Finales del siglo XXI. Unas almas inquietas se arremolinan alrededor del calor, con las manos calentándose y las orejas preparadas. La oscuridad también escucha y deja a la luz del fuego jugar con el contoneo de sus sombras. Un hombre, de barba canosa larga, observa el entusiasmo de los niños por el preludio. Mira de reojo sus miradas, faros en la noche, y esboza una media sonrisa.
Verán niños, cuenta la leyenda Que cuando saltaba, su mano eclipsaba el sol y hacía a todos, bajo él, iguales. Que cuando se movía de espaldas al aro, parecía estar hecho de notas de un blues. Que aunque el camino se tornara negro, él lo iluminaba con su sonrisa Habla de aquel hombre que hizo historia, que fue capaz de salir de lo más bajo y llegar a lo más alto en sólo cuatro años. Habla de Serge Ibaka, leyenda en su Brazzaville y en su Congo.
Sangre de baloncesto
Serge Jonas Ibaka Ngobila nació el 19 de septiembre de 1989 en la capital de la República del Congo, Brazzaville. Aquel Congo francés separado por un río de la República Democrática del Congo, antigua Zaire. Fue uno más de los hijos de Desire Ibaka y Amadou Djonga; hasta diecisiete hermanos tiene, siendo él el tercer más joven. Desire había sido jugador de baloncesto y había llegado a jugar con la selección nacional. Su madre también había llegado a representar a su país, la República Democrática del Congo, la del otro lado del río. Con esas premisas, era imposible que Serge no saliera baloncestista. Recuerdo vivir el baloncesto desde que tengo memoria, porque mi padre y mi madre jugaban comenta.
![]() |
![]() |
Cualquiera se imagina bajo las luces cuando empieza a destacar en algún deporte. Bajo la atenta mirada de miles de personas que desviven su vida pendientes de uno. En lugares fastuosos, dignos de la épica y la gloria. A Serge no le importaba aquello. Sus primeros botes, canastas, rebotes y tapones fueron en pistas exteriores, en la calle o en la escuela. Apunta que no eran grandes pabellones y la verdad es que cuando era pequeño no pensaba en eso. En un momento de la historia baloncestística en el que la cantera está de moda, por un motivo u otro, por uso o desuso, por exigencia o descuido, se antoja imposible que ningún chico llegue a algo empezando a jugar, formalmente, a los quince años. Bueno, eso díganselo a él. A los 15 años empecé a jugar en un club, el Avenir du Rail en Brazzaville, y empecé a aprender de entrenadores mas anota que siempre tuve como referencia a mis padres.
A los siete años perdió a su madre, que falleció por causas naturales. En plena Guerra Civil, atroz reflejo de lo peor del ser infrahumano, tuvo que abandonar la capital congolesa por los disturbios. La democracia había sido un dulce demasiado empalagoso, y los principales pesos políticos del país, Lissouba y Sassou, querían volver a su bistec con guarnición y su postre edulcorado con olvido y opresión. Su padre, que tuvo la mala suerte de trabajar en el lado contrario al que debía, estuvo en la cárcel durante un año. Su abuela se convirtió en su nueva salvadora. Ella, y los diez hermanos con los que convivía.
Entre tanta actualidad de comodidad y queja gratuita, se agradecen los recuerdos escritos de Serge. Tuve una infancia feliz porque mi familia siempre me protegió. Somos una familia muy extensa y estamos muy unidos afirma, y aunque aclara que es evidente que los problemas sociales en el Congo, la guerra y los problemas que lleva, afectan a todos los niños de alguna forma, no duda en decir que nunca pensé en dejar de jugar. Tantos problemas alrededor no le fueron obstáculo, ni le cortaron las alas, sino que le sirvieron para crecer y buscar la sonrisa en el sonido de la pelota botando. Me ayudó a alejarme de los problemas que tenían algunos chicos de mi edad. ¡Era algo sin lo que no podía vivir, necesitaba jugar!
