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Miguel Ortega: El cisne de Randers

Es un cuento de Andersen el de aquel niño prodigio que tras ser internacional y bicampeón de España Junior, emigró a Dinamarca para encontrar su suerte en el Randers Cimbria. Allí, reina las asistencias en la primera división danesa, suena para el All Star y encandila a sus 21 años. Disfruta su valiente historia

  
“Si encuentras un destino, si encuentras el camino… tendrás que irte a ese lugar”


Redacción, 24 Ene. 2013.- Miguel miró a un lado y a otro, nada más aterrizar, con sus pantalones vaqueros cortos y camiseta más propia de agosto andaluz. Dinamarca no perdona. Mientras tiritaba, se montó en el coche de su nuevo entrenador y observaba, como si fuera un niño, su nuevo destino. Se veía en las casas, en el paisaje, en las caras de la gente. Todo era diferente. “Ya no estás en España, chaval”, se dijo a sí mismo.

Del aeropuerto a su piso, en la ciudad de Randers. Tenía hambre. La nevera, vacía. Aquella noche, Miguel Ortega acabó cenando en un McDonald’s que encontró en el barrio. Mientras comía, solo, a tantos kilómetros de La Línea, rodeado de extraños, horas después de despedirse de su familia y amigos, se preguntó al fin… “¿cómo diablos he llegado hasta aquí”?”



La tormenta que le convirtió en ganador

Al pequeño Miki le gustaba demasiado el fútbol. Enamorado del Betis, con el balón en los pies no lo hacía nada mal, pero un día se enfadó con su entrenador y decidió cambiar de deporte. Sería tenista. La casualidad quiso que, cuando se se dirigió dispuesto a apuntarse, estaba lloviendo y se suspendió la clase, por lo que se decidió por el baloncesto, que para eso el pabellón estaba cubierto. Esa lluvia le cambió la vida.

Creció desde el principio en el equipo de su ciudad, el Unión Linense, con el que cuál mantiene hoy un vínculo muy estrecho. Un buen día le llamaron para la selección de Cádiz y otro para la de Andalucía. Ahí le descubrió el Unicaja, su casa desde los 14 años, desde aquel verano de 2005.

Base zurdo, cómodo como escolta, penetrador, incisivo y hambriento, su desparpajo sorprendió en Los Guindos y muy pronto ilusionó. Brilló en el Torneo de Tarrasa y dinamitó el campeonato de Andalucía Cadete, con 35 puntos y más de 40 de valoración en la final, el primer partido que le marcó profundamente.

Jamás olvidará Miguel Ortega la vez en la que su madre le llamó para anunciarle que estaba convocado por la Selección Española, con la que disputó el Europeo Sub-16, en 2007. Allí, con los Franch, Lorenzo, Alvarado, Jodar, Creus, Llovet, Guigou y compañía, se convirtió en una pieza importante, destacando especialmente en semifinales, donde anotó 11 puntos para eliminar a la Turquía de Enes Kanter. Solo la Serbia de Musli le pudo despertar de su sueño en la gran final, quedándose a un maldito punto (56-55) del oro.

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Tras eso, otros dos años muy positivos con el Unicaja, con el que conquistó el Campeonato de España Junior en Almería, una de las mejores sensaciones de su carrera. Al año siguiente, en el que dio el salto a la EBA para promediar 12 puntos en el filial malacitano, volvió a ser pieza importante en aquel Unicaja de Lima y Fall, sentenciando el Campeonato de España Junior de Vitoria 2009 con un triple clave en la recta final. “Recuerdo sensaciones preciosas, hicimos historia. En el segundo no perdimos un partido oficial en todo el año pero en el primero la sensación era nueva”.

Con 18 años, bicampeón nacional y con su plata continental, su camino y el del Unicaja se separaron en ese momento. Ortega voló a Ourense, de la LEB, aunque tras jugar solo tres minutos en un partido durante las primeras once jornadas, fue al Saturtzi de la LEB-2, donde tampoco terminó de despegar, con pocas oportunidades y 2,6 puntos de media.

