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Cerca de las estrellas

Para toda una generación de amantes del basket, Cerca de las Estrellas fue mucho más que un programa de televisión. En este artículo G Vázquez rinde tributo al recuerdo de aquellas noches de viernes bajo el hechizo narrativo de Ramón Trecet, que nos introducía en un mundo de glamour y atleticismo hasta entonces insospechado. Un agradable ejercicio de nostalgia que nos permitrá revivir imágenes y sentimientos imborrables

Ramón Trecet incorporó un nuevo estilo narrativo
© Ramón Trecet incorporó un nuevo estilo narrativo
  

Terminaba el mes de noviembre del año 1987 cuando Televisión Española apostaba definitivamente por el baloncesto americano y pasaba a incluir en su parrilla de los viernes un sencillo programa que llevaba por nombre Cerca de las Estrellas. Aquel iba a suponer el broche de oro a la edad más fértil que haya vivido el baloncesto en este país.

Por aquel entonces la Televisión en España eran sólo dos cadenas y aquellos viernes por la noche, la hegemonía era para el Un, dos, tres al término del cual una serie de esas de viejo cuño, La plaza del diamante, con Silvia Munt, daba paso familiar a la cama.

Si cambiabas, por supuesto con la mano, de canal a la 2, la UHF entonces, sufría uno con todo rigor el programa Concierto, que terminaba con la paciencia de cualquier espectador, y terminado éste, en las profundidades de la madrugada, daba inicio el más maravilloso experimento de la Historia de la Televisión. Ahí queda eso.

La imagen partía de un oscuro noche y entonces' el milagro comenzaba bajo el tema, sólo instrumental, Faith de George Michael.

La maravillosa cabecera daba paso primero a un balón sobre un fondo de estrellas y en seguida aparecía Larry Bird a lenta en Chicago con una sencilla suspensión a cuatro metros... y la imagen se fundía en una estrella que bailaba. La segunda era un lanzamiento corto en carrera de Michael Jordan' y otra estrella bailando. La tercera era una bonita cheerleader de Chicago bailando su pompón' y otra estrella. Y como uno está afectado de cierta enfermedad, resolví que aquellos tres flashes pertenecían todos a una misma noche de febrero del 87 en el vetusto Chicago Stadium.

Y con el acorde último de la guitarra parecían bailar en un sensacional contraataque a lenta Banks, Oakley y Jordan, quien cerraba la última estrella con un maravilloso rectificado a los Bullets.

Con las cuatro estrellas bailando, aparecían unos escasísimos créditos en que la Realización correspondía a José Ramón Díez, la Producción a Manuel Carballés y la Dirección al mismo presentador, Ramón Trecet, un pintoresco señor de barba blanca que aparecía con los rollizos jerseys de lana más singulares que podáis imaginar. Y esto sólo puede tener una explicación, y es que todo aquello era tremendamente cálido o así lo recuerdo, porque yacía yo en mi cama por aquel entonces y el invierno del 87 en el norte tocó especialmente riguroso.

De golpe, sin fundido, aparecía un busto parlante, y eso es lo que era Ramón, un busto parlante más bien chillón, que hablaba y hablaba y uno no había visto nunca un presentador tan cercano como aquel singular abuelete que me regaló entonces imágenes maravillosas que nunca olvidaré.

El sencillo plató no era siquiera plató, era una simple barra baja de silla con dos cámaras para el parlante y su compañía de noche. Tras de ellos un simple logo NBA de cartón piedra que parecía querer caerse por momentos. Y juraría que la luz base provenía toda ella de las monturas ópticas de Ramón, de gafa calada y siempre reluciente. La imagen era eso, sencilla.

Recuerdo que las primeras, primerísimas imágenes que regaló mi añorado rey mago fue un sencillo montaje de video sin siquiera sonido ambiente en que aparecía un pequeñísimo jugador de 1.70 haciendo mates y una canasta, que yo no había imaginado jamás, por ¡detrás del tablero! (Larry Bird, Hartford, 1986). El Baloncesto, pero sólo el americano, sería mi vida desde entonces.

No perdí jamás vista a uno solo desde aquella noche, y juro que había viernes en que tenía uno la impresión, al prolongarse el maldito concierto con prórroga y penaltis, que cuando empezaba la cosa, éramos cómplices de aquella subversión únicamente tres personas en el mundo, ellos' y yo.

