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Leyendas del Playground (V)

G Vázquez nos sigue relatando la insólita vida de Joe Hammond, una de las leyendas del Playground. En esta entrega se centra en el espectacular duelo con el mismísimo Julius Erving, un duelo que marcó una época: los enfrentamientos entre los equipos de Hammond y Erving en la Rucker de 1970 tenían un sabor más que especial. Dos conjuntos diferentes, con espíritus distintos, que convocaban a grandes multitudes y que ya forman parte de la gran leyenda del Playground

Rebote de Joe Hammond en la Rucker de 1970
© Rebote de Joe Hammond en la Rucker de 1970
  

Milbank era pura sangre de Harlem, una insuperable comunión de brothas' del vecindario, auténticos fenómenos nativos del pavimento duro como 'Pee Wee' Kirkland, Eric Cobb, Joe Thomas, Jake Ford y por encima de todos Joe Hammond. Westsiders era un milagro construido seriamente por Peter Vecsey, un sueño de llevar al cemento una orgía de talento universitario (más próxima inmediatamente después a la ABA que a la NBA) como Charlie Scott, Billy Paultz, Mike Riordan, Brian Taylor y para colmo Julius Erving. La inminencia de aquel combate fue la más proclamada en la historia de la NYC y por ese mismo motivo la mayor parte de los guettos al este y oeste de Harlem quedaron esa tarde desiertos para acudir a la 155 de la octava avenida.

Jamás se sabrá con exactitud cuántas almas peregrinaron a aquel acto religioso pero las crónicas señalan que la jornada de la policía blanca fue especialmente dura aquel día. Quienes no pudieron acceder al interior del vallado subieron a las cornisas de la vieja escuela y ocuparon la azotea; los árboles sufrieron como nunca e incluso los chicos se turnaron por parejas para subirse a hombros. Se dieron más robos de coches de lo habitual y casualmente la mayoría fueron encontrados por los aledaños del parque, algunos inservibles al quedar aplastados por el peso de la multitud. Dicen además que en el verano de Harlem, el pobre pavimento no devuelve el calor al aire y tan sólo los indígenas pueden soportarlo' hacinados. Por todo ello el corazón más profundo de Nueva York era aquel día negro, venal y racialmente negro.

Pero alguien faltaba allí. Con el partido a punto de empezar y como de costumbre nadie sabía dónde demonios estaba Hammond. Milbank prolongó con triquiñuelas el inicio del choque 'calentando' demasiado y como los árbitros, especialmente el veterano Lee Jones (varias veces asistido después con toallas mojadas), intuyeron rápidamente el truco dejaron bien claro que el partido se jugaría con o sin él. Y así la multitud empezó a repetir a coro: 'We want Joe! We want Joe!', y finalmente, con un retraso infame, el carnaval se desató' sin Hammond.

La primera parte fue cruel para Milbank y los Westsiders dominaron cuanto y como quisieron. Sin rival a su medida y motivado por la muchedumbre Julius se recreó en sus acciones como nunca. La ventaja alcanzó muy pronto el doble dígito y así los aficionados, que querían pelea de verdad, reforzaron con más insistencia sus cánticos al sospechar que por la maldita cabeza de Hammond se quedarían sin el duelo más esperado (Dr J y él eran los dioses del momento), un duelo que muy probablemente nunca volvería a repetirse. Mike Kookoo, de ocho años de edad cuando su padre le llevó allí, recuerda emocionado la reacción de la gente: 'La multitud empezó a golpear el suelo con los pies, a patalear como loca y parecía de verdad un terremoto en pleno corazón de Nueva York'.

De repente ocurrió algo en algún punto fuera del parque que incorporó en dominó a todos y les distrajo maquinalmente de la escena. Como contagiados por la gran promesa el revuelo fue de tal calibre que a punto estuvo de detener incluso el partido. Y es que Hammond, seguramente a posta, impulsado por su arrogancia de poder y ruego, se presentó de pronto' ¡en una limusina! Y antes de que pudiera poner los pies en el suelo una verdadera horda de gente abordó el enorme vehículo: chiquillos suplicando un autógrafo del héroe local, amigos y clientes obligados a saludarle, mujeres que perdían cualquier dignidad por hacer blanco de su atención e incluso varios reporteros de baja reseña (contactos del Vecsey del Daily News) mendigando una razón a su ausencia.