Emigrante desde los 13 años, tocó volver a hacer las maletas, volviendo a tierras gallegas, para jugar en el AD Xiria, vinculado al Básquet Coruña. En el equipo de Carballo se desmelenó en ataque (17 puntos por partido, 20,6 de valoración), acabando como mejor base y MVP de la competición. Sin embargo, su mejor recuerdo, las pinceladas que trazó en el “equipo de arriba”. “Tuve un encuentro muy bonito. Se jugaba el Básquet Coruña el descenso a EBA y, sin haber disputado ningún minuto, salí en el último cuarto con el partido empatado para meter dos triples consecutivos y romper el partido. Era mi manera de reivindicar el trabajo”.

Pese su brillante temporada, no abandonó la EBA en la siguiente campaña, enrolándose en las filas del CD Estela. En Santander promedió 10,4 puntos, 4 asistencias y 13 de valoración, disfrutando en la ciudad y en el equipo, aunque sin la guinda del ascenso a LEB Plata. Supuso una despedida agridulce. Supuso el inicio de otro reto.

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La Corona de Jutlandia

Había dirigido el campus de La Línea, un honor para él. Aunque aún se preguntaba cuál sería su futuro. Un buen día, Frank Naundrup, ex jugador danés de baloncesto residente en Marbella, se puso en contacto con él para hablarle de la opción de recalar en el Randers Cimbria, de la primera división del país. Le pidieron estadísticas y vídeos y, tras un tiempo pensándoselo, al equipo le convenció la idea. Y a Miguel Ortega, también. “Acepté de cabeza. Tenía una pequeña frustración dentro de mí por no conseguir una oportunidad en España, sabiendo que podía demostrar que valgo para jugar en categoría profesional. No tuve ninguna duda e hice las maletas”.

Anunciárselo a los suyos no fue complicado. Como dijo una vez, lo único que cambia es el tiempo de avión. “Llevo desde los 13 fuera de casa. Lógicamente no es lo mismo una ciudad española que cruzar media Europa para jugar, pero una vez estás acostumbrado a estar lejos de casa se hace más fácil decirlo. Era una oportunidad deportiva única y también cultural”.

El 26 de agosto comenzaba su odisea. Llegaba a un equipo recién ascendido a la categoría, un club nuevo, con solo 4 años de historia por la desaparición por problemas financieros del otro club de la ciudad. De tercera a primera en tiempo récord. Y que ya tenía su propio aroma andaluz. Damián Jiménez, un alero de Estepona que pasó por Tarragona, se quedó en el club tras convencer en una semana de prueba.

Con él rozando los 20 puntos por partido, el equipo ganó una veintena de partidos seguidos que les llevaron hasta la élite, en una competición que ambos jugadores definen con un nivel entre LEB Oro y LEB Plata. 27 jornadas, 3 contra cada equipo, emitidas por el canal DK4 para todo el país. “Es una liga más física que la española aunque menos táctica. Hay un nivel de americanos muy bueno y el estilo es NBA en el sentido de contraataques, ataques rápidos, bloqueos directos para 2x2. A mí me viene como anillo al dedo por mi forma de entender el baloncesto, que es corriendo y moviendo la bola rápido”, asegura Miguel.

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Nada más aterrizar, el jugador se sorprendió por todo lo que vio. “El quinteto es muy fuerte, con un escolta, Chris Nielsen, que viene de ganar dos veces la liga y un pívot, Bonell Collas, que fue MVP hace tres años”. Las instalaciones, también. “Jugamos en el Skyline Arena y hay dos pabellones dentro. Uno muy grande que se usa para partidos importantes y otro más pequeño que es el utilizado a diario. Tienen calefacción y se agradece en un país tan frío “.

