Randolph eclipsa el Miudiño
No es un mito, no es una leyenda, no es una hipérbole, no es una exageración. El Miudiño existe, como existen las mañanas de sol y playa o las tardes de sofá y manta. El Miudiño es algo más que un cántico, es algo más que un himno. Comunión casi mística, para motivar o para asustar, un "You'll never walk alone" a la gallega que emociona al más frío e impulsa al más tranquilo.
Tenía que ser Vasileiadis, todo corazón desde los días en los que ponía Europa a sus pies como júnior, el que estrenase el luminoso en uno de las noches más esperadas por la afición obradoirista, que pronto vio como el Real Madrid no venía a Santiago de vacaciones. Ni siquiera de pretemporada. Cada año es lo mismo. Las mismas preguntas en las ruedas de prensa, los mismos artículos en el periódico. Ese viejo "¿este año sí?" a la hora de cuestionar si, el que lo ha ganado todo, acaso puede pecar alguna vez de falta de ambición o hambre.
Que le pregunten a Randolph, imponente su puesta en escena. O a un Taylor que se colgaba con rabia del aro para darle desde muy pronto el mando del choque al Real Madrid tras el parcial de 0-7. Randolph, otra vez él, establecía un peligroso 4-12 para los intereses locales en el ecuador de un cuarto que finalizó en esas latitudes (12-20), pese a los intentos de Navarro y Spires por escapar de la tormenta.
El anfitrión activa la caldeira
Los de Laso ya van con inercia. La inercia de una época gloriosa que arrancó hace ahora siete años y que les permite no temblar incluso cuando la situación, de repente, se le vuelve incómoda. Y es que el anfitrión, pese a su desventaja, transformó el escenario desde su defensa y se animó a algo más que resistir con varios destellos en ataque
Spires machacaba, Pozas elevaba el ritmo y Stephens se presentaba en sociedad con un par de triples consecutivos para que la caldeira volviera a hervir (23-28) en el ecuador del segundo acto. La telaraña defensiva de los locales impedían al actual campeón liguero anotar con la fluidez de antaño, viviendo de su superioridad en el rebote y sus segundas oportunidades.
Sin embargo, cuando Hlinason creía construir un partido nuevo tras su enceste (29-32, m.18), el Real Madrid aprovechó para hacerle ver a su rival que la final ya tenía nombre y apellidos. A golpe de destellos, a golpe de parciales, sí. Pero qué destellos. Pero qué parciales.
Dos parciales decisivos
De Taylor a Deck pasando por Llull. El Llull en blanco y negro, el Llull en color. El previo a la cruel lesión, sí, y también el posterior, con las mejores sensaciones posibles para soñar que aquel maldito 9 de agosto de 2017 jamás existió en su vida.
La estrella madridista, estético en la forma, efectivo en el fondo, lideró un 0-7 en cuestión de segundos (29-40, m.19) que echaba por tierra todo el buen trabajo de los gallegos en ese segundo cuarto. Nadie pudo cambiar lo que Sergio había decidido. Ni los 5 puntos finales de Sàbat para el 34-40 del descanso, ni la canasta inicial de Obst en el tercer cuarto para ponerse a 4. El encuentro estaba en manos de Llull y el base, caprichoso, decidió que para qué estirar la emoción con una final al día siguiente.
Dos individualidades del balear alejaron para siempre al Monbus Obradoiro. El 2+1 de Causeur y el triple de Randolph confirmaron el incendio. Otro 0-10 en un suspiro, elevado hasta el 2-15 (38-55, m.24) tras la enésima genialidad de Llull para sellar el pasaporte. Después de tres años seguidos cayendo a las primeras de cambio, el Real Madrid ya se veía en la final de Supercopa Endesa.
De la exhibición al orgullo
No hubo más partido en esos 16 minutos finales, en los que cada acción positiva blanca suponía una nueva máxima en el luminoso. Tavares saludaba con doble tapón junto antes de una doble canasta para el +20 (41-61, m.28), Causeur acertaba desde el 6,75 y Ayón elevaba la renta blanca hasta un impensable, pocos minutos antes, +26 al término del tercer periodo: 42-68.
Sar ya no rugía, si bien su aliento, en mitad del naufragio, sonaba aún más atronador por las circunstancias. Daba igual que Deck llevase al choque hasta la frontera de la treintena (42-72, m.32), que ahí estaba la afición santiaguesa para responder con un incesante "Obra, Obra" que contagió de orgullo a los suyos.
De la mano de Sàbat, todo amor propio, el anfitrión logró convertir la paliza en derrota honrosa (61-81), que hacía más llevadera la ilusión truncada de un equipo que quizá debería recordar que también una vez el Granca debutó vapuleado delante de los suyos en esta competición... años antes de vestirse de campeón. El Real Madrid, ya con cuatro en la vitrina, sabe bien lo que es hacerlo. Repetir, su obsesión. Un campeón nunca se cansa de ganar.