La exhalación de Brazzaville

Toda persona sueña. Consciente o inconscientemente. Con objetivos vitales o con cotidianidades. Toda persona piensa y en cada segundo de pensamiento se teje un hilo que luego hilará o no, conectará o no. El sueño más recurrente es la grandeza. Porque la vida es una maldición tan bendita y divina que suele parecer injusto terminarla sin dejar una huella. Es lo que Serge Ibaka quiso cuando tenía ya dieciséis años. Empecé a pensar en la posibilidad de ser profesional del baloncesto. El congolés había pasado por mil tristezas y alegrías, y tenía claro lo que quería hacer: salir del país, jugar al baloncesto y ayudar a su familia.
En 2006 fue seleccionado por su país para participar en el Campeonato de África sub18 que se celebraría en Durban, Sudáfrica. Bordeaba los dulces dieciséis, y allí daría el primer salto al futuro. Acabó siendo el máximo anotador del campeonato con 18,6 puntos, el mejor reboteador con 13,8 capturas, y el que más amedrentaba a sus rivales con 4,4 tapones por encuentro. Celestial fue su encuentro ante Mozambique: 17 puntos, 20 rebotes, 8 tapones y 4 robos. No pertenecía a aquel tipo de partido, a aquel nivel. Pero sí representaba a África: un cuerpo de ébano estilizado marcado por cicatrices, pero barnizado con esperanzas; unos brazos interminables como la alegría de la tierra africana y sus gentes; un liderazgo propio de un visionario. En aquel torneo fue donde Anicet Lavodrama, ex jugador y agente de You First Sports, le vio por primera vez. Se quedó prendado automáticamente, e informó a Pere Gallego cuando este le visitó en Ginebra, donde residía, para hablar de un proyecto de la Fundación You First.
Una imagen vale más que mil palabras, dicen. Y cuando se trata de un jugador del que poco se sabe, valen dos mil. De Serge Ibaka, en aquel entonces, no había más que los informes de Lavodrama. Aún así, Pere Gallego logró encontrar clubes de confianza para varios jugadores africanos (además de Ibaka, Eyenga que recaló en el DKV Joventut y Omori, que fue a parar a Girona) y ayudarles a comenzar su aventura.
Cinco años después, Gallego es uno de los padrinos españoles de Serge. Le recuerda con una graciosa anécdota. Fuimos a Congo en enero de 2008 para hacer los papeles de residencia en España recuerda. Los niños en la calle o en la cancha lo aclamaban; imagínate África, siempre lleno de niños por todos lados. Le gritaban cosas, le querían tocar y claro, le hablaban en lingala y yo no pillaba nada. Al cabo de un par de días me di cuenta que muchos niños al acercarse le gritaban yao yao yao y le pregunté a Serge ¿qué significa yao en lingala? y aún se está riendo dice ni idea, se lo tendrás que preguntar a un chino ., y le digo ¿cómo? y contesta claro tío ¡me llaman Yao Ming! rememora divertido. Resulta que como era el alto de la ciudad mucha gente le llamaba Yao. Increíble lo alargada que es la mano de Stern cuando quiere promocionar un producto. No le llamaban Dikembe, ¡sino Yao! Incomprensible para mi.
El descubrimiento fue demoledor. Porque no sólo resultaba ser un enorme jugador de baloncesto con una proyección sin fin, sino que además trabajaba día y noche para ser mejorar y demostrarse a sí mismo que los límites no existían. Realidad y ficción, en baloncesto, se funden. Es más, el baloncesto transcurre en aquel lugar, aquella línea imaginaria en la que realidad y ficción se juntan y nadie vislumbra la diferencia. Y aquello Serge lo tuvo claro desde el primer minuto; cualquier cosa era posible si trabajaba y se esforzaba. Por eso, cuando llegó al fin a España y los problemas administrativos amenazaron con apaciguar su espíritu, estuvo un poco frustrado.
Eran cosas que no podía controlar dice, y aprendí a preocuparme por las cosas que están a mi alcance solamente. Tenía sólo diecisiete años. Tras un breve paso por Francia, ya estaba en España. El primer problema: no sabía ni una sola palabra del idioma. Ni tan siquiera inglés. El lingala, lengua nativa del Congo, y el francés, eran los únicos códigos que podían salir de su boca. Al principio fue difícil, pero las personas que me rodearon en LHospitalet y mis agentes de You First, me ayudaron muchísimo y todo fue más sencillo con el paso del tiempo.