El de La Línea no tardó en encontrar su lugar. Su rutina, la de cualquier compañero. Se levanta, va al gimnasio, hace la compra, cocina mientras ve alguna serie de las que le gustan. Aunque sea un capítulo repetido por enésima vez de Lo que se avecina o Big Bang Theory. Tras la comida se pone con los libros de su carrera –estudia Psicología por la UNED-, descansa un rato y vuelta a entrenar. Después, cena y alguna película antes de dormir. “Lo bueno aquí es que las ponen en versión original y no tengo problemas con el inglés. Todo el mundo lo habla y mejor, porque el danés es demasiado difícil y no tengo mucho tiempo para aprenderlo”. Cuando tiene un hueco, se despeja por las calles de la pequeña ciudad de Randers, la Corona de Jutlandia, de unos 60.000 habitantes, conocida por su zoo tropical. Allá donde en verano los días comienzan a las 5 de la mañana y a las 10 de la noche el sol se despide tímido. Allá donde en invierno el menos precede cualquier cifra de temperatura y las noches son eternas.

“Es bonita, acogedora y tranquila para vivir”, explica. “Puedes ir andando por la calle y no escuchar nada cuando hay muchas personas caminando. La vida aquí es Dinamarca es algo distinta a la española. La gente cena a las 6 de la tarde y almuerza a las 12. Los comercios abren a las 7 de la mañana algunos y todos abren los domingos. Además, Randers tiene casas muy bonitas, un centro comercial alejado del centro y una biblioteca enorme dentro de él. Cuando tengo días libres aprovecho para ver cosas de la ciudad, ir al cine o escaparme a otra ciudad cercana, Aarhus, más grande y con más cosas para pasar la tarde. Hay ciudades cerca de aquí con ambiente universitario, así que cuando necesito despejarme y dar una vuelta cojo el tren y paso un buen rato con aficionados que estudian allí o compañeros de equipo”. La gastronomía ya es otra historia: “Soy muy de A, B y C para comer, muy malo para comer por ahí y no me salgo del menú al que estoy acostumbrado. Me dicen que se come bien así que algún día tendré que probar”.

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Su alegría la traslada a la cancha. Cómodo con sus compañeros, Ortega se sintió desde su llegada muy arropado, bien acogido por todos. Con su propio patrocinador privado en la camiseta, el jugador se mimetizó pronto con el estilo de juego del país. Aunque a su equipo le costó arrancar, pagando la novatada del estreno con 5 derrotas de inicio. Sin embargo, la visita del Bakken Bears, campeón en 9 de las últimas 10 ligas daneses, cambió el rumbo del conjunto. Con Miki como referente. Aquel día lideró con 21 puntos, 11 asistencias y 31 de valoración a sus compañeros para tumbar por 30 al favorito y empezar una dinámica positiva que aún dura.

El Randers Cimbria ha vencido ya está con 9-11 en la tabla y mira hacia arriba, tras vencer 6 de sus últimos 7 partidos. Este miércoles, 12 asistencias con su firma sirvieron para otra victoria y para que el linense recuperase el trono de las asistencias de la competición. Nadie reparte más -7,3 de media- que él. Además, promedia 13,7 puntos, 3,5 rebotes y 15,8 de valoración, siendo titular, a sus 21 años, en todos los choques. La apuesta le salió bien. “Fue un sacrificio por el bien de mi carrera el irme tan lejos a jugar pero yo estaba seguro de que valdría la pena y así lo está siendo. Estoy demostrando lo que quería, liderando asistencias en el país y siendo uno de los que más en las primeras ligas de Europa. Estoy muy contento por haber dado este paso”.

Quiere más. “Este equipo le puede ganar a cualquiera y espero llegar en forma a Playoffs porque estamos ilusionando a esta ciudad. Quiero que sea algo histórico para Randers e inolvidable para mí. Si llegamos a la final conseguiremos un puesto para la Eurochallenge y creo que tenemos serias opciones. Tuve momentos de bajón cuando no me llegaban oportunidades y veía cómo se iba otro año sin poder subir de escalón. Incluso pensé en dejarlo. Pero me gusta demasiado este deporte y tengo demasiado orgullo, lo que me trajo hasta Dinamarca. Por muchos golpes que me llevé por expectativas no cumplidas seguí trabajando y hoy está dando sus frutos”.