Con la policía nerviosa por controlar el vasto perímetro de aquel circo, Hammond parecía una estrella de cine que llegaba allí para estrenar su película, una película de tan sólo 24 minutos. En mitad del descanso el desorden alcanzó tal grado que tras despojarse Joe de su ropa de calle en el banquillo se levantó al tendido y brazos arriba replicó a gritos 'I'm here' I'm here!'. Aquel afro de bigote fino, remota sonrisa y aspecto amenazante, portaba una sucia venda en su muslo izquierdo y las zapatillas más viejas que quepa imaginar, lejos de las Chuck Taylor y White Converse que el resto guardaba para sus mejores galas. Hacía calor pero Joe' sudaba demasiado.

Su sola llegada trastornó las evoluciones de los Westsiders porque Vecsey, como inquieto pese a la escandalosa ventaja de su equipo, situó a su segundo mejor anotador, Charlie Scott, como perro de presa de Hammond. Y al primer ataque el balón, poderosamente imantado, fue a parar a las manos de Joe que para calentar aprisa arrojó una suspensión que terminó dentro. Cuando seguidamente los Westsiders pusieron el balón en juego, Kirkland, el triple de jugador con Hammond a su lado, robó el balón y por detrás de la espalda envió un fantástico pase al mito para machacar de forma tan salvaje que a punto estuvo el aro de besar el suelo. Y la multitud se volvió loca, las gradas se levantaron y algunos cayeron hacia delante con una momentánea invasión de la pista. Los Westsiders estaban como ausentes, aplastados por un hechizo fulminante; todos' salvo uno para quien todo aquello era su mejor caldo de cultivo. Era el turno de Dr J, que tras las dos traiciones apresó con fuerza el balón de manos de Taylor en la alta bombilla, penetró decidido a canasta y embriagó al cielo una de sus gráciles bandejas para dejar claro que allí estaba él. Y un grito sordo martilleó entonces el corazón de Harlem y todos los presentes pudieron oírlo: Take that! I'm here, man, I'm here too. Don't forget it!

Durante un lapso divino los dos dioses se batieron en un duelo solitario pero los Westsiders veían cómo gradualmente se esfumaba su ventaja y pasaron a reforzar como nunca la voluntad en defensa situando desesperadamente a Erving como marcador de Hammond. Esta circunstancia gloriosa elevó el acto a su momento cumbre y así lo sentencia Mallozzi en su impagable monográfico: ''and sending the crowd into the outer limits of hysteria'. Asimismo el entonces niño Kookoo recuerda que 'hubo unos instantes en que parecía que le iba a detener pero en cuanto Joe tuvo la ocasión de hacer suyo el balón, Doc no pudo hacer nada por pararle, nada'.

Y así fue hasta el punto de que puede considerarse aquella segunda mitad la actuación más memorable de un solo jugador en la historia no sólo de la Rucker sino de cualquier otra competición en la calle. Todo el inmenso talento de Hammond quedó poseído entonces por aquella especie de vudú anotando como quiso a cada balón que tocaba y tan sólo una mayor sofisticación de la escena le separó de iguales embrujos sufridos por Bird, Jordan o Thomas en la NBA (no más de cinco en suma). No se equivocan quienes le sitúan incluso por encima de ellos pues Hammond alcanzó la milagrosa cifra de 50 puntos en aquella segunda mitad que le otorgó el MVP del torneo. Pero los 39 de Julius Erving y la eterna lógica de este deporte justo inclinó la victoria para los Westsiders después de' ¡dos prórrogas! y la urgente presencia de los responsables de la escuela para improvisar el alumbrado luego de caer la mágica noche sobre el paraíso.

Después de aquello Hammond se ganó una corona muy especial en el folklore profundo de las tribus neoyorquinas. Casi un cuarto de siglo después, aquel partido continúa siendo recordado como el mejor y más legendario en la historia de Harlem.

(Continúa en la próxima entrega)

Leyendas del Playground (IV)

Gonzalo Vázquez
ACB.COM