La nueva genética escogida, derramada ya hoy en pequeñas dosis por todo el globo, se apresura a proveer todos los escenarios deportivos de auténticos superhombres, atletas cuya fisonomía carece de precedentes en la múltiple antropología del pasado. Resulta indudable que cada vez son más frecuentes los casos de prodigio físico en el vasto planeta del Deporte.
El rendimiento cardiovascular del ciclista americano Lance Armstrong continúa siendo para los expertos un portento de la bioquímica operativa, aquella que sí entendió por el contrario que la hiperoxigenación torácica de Indurain le predestinaba al éxito. Las extremidades inferiores del nadador australiano Ian Thorpe (1.95, 100 kilos, calza un 52) le procuran una complexión anfibia que convierte a sus largos de piscina en platos de apenas 25 brazadas, diez menos que las de cualquier oro precedente. El centro de gravedad del croata Ivo Karlovic (2.06) es el más alto de todos los tiempos para un tenista diseñado para ser un destroyer en el saque directo al hilo de su maestro Ivanisevic. La brutal potencia de hélice en el hit del dominicano Sammy Sosa, aun con la reciente trampa de su bate, no tiene precedentes en el mundo del béisbol, y casos igualmente recientes son los del atleta Michael Johnson, cuya prodigiosa frecuencia de carrera (de zancada ultracorta) sólo es comparable a los 40 litros de sangre bombeados en hora y media de ejercicio por el corazón de Michael Jordan cuando rara vez se superan los 25.
En un reciente estudio del equipo científico dirigido por el especialista en bioquímica muscular Tim Noakes, se evidenciaba la notable superioridad en el rendimiento de la generación actual de deportistas en relación a la precedente. La dramática evolución de la arquitectura muscular permite ahora retardar el llamado 'tiempo de instauración de fatiga' por un mejor diseño en la arquitectura de los enzimas motores.
Pero en el caso del Baloncesto, se añade a este factor endógeno otro muy particular que viene representado por la presencia cada vez mayor de una genética gigantoide. A los extraños fenómenos que personalizaron Wilt Chamberlain, Ralph Sampson o el mismísimo Shaquille O'Neal, sobreviene ahora un aluvión de prototipos colosales de dinámica viva (Nowitzki, Ming, Milicic) cuya presencia masiva en apenas dos décadas convertirá las canastas en papeleras de recreo cuestionando las mismísimas dimensiones del juego. Y es que el proveedor ya no resulta deficitario por el surtido de un solo país; el proveedor es ahora el superávit del planeta entero: sólo en China hay debidamente registrados más de un centenar de jugadores por debajo de los veinte años y por encima de los siete pies de un muestrario en torno a doscientos millones de practicantes.
En noviembre, la NBA se apresta a recibir con sus mejores galas a Lebron James, el caso más descollante de jugador total que han dado las cosechas jóvenes desde Magic Johnson en 1979, allá cuando el propio Magic ya representó una ruptura de las bases físicas del juego. Pero surge aquí una pregunta en torno a este proceso imparable. ¿Qué lugar ocupa Lebron James en todo esto? 'Tiene presencia como miembro de esta genética superior que dominará la NBA en poco tiempo? 'Es ese el motivo que le convierte en un niño profesional?
Afortunadamente no. Lebron James no es un superdotado físico al estilo de estos casos precedentes; es para mayor gloria suya y del Deporte un superdotado de talento, puede que el mejor jugador de High School que haya dado jamás el Baloncesto en Estados Unidos. Podría convenirse incluso unirle a Drazen Petrovic en representar los dos casos superlativos en alcanzar a una edad tan temprana, cada uno en su lado, un desarrollo del juego impropio para su edad e incluso para cualquier otra. En ambos casos, no se atiende tanto al tiempo en que florece el Juego como al potencial irreconocible del mismo a tan corta edad.
James mide dos metros y tiene 18 años. Crecerá algo más pero no representa ninguno de los casos citados. Más allá de la 'pulsión física' (O'Neal) y la 'técnica' (Petrovic), parece anidar Lebron en un estadio superior de origen, un modelo difícilmente alcanzado por otros jugadores (Magic, Bird, Jordan) y sólo tras muchos años de esfuerzo: la 'pulsión de juego'. No se exagera al decir que al igual que Earvin Johnson en Lansing, la polivalencia de James en el Instituto (un juego de niños) ha repartido su registro técnico en cinco posiciones distintas como si hubiera habido veinte. No se trata tanto de que Bron haya campado a sus anchas por el parqué colegial como que otros muchos, vamos, nadie, lo haya logrado con tal nivel de superioridad en un espacio tan prematuro y corto de tiempo... sin ser un gigante. Recientemente los internautas cuestionaban esta consideración recordando mitos del tipo Alcindor o Big O. Aun habiendo cierta lógica en la discusión, no es difícil alcanzar a ver que Lebron es mucho mejor jugador que ellos a su edad. Cuando el 'Power' Alcindor humillaba en 1965 a los chicos de Rice en NY, lo hacía un gigante sobrado en un repertorio de juego elemental' y con ello bastaba. Cuando el 'Crispus' Robertson arrasaba con un 31-0 en el estado de Indiana del 56, lo hacía un jugador extraordinario, el mejor highchooler del momento, pero conviene aquí ser tan solidario con la diferencia de épocas como justo en la distancia que las separa' con el Baloncesto por camino (el bote de cualquier joya anónima del Streetball resulta ya de mayor calidad que la del mejor Bob Cousy). Todo el diseño psicotécnico de James, un hijo del siglo XXI, es infinitamente mayor, más depurado, más sofisticado, e incluso más maduro que el de cualquier modelo precedente.
Por ello, contra esa nueva genética colosal que pronto invadirá el Baloncesto, contra esa tendencia arrolladora que puede hacer tambalear sus cimientos, aparece ahora Lebron como un soplo de aire fresco (un huracán cabría decir), una prodigiosa realidad para salvar a la propia NBA ('Lebron will be a miracle for us', Stern dixit) en calidad de 'elegido'. Y siendo como es un jugador único, superlativo, de los que pueden surgir apenas uno en períodos de medio siglo, merece la ocasión dedicar a su figura en potencia varios artículos de los que toma hoy éste reclamo de entradilla.
Y se harán atendiendo al mayor número de variables en el menor espacio posible (sin perder por ello rigor): Bioquímica muscular, Perfil técnico individual, Combinados de juego y Fenómeno macroeconómico. Porque el fenómeno Lebron lo es en toda su extensión: un insólito detonante de juego explosivo basado en una combinación altísima de talento y destreza cuyo desarrollo viene para colmo impulsado por un exceso de testosterona de pura raza. ('I've just got the burning desire to win, and my intensity is just a lot higher than a lot of athletes', Bron said). Y dice la verdad.
No se pretende con la serie invocar el futuro dominio de una nueva era que tendría en King James al nuevo monarca como tampoco se busca convertir al 'NBA BasketBALL' venidero en un 'NBA BasketBRON' a su medida, sino elaborar un mapa del jugador por lo que siendo ahora' puede llegar a ser en un futuro muy cercano, alguien muy grande, puede que el más grande de todos los tiempos y esto no se dice cada día.
Gonzalo Vázquez
ACB.COM