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Rápido, altruista, líder y experimentado para su edad, con gran lectura de juego e intenso en defensa y con el techo aún lejano, el electrizante juego de Ortega ha calado en la ciudad. Caprichos de la vida, su primer autógrafo se lo pidió un niño con la camiseta del Sevilla. ¡A él, bético hasta la muerte! Es ya una costumbre. “La gente conoce cada vez más al equipo y se va llenando el pabellón. Es agradable que me traten con tanto cariño y bonito que se ilusionen con lo que haces. Tras cada encuentro, tenemos a 100 niños rodeándonos para pedirnos autógrafos y fotos y algunas veces ya me han parado por la calle y todo. Esto hace tener más compromiso diario en el trabajo, que no cuesta con recompensas así”.

Aunque para premio, el que le puede llegar el próximo 10 de febrero. Será el All Star de Aalborg, con los mejores jugadores de la parte Este y Oeste. Cada equipo tendrá 7 jugadores elegidos por los aficionados y 5 por los entrenadores. Ortega no confirma nada pero sonríe. “Aún no es oficial, pero habrá noticias pronto. Y son muy buenas”. Sería otro capítulo más de su particular cuento de hadas.

El anhelo de ser profeta en su tierra

Randers no era Málaga. Ni Ourense, ni Santander. Qué complicado era recibir visitas. Él quería vestirse de anfitrión con sus amigos pero todos estudian y no resulta sencillo una escapada. Por eso, la alegría de Miguel fue mayor cuando sus padres aparecieron allí en noviembre. Al mes, él les devolvió la visita. “Fueron las mejores navidades de mi vida”.

Fueron solo dos semanas para resumir mil historias y anécdotas, aunque pudo encontrar tiempo para una excursioncita desde La Línea a Málaga para ver el Unicaja-Barça Regal. La pasión manda. “Sigo bastante la Liga Endesa, me gusta muchísimo el baloncesto y tengo amigos y ex compañeros en la categoría. Cuando les veo me alegro por ellos porque se lo merecen también, sé que trabajaron mucho desde críos y han tenido su recompensa. Tengo envidia sana porque a mí me gustaría estar. Sinceramente, siento la ACB más cerca que el año pasado. Me veo pronto dentro de ella aunque mi objetivo no es llegar a ella sino mantenerme. Creo tener el potencial necesario para conseguirlo y estoy demostrando que puedo jugar a un nivel alto en una liga profesional y que si me dan oportunidades, respondo. Está muy complicado llegar a la Liga Endesa, pero confío en mi trabajo y en mis posibilidades”.

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Ortega habla con la madurez de un jugador de mucha más edad, con una curiosa mezcla entre mantener los pies en el suelo y aspirar al mismísimo cielo. Con la plata del Europeo Sub-16 colgada en la pared y los dos campeonatos de España junior conquistados en la retina, pero con sus expectativas rotas a muy tierna edad. ¿De qué sirve lamentarse? “Todo deportista piensa qué hubiera pasado si hubiera hecho una cosa u otra. ¿Y si hubiera jugado allí en vez de aquí? Yo también me lo cuestioné, muchas veces, además, pero esto consiste en ver lo que tienes y no lo que no tienes, en apreciar lo conseguido y no lo que no pudiste conseguir. Estoy contento con lo que tengo por mi dedicación a este deporte y cada momento que dejé atrás en mi carrera fue único e irrepetible”.

“Soy partidario de hacer realidad mis metas y soy muy ambicioso, siempre quiero ganar”, añade. “Aunque sé que eso no se regala y tengo que poner trabajo e ilusión diaria. Mi sueño es subir escalones y ver dónde me coloca mi trabajo en el baloncesto, estoy convencido de que puede ser alto y pelearé por ello. En la vida, ojalá pueda mirar con edad madura hacia atrás y recordar todo con una sonrisa. Tengo una familia extraordinaria, amigos increíbles y he vivido experiencias impresionantes. Acabar mi carrera profesional y encontrar estabilidad teniendo la misma base que tengo ahora sería el verdadero sueño de mi vida”.