Ramón abría siempre con una retorcida perorata llena de gestos sobre la situación de la semana en la liga, o sobre cualquier otra cosa porque siempre improvisó a chorro sus mensajes, y apagaba después el gesto por respeto, presentando a su compañía, siempre a su lado en esa mísera barra, seguramente también de cartón piedra. Por allí pasaron aquel primer año jugadores como gentes de toda fauna, desde Loquillo a Epi, Romay, Buscató o Mike Phillips, pasando por consumados especialistas como Tello, Monsalve o Pinotti.

Aquel primer año fueron ofrecidos muy generosamente tres equipos, todos de la Central, Chicago, Detroit y Atlanta, como previendo con muy buen ojo Ramón que aquellos iban a ser años dorados para esta división.

El programa constaba de dos partes muy diferenciadas. Tras los primeros cálidos escarceos con la visita al plató, había paso para el resumen de la semana: el NBA Action actual era entonces el NBA Today de la TBS, y aquello era en verdad una cabecera de impresión' porque era americana y nos dejaba la boca abierta. Para colmo la grandiosa sintonía yanqui de la que jamás he podido despegarme elevaba estas cuatro imágenes que corrían juntas por este orden:

-Toma general del Boston Garden con el robo de Bird a Detroit en el quinto de las Finales de Conferencia.
-Worthy corriendo a por un balón perdido en el Forum y tirándose espectacularmente a la piscina del parqué fuera de banda.
-Barkley en La Mecca de Milwaukee en una brillante acción individual.
-Y la mejor, el mate por excelencia del concurso de Seattle, el molino lateral de un brutal Michael Jordan de tan sólo 24 años.

Como no había publicidad entre medias, aquel resumen de la semana no superaba el cuarto de hora de duración, y a veces, esto se prolongaba con el 'robo' de un par de imágenes por el equipo de producción del programa. De ellas dos, una siempre era La jugada tonta de la semana y la otra podía variar entre El canastón de la semana o El jugadón de la semana, o de haberla, La jugada defensiva de la semana. No había por aquel entonces Top 10 -hasta tres años después-, pero parecía uno degustar aquellas dos acciones mucho más que las diez de hoy día, o cualquier cortito montaje por el que uno suspiraba; por eso tragaba también el video aquellos brevísimos montajes del único patrocinador del programa: 'Renault te trae el espectáculo de la NBA', que eran dos, y uno me lo cerraba Dominique en molino, y el otro Magic, que juraría me hacía un guiño cada vez que dejaba en bandeja el mate a su compañero, y era a mí o a aquella castiza gitanita que presidía la mesita de la estancia, porque a Billy Thompson' ni le miraba.

Terminado esto, daba inicio el partido.

Ramón era locuaz. Su narración era muy colorida y de un ritmo incansable; gritaba tanto en el salto inicial como en los minutos de la basura y a veces era tal su desparpajo que podía aplastar el ambiente mismo de un Madison, especialmente si ganaban sus Knicks. Todo él era onomatopéyico y no había uno asistido nunca hasta Trecet a aquellas larvas del alma como 'Catapum', 'Chof-chof', 'Catacroc' o 'Ding-dong', cada una muy bien definida, eso sí. Este personal estilo le granjeó buen número de críticas, algunas salvajes, y el bueno de Ramón sólo plantó entonces aprecio a una de ellas. Y así comenzó aquella noche:

'Buenas noches, he sido criticado porque les trato a ustedes, a vosotros, de tú, y es que yo trato de tú a mis amigos, y vosotros sois mis amigos'. Esto y su llanto por Magic tres años después me pesarían siempre en una posible crítica sobre él, porque uno también es humano.

El caso es que al llegar siempre la mañana del sábado, fresca y soleada, acudía uno corriendo con su balón al colegio y allí estaban plagados los aros de chiquillos de corto que sacaban la lengua y rectificaban entre coloridas muñequeras, pegándose todos por emular lo que anoche 'no se hablaba de otra cosa- habíamos visto de esa cosa de dioses cada vez más cercana y maravillosa que era la NBA. Y no importaba que las manos sangraran pues los bajitos como yo supimos gracias a las de 'mini' y una pelotita de tenis qué era eso de dar un mate. Con los pies quemados y el sudor por vestido, solamente la hora de comer era el paréntesis entre la mañana y la tarde, y si las nubes acechaban, un arillo de maceta y una sencilla red de limones podía hacer maravillas en el pasillo de casa. ''Es que no sales?', cantaba mamá. ''Y para qué?', mientras volaba al mate desde donde colgaba mi foto de comunión.