Aquel era el sitio, L'Hospitalet de Llobregat, un municipio catalán en el que empezaría a jugar algo más en serio. Ya no eran sus amigos en la calle, ni esos partidos de competiciones africanas en los que resultaba un gigante dominador. Y bien que lo notó: Cuando estaba en LHospitalet era un niño, empezaba a entender lo que es el baloncesto profesional. Pero vaya ritmo de aprendizaje.
Una pesadilla fría y desconocida
Como si se hubieran despertado violentamente de un sueño nervioso, con sudor frío en la frente y un mal cuerpo de no saber qué acababa de pasar. Así se quedaban los jugadores que se enfrentaban a Serge Ibaka. Pívots que le doblaban en edad o que le triplicaban en experiencia. Daba igual. Y eso que la pesadilla casi no llegó.
La federación de baloncesto del Congo apoyó la salida de un chaval que se estaba atreviendo a dar el salto más importante de su vida, y fue clave para que la FIBA le diera un transfer a Serge comenta Pere Gallego.
Quería hacer del baloncesto en su sangre seguro económico para su familia. Por eso, a cada balón que maltrataba con un tapón, a cada salto de guepardo para capturar una bola, se le debía añadir el elemento interpretativo del ahora o nunca; había que triunfar o volver. Como diría años más tarde ante las cámaras de Informe Robinson, cuando entrenaba tan fuerte allá me decían: ¿para qué te esfuerzas si a los 25 años estarás aquí, como nosotros? Pero él nunca fue uno más.
En marzo de 2007, la pesadilla aterrizaba en España. Se estrenó en los partidos de la liga junior catalana, pero después no le dejaron jugar el Campeonato de España por la falta de transfer. Tuvo que esperar hasta verano para volver a jugar. En junio disputó el Circuito Sub20 en las filas del DKV Joventut en calidad de invitado. Estaba hecho: Serge comenzó a rugir su historia, a avergonzar al destino y al sino sin tino.

Firmó varios partidos que le valieron para proclamarse MVP de la semana, como por ejemplo en la jornada 21, cuando anotó 27 puntos, capturó 11 rebotes y despachó 4 tapones ante el, por entonces, Alicante Costa Blanca. Era un rival que luchaba por el ascenso, que aspiraba a ACB, y Serge quiso dejar claro que él también podía estar allí.
Hoy recuerda LHospitalet y Manresa con un profundo cariño. Son mi segunda casa. Todavía recuerdo el piso dónde vivía con Quino Colom en Hospitalet, o el restaurante Cal Manel en Manresa, donde comía cada día y donde me quieren mucho. Cataluña seguiría disfrutando de él, pero la LEB Oro le diría adiós en sólo un año. Para la temporada 2008/09, África estaba más fuertemente representada en la ACB. Por un orgullo de Brazzaville, un disparo de ilusión y un trabajador incesante que buscaba el puño de la gloria. Con el Manresa tuvo ante sí el reto más importante de su carrera. Muchos habían oído hablar de él, pero pocos se fiaban de las categorías inferiores. Para él fue un nuevo escalón, una nueva exigencia.
Cada paso es un poco más exigente. He tenido la oportunidad de subir un peldaño cada año desde que llegué a España: de junior a LEB, de LEB a ACB y de ACB a NBA en cuatro años. Cada etapa me ha servido para evolucionar, dentro y fuera de la cancha. Un caso poco común, pues las dudas suelen apoderarse del jugador en algún año; nadie es de hierro. Salvo quien lo es. Ya en ACB, en Manresa, aprendí lo que significa de verdad el baloncesto y en la NBA tuve que hacer una nueva adaptación a otro país y a otra competición, muy exigente.
En su única temporada en ACB, logró la permanencia con una gran temporada y demostró lo que valía, se convirtió en un manresano más. Tanto, que durante la temporada ACB le pregunto a mi agente cada semana por el Manresa, si tienen problemas, si ya están salvados sólo tengo buenos recuerdos de esa época, pero no es una época pasada, mi vínculo con el país nunca se ha roto. Un país que le enorgullece, con el que se debe en deuda, y al que espera devolver todas las alegrías, algún día, representándola en algún gran torneo. Siguen los vínculos muy presentes, de sangre. No es una metáfora, sino la realidad: su hermano Igor juega y vive en Manresa desde 2008.
Logros divinos como cotidianos
En el verano de 2008, antes de fichar por el Manresa, fue seleccionado por los Seattle Supersonics en primera ronda del draft, en el puesto 24. Aquel chaval que había salido del Congo tenía ante sí un jugoso contrato con el que podía hacer millones de dólares. Dinero, uno de los grandes objetivos por nunca haber podido disfrutar de él. Pero rechazó la ocasión. Necesitaba aprender lo que es ser un jugador profesional admite. Tuvo la suficiente sangre fría, la suficiente cabeza, como para pensar en potencia, y no en acto. Sentía que debía ir a la NBA más preparado, y no me importó renunciar a jugar a la NBA y al dinero garantizado que significaba, una decisión que quedó demostrada como acertada. No por su rendimiento NBA, sino por su año en Manresa. El Manresa es un club pequeño, en una ciudad pequeña, era el entorno ideal para aprender. Jaume Ponsarnau y su staff, los compañeros, todo el entorno fue clave para mí. Hubo momentos muy duros. No jugaba al principio y fue difícil. Pero sabía que había motivos y que era positivo y necesario para mí.
Fue, entonces, en 2009 cuando el primer jugador de la República del Congo aterrizó en la NBA. No tardó nada en adaptarse; para no variar. Mi objetivo era jugar en la NBA y ser un jugador importante. De la misma forma que renuncié al contrato que me ofrecían los Thunder después del draft en el verano del 2008, porque no estaba preparado, pensaba que al año siguiente debía dar el salto porque cuando antes empezara la adaptación sería mejor. Insistió como un puño arriba en busca de la revolución, como un grito de aliento para aquellos que nunca se rinden. Y lo consiguió, a pesar de que mucha gente cree que en la NBA los jóvenes no pueden mejorar y progresar, pues depende de tus ganas de trabajar y de tu esfuerzo.
Sus primeros pasos en la NBA no fueron fáciles. Si no lo suelen ser para un jugador que sale de la NCAA y que está acostumbrado a aquella vida, más difíciles iban a resultarle a alguien que ni tan siquiera sabía inglés. El inicio en la NBA no fue nada fácil tampoco, pero sí que conseguí jugar bastantes minutos en la segunda parte de la temporada y hacerme un sitio en el equipo. Un sitio que le permitió jugar sus primeros Playoffs de la NBA ante Los Angeles Lakers en una primera ronda épica que los de oro y púrpura lograron llevarse en siete partidos.
En esta segunda temporada ha seguido elevando el listón. Sus Thunder lograron colarse en la final de conferencia, donde cayeron ante los Dallas Mavericks de Dirk Nowitzki. Ibaka, entre los nombres de los grandes. En fase regular promedió 9,9 puntos, 7,6 rebotes y 2,4 tapones. Fue titular en 44 partidos y participó en el All Star, tanto en el concurso de martes como en la exhibición entre novatos y jugadores de segundo año. Comenzó los Playoffs a toda velocidad, pero las lesiones lastraron su rendimiento. A pesar de ello, acabó con 9,8 puntos, 7,3 rebotes y 3,1 tapones en 17 partidos, en los que fue titular siempre.
La pregunta que se le debe hacer al hombre sin límites: ¿hasta dónde llegas? Espero llegar al máximo de mis posibilidades. Quiero mejorar cada temporada, no estancarme nunca. Ganar un anillo es un objetivo ambicioso pero real. Primero, como siempre, piensa en equipo. Ningún egoísmo, ninguna primera persona que se anteponga al bienestar común. Sin hipocresía tampoco. Por eso habla de hipotéticos premios individuales. Los premios individuales son menos importantes, pero si tuviera que elegir me gustaría algún día ser jugador con mayor progresión o jugador defensivo del año.

Los Thunder son una de las franquicias del futuro, destinadas a romper el NBA establishment de Lakers, Celtics, Spurs, No es para menos cuando vemos a Russell Westbrook, James Harden, Eric Maynor y Kevin Durant. El espigado alero de la Universidad de Texas nos devuelve, con su delicadeza en la cancha, a los mejores años del baloncesto estadounidense. Perfila el aire, maravilla al balón y acaricia la canasta. Para Serge, ese genio es también un gran chico, tranquilo y agradable. Buen compañero y buen líder. Tiene todo el talento del mundo pero además es un trabajador incansable. Por eso es uno de los mejores jugadores del mundo. Además, es uno de sus mejores amigos dentro del vestuario: Nos llevamos muy bien y es un orgullo estar en su mismo equipo y luchar juntos por los mismos objetivos.