Toca piano, saxofón y guitarra, aunque sus esfuerzos reman ahora hacia otro terreno. Miguel abandonó su idea de Fisioterapia por incompatibilidad de horarios entre las clases prácticas y los entrenamientos, y terminó decidiéndose por Psicología, a través de la UNED. Hay que construir un futuro y cuantas más alternativas, mejor. Emigrar fue otra vía. Maldita situación económica, bendita valentía de los que parten por un deseo, por una oportunidad. O por pura dignidad. “Alguna vez lo hablé con los compañeros y ellos saben cómo está el país. No es ningún secreto que estamos en una época horrible para la economía que afecta a muchísimos aspectos de la vida social de las personas y me da mucha pena. Creo que emigrar es una experiencia muy buena para todos los aspectos de la vida, conocer cómo se piensa en otros países es algo único. En mi caso, además, me permite crearme un nombre como jugador en Europa. Volvería a dar este paso y no descarto seguir por aquí o por otros países de Europa si surgen oportunidades deportivas que le convengan a mi carrera”.

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Qué lejos quedan los espagueti con ajos de su madre. Los añora tanto como el calor de La Línea. “Soy muy de mi pueblo y mi equipo siempre será el Unión Linense de Baloncesto”. Generoso, positivo y con mucho genio, a Miguel Dinamarca solo le puede cambiar a mejor: “Especialmente en perder el miedo a las cosas, por ejemplo hablando inglés e interactuando en un idioma que me daba respeto. Ahora creo más en mis posibilidades, antes tenía más miedo a estrellarme. Confío más en mí como jugador y como persona y tengo la esperanza de que la recompensa a mi trabajo va a llegar”. Y para disfrutarla, qué más dará el lugar…

La magia del río Guden

”Hvor søvejen møder de 13 landeveje”. Allá donde las vías navegables convergen en trece caminos. La Corona de Jutlandia (Kronyjlland), cuna de los kronjyde. Las calles de Randers se burlan de uno. “Puerta del Norte”, “Pared defensiva del oeste”, “Calle de la pequeña pared defensiva”. Pero… ¿dónde está la muralla? Solo en los libros de historia del único puerto natural de río en toda Dinamarca.

Cuando el novelista danés Henrik Pontoppidan se transladó a Randers, pasado el ecuador del siglo XIX, vio desolación y miseria en una ciudad arrasada por tropas prusianas y austriacas. Su pesimismo siempre estuvo presente en su visión de la sociedad danesa que tan precisamente reflejó en sus obras, llegando incluso a ser Premio Nobel de Literatura. En una de ellas, El Reino de los muertos, un personaje, antes de fallecer, exhaló esta sentencia lapidaria como despedida final: ”Me muero… y sin haber vivido”.

Jamás Miguel dirá esas palabras. Porque pese a la distancia, a los recuerdos, a las frustraciones del camino y a la morriña, él vive. Él sabe vivir. Aunque a veces duela, que diría la canción. Orgulloso, sin pensar que un día conocería como profesional el frío escandinavo, confesaba radiante en cada entrevista que solo tenía una manía antes de cada encuentro: hablar con su abuelo.

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¿Y ahora, Miki? “Pues como gran abuelo que es, se ha hecho una cuenta de Facebook y ha aprendido a usar las conversaciones on line para hablar conmigo. La mañana del partido siempre está esperándome a que entre. O, como dice él, esperando a que se ponga el puntito verde para ponerme la webcam desde su casa y desearme la mayor de las suertes. Me aconseja mucho. Es un gran abuelo y estoy muy orgulloso de tenerle”.

Con el Facebook, el Skype y la salvadora cámara como bálsamo para la melancolía del emigrante, Miguel Ortega protagoniza la adaptación, aroma a siglo XXI, del célebre cuento de otro danés inolvidable, Hans Christian Andersen. Aquel patito feo, que lleno de orgullo y amor propio, abandonó el corral para convertirse en cisne en Randers, en las gélidas aguas del río Guden. Y colorín, colorado… este cuento, no ha acabado.