Bajo mi punto de vista, el cenit de aquel experimento llegó con la emisión en directo del All Star de Chicago del año 1988 y más concretamente en aquel maravilloso descanso en que Ramón se reclinó instintivamente hacia adelante en las plegables de chapa y tela para dar paso a cosas que ni remotamente habíamos imaginado:

'Todos los que amamos el baloncesto, a partir de este momento vamos a empezar a disfrutar como enanos por cosas que hacen personas que hacen cosas que nosotros' nunca haremos. Por eso los admiramos tanto'. Y así vimos los seis mates de aquella final.

El plató de aquella noche era singularmente cautivador. Lo poblaban de izquierda a derecha Ramón y su jersey casero de lana gorda, el maestro Salaner, de punta y encaje, y los verbalmente tímidos Esteban Gómez y Wayne Brabender. Tras de ellos, dos magníficos trabajos de reprografía: un mate de Jordan en New Jersey y un insólito tapón de Spud Webb a Hodges en Milwaukee. Por delante, casi besando las rodillas, tres pequeñas mesitas de cristal que en fila parecían querer hacer bulto, y en off, un formidable Pedro Barthe como único enviado a Chicago en aquellos tiempos de austeridad: no había nada que regalar que no fuera aquel sueño vivo en imágenes. Al bueno de Ramón, especialmente jocoso aquella noche 'llegó a llamar 'gordito' al mismísimo Salaner- se le doblaba la oreja izquierda cada vez que había desconexión por un enorme pinganillo falto de cable que no había forma de controlar, como el chorro de emociones que ahuyentaba cada noche. Salaner discrepaba de todo y todos, salvo de una sola cosa: 'Eso es baloncesto', sentenciaba en pleno fragor de tercer cuarto.

Catorce años después, me sigue sin caber duda de que aquella fue la mejor retransmisión de un partido NBA en la historia de la televisión en España y casi me atrevería a decir que igualmente de un partido de Baloncesto.

Aquella singular Edad de Oro quedaba reflejada en la nueva cultura juvenil de la 'carpeta', empapelada con las fotos no de Bustamante sino de los mates de otro concurso, que eran todas las mismas pero cada uno le daba su personal disposición, de tal forma que aquellos archivadores no tenían ningún sentido docente sino más bien sentimental e idólatra.

Cerca de las Estrellas fue la apuesta de TVE para el baloncesto NBA hasta el cuarto partido de las Finales de 1995, y en ese período de ocho años el programa logró esconderse por todos los rincones horarios ¡de todos los días! de la semana. Sus últimos coletazos como desecho de minorías fueron una penosa agonía en que tenía uno que perseguir la presa para conseguir darle caza.

Un verano después, unos tiernos, tiernísimos, Montes y Daimiel tomaron el relevo y hubo pronto que acostumbrarse, si bien la primera compañía de Andrés fue Santiago Segurola y más tarde Luis Gómez. Pero la presencia de Montes pareció dar a entender que cabía la continuidad de un estilo más bien desenfadado en la narración de este juego esencialmente americano. Hasta ellos, Ramón y Andrés, la toponimia anglosajona parecía ser la única forma verbal posible para reflejar el espectáculo, pero no fue así: Montes consiguió ser 'el gordo Muñoz' del fútbol argentino y que nadie se me enfade por esto, pues hablamos de una analogía mayor, la misma que por contra no he encontrado nunca con aquel maravilloso primer experimento, emocionalmente irrepetible: 'Cerca de las Estrellas'. Su recuerdo permanecerá imborrable el resto de mi vida y no descansaré en paz hasta poder brindarle un homenaje en justicia con la realización de una réplica de tono similar.

Un quisquilloso profesor de Física en el colegio, sabedor de mi honda afección, me pilló una vez en plena clase enredando con una bola de papel y una vieja papelera al fondo, pues uno se apellidaba Vázquez y el orden alfabético era casi más religioso que él, y bruscamente me espetó:

-Vale ya, Copérnico.

-¿Copérnico? 'Por qué?

-Porque siempre estarás' Cerca de las Estrellas.


Y tenía razón.

Gonzalo Vázquez
ACB.COM