Ecos del Congo
Quién mejor que Serge Ibaka para explicarnos cómo es la República del Congo. El Congo es un país en vías de desarrollo, tiene una extensión un poco menor que España y es muy bonito. Tiene grandes extensiones dominadas por la selva y una fauna muy diversa: hay elefantes, gorilas, hipopótamos, etc. ilustra orgulloso de sus raíces, su tierra y su gente. Es un país que tiene potencial turístico que espero que se pueda desarrollar como han hecho muchos otros países africanos. Es un país que está orgulloso de su identidad. Poco a poco mejoran muchas cosas pero todavía queda camino.
Ya no es un jugador de baloncesto que logró salir del Congo. Ya no es un jugador que consiguió jugar en España, incluso en la ACB. No es, tan siquiera, un jugador que llegó a la NBA. Es todo un hombre del que todos hablan en Estados Unidos y que se ha ganado, a base de tapones y rebotes, un puesto entre los mejores jugadores defensivos de la mejor liga del mundo. Pero sigue siendo el mismo. A casa intenta ir cada verano si es posible. Imposible olvidar. Este verano iré en junio para ver a mi familia y para el campus de baloncesto que organizo con la NBA y adidas y para un proyecto de ayuda a un orfanato que cuanta con el apoyo de UNICEF. Estoy muy ilusionado con estos proyectos porque la situación del país es estable pero necesita mejorar en aspectos básicos como la educación, la sanidad y las infraestructuras, por eso creo que es importante volver y ayudar en todo lo que pueda apunta.
Ese campus, el Adidas Ibaka Basketball, es un reflejo del tipo de persona que es Serge Ibaka. Su discurso no es uno sin saliva, ni su propuesta una de política. Su compromiso con el Congo y con África es serio, eterno. Y él interpreta que así no debería ser sólo el suyo, sino el de todos los profesionales del baloncesto africanos, que deben estar involucrados en la evolución del deporte. Ayudar localmente para que globalmente cada país pueda traducir su potencial en resultados. Que los chicos tengan oportunidades de entrenar bien, que los entrenadores también estén bien formados.

Es imposible no encontrar el paralelismo entre la sociedad africana y su baloncesto (de ahí nace, en gran medida, esta serie), por lo que Serge habla sin media voz. El deporte y el baloncesto deben servir para integrar y cohesionar a la gente, y los profesionales tenemos la obligación moral y la responsabilidad de implicarnos. Personalmente, hago los Adidas Ibaka Basketball camps en Congo y otros países africanos para dar la oportunidad a muchos jóvenes, no sólo para ir a otros continentes a jugar como hice yo, también para formarse y ser una influencia positiva en sus comunidades.
Se ha pasado 21 años luchando por su familia. Toda la familia africana. Ahora no es momento para descansar, sino para aprovechar la coyuntura del esfuerzo y convertirse en alguien mejor mientras convierte a África en un continente mejor. Que la justicia histórica llegue, al fin, a la fuente del ser humano.
La leyenda de Serge Ibaka
El anciano tose dos veces, y los niños acuden como un enjambre de abejas a su encuentro. Dejan la sombra de aquella gigante estatua del jugador más famoso de la historia de Brazzaville y del Congo, y se cobijan en las del fuego, casi marchito. El viejo sigue hablando. Humilde. Agradecido a Dios por las oportunidades que me ha dado en esta vida y con el objetivo de no estar nunca satisfecho conmigo mismo, de seguir progresando siempre, dentro y fuera de la cancha relata. Así se describió Serge Ibaka una vez, cuando le preguntaron cómo era. Fue cuando ya era una estrella.
Pierde la vista en el horizonte. Uno de los niños, embelesado por la oratoria del mayor, pide más, como un adicto a las palabras. Abuelo, ¿pero hasta dónde llegó? No puede evitar la sonrisa. Recordaba la leyenda de Serge Ibaka, que su abuelo, muchos años atrás, le había contado de igual manera que él ahora la contaba a sus nietos. Hasta donde quiso. Llegó hasta donde quiso Aquella era la moraleja. Con su vida quiso decir: África, todo es posible.