baloncesto como telón de fondo. Bien lejos del 'American Way of Life' pero bien dentro de aquella jaula en pleno corazón de Los Angeles malvivía un chiquillo de 12 años llamado Raymond Lewis. Aquel niño quedó marcado para siempre por el recuerdo de aquella terrible experiencia. Las palizas y cuerpos negros desnudos contra la pared, los disparos, la sangre, los cadáveres friéndose sobre el asfalto, el estruendo de las porras golpeando las puertas en mitad de la noche, su hermano mayor apretándole fuerte bajo el camastro... Es difícil imaginar las consecuencias de un impacto tan atroz sobre un alma tan tierna. A nosotros sólo nos cabe revelar una: un ansia inconcebible por salir de allí cuanto antes y llevarse consigo a la familia. Valiéndose de una analogía cinematográfica, Watts era una réplica exacta de la Ciudade de Deus brasileña y donde el perverso Ze Pequenho hubiera venido representado por nuestro anterior hombre,



Joe Hammond, el correcto Buscapé y su sueño de salir de las favelas por medio de la Fotografía vio reflejo en Raymond Lewis en nombre del Baloncesto. No hacía falta demasiado. Un neumático de camión colgando de dos cuerdas junto a una pared en plena calle bastaba para improvisar su primera relación sexual con este juego. Sabiendo que el pequeño venía fuerte su hermano mayor (como Larry Jordan hizo con el pequeño Mike) se encargó de torturarle a base de interminables 'one on one' con el único fin de explotar su inmenso talento como trampolín para la familia. Y Ray se hartó tanto de perder aquellos centavos con él que una vez consiguió derrotarle se convenció de que nunca ya podría perder... con nadie.

Justo antes de entrar en el instituto, Ray alcanzó para siempre su metro ochenta y cinco. Pero no era como los demás. Era mucho más rápido e inteligente, mucho más vivo y feroz, dotado de un asombroso talento que sorprendía pudiera haber nacido en aquella miserable celda urbana. Todos lo sabían. Y en aquella solitaria lucha contra el mundo se había granjeado un carácter de hierro. Era el líder natural de una de las muchas cuadrillas del ghetto y se ganó un respeto enorme sin poner una mano encima a nadie, sin una estúpida arma que portar. La suya era el balón y su campo de batalla the court. Así que con apenas 15 años se había convertido en un dios dentro de su comunidad. Eran los mayores quienes empezaron a persuadir a su padre que había que sacar de allí al chico porque era demasiado bueno. 'Ningún tío que haya jugado a esto fue tan bueno como Raymond. Cuando le veías con el balón parecía como si él midiera nueve pies y el resto tan sólo dos', señala Dwight Slaughter, su mejor amigo en vida y caído posteriormente con él.


'Toda la comunidad éramos una familia pero Ray era ese tipo de tío al que si no le besabas constantemente el culo no podías formar parte de su círculo más cercano. Y uno lo hacía porque realmente le idolatrabas. (...) En realidad su talento le granjeó una gran autoridad. Fue un demonio de tío'. Raymond era excluyente, salvajemente elitista; si no eras bueno, si no eras competencia digna para él, no jugaría contigo. 'Creciendo en Watts, notabas la presión de ganar y ser realmente alguien; era la única forma de hacerse respetar o más allá, tener una posibilidad de salir del guetto'. En la más alta cima de aquella presión se encontraba el joven Lewis, convencido de que su rendimiento sería el único billete posible de salida.

Juntos fueron compañeros en la Verbum Dei de la calle 110, allá donde como no podía ser de otro modo la fauna era pobre y potencialmente peligrosa. Aquella escuela católica muy próxima a Central Avenue agrupaba entre negros y latinos a unos trescientos chicos entre noveno y duodécimo grado. Aunque pequeño, la presencia de Raymond convirtió a aquel colegio en el deportivamente más poderoso de la zona en los últimos treinta años. Al segundo año Verbum ganó el primero de siete campeonatos consecutivos de la CIF Southern Section. Como junior y senior fue nombrado jugador del año. Fue ese el motivo de que ojeadores de bajo rango comenzaran a pulular por la zona. Cuentan que hubo partidos en que no falló ni un solo tiro y entrenamientos en que apostaba con sus compañeros bombas sin fallo desde 25, 30 y 35 pies. Y eso que su fuerte era el manejo de balón. Era literalmente imposible quitárselo de las manos. Jim Harrick, entonces técnico de la Morningside High School, contó a un periodista del LA Times que no había visto nada igual en su vida con una sentencia elocuente: 'Raymond Lewis is All-World. No, make that All-Universe'.

Al término de su periplo escolar dio comienzo su carrera por tratar de hacer las cosas de la peor forma posible. Y sin querer arrastró a su gran amigo Dwight, nombrado aquel último año All-American. 'Yo podría haber ido a la universidad que hubiese querido. Pero Ray me habló de ir juntos donde él decidiera y yo lo hice aunque mi madre me suplicara que no. La verdad, tenía una gran influencia sobre mí'. De aquella remota cosecha del 71 el Top en los Prospects venía coronado por las figuras de Les Cason ('the next Lew Alcindor', como rezaba una reseña de la Sports Illustrated) y Raymond Lewis, de quien Jerry Tarkanian llegó a declarar sin haber pisado aún ninguna universidad lo siguiente: "You can take the five best defensive players in the NBA and they couldn´t stop this kid". Tarkanian, entonces en Long Beach State, fue el primer mecenas simbólico que tuvo Lewis, el hombre que con mayor empeño trató de hacerse con sus servicios, el primero de los varios entrenadores que llegaron a pisar la pobre casa de los Lewis. El Wooden de UCLA, mucho más elitista, envió allí a varios emisores pero Raymond mandaría a todos al garete por una miserable razón de cuatro ruedas que relataremos en la próxima entrega.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM