Ocurrió la noche del 25 de abril de 1987, en el viejo pabellón de Badalona. Con empate a 99 en el marcador, Barcelona y Joventut jugaban los últimos segundos del cuarto partido de la final ACB. Kenny Simpson, un escolta norteamericano que había llegado al Barça en el más absoluto anonimato unos meses antes, cogió el balón en la pista verdinegra. Con imparable decisión, hizo un amago a cinco metros del aro y se elevó con sus largos brazos por encima de la defensa de Jordi Villacampa. Dentro. 99-101. Final del partido. Título azulgrana. El Barça iniciaba así un dominio de cuatro años y convertía automáticamente a Simpson (21 puntos aquel partido, casi todos consecutivos en el tramo final) en una leyenda eterna, aunque no seguiría en el Palau. La temporada siguiente se convertiría máximo anotador liguero con el TDK Manresa.
Dos décadas después, Kenny está en Miami, es ejecutivo de ventas en una empresa de tecnología y revive aquel momento y toda su carrera con el mismo entusiasmo con el que cautivó al baloncesto español entonces, a una generación de niños y jóvenes que se enganchó para siempre al baloncesto. Fue el mejor momento de mi vida, afirma, deseoso de que sus fans vuelvan a saber de él a través de la página web de una liga que él todavía sigue. Un viaje alucinante al peculiar protagonista de uno de los momentos más sublimes de la historia del Playoff ACB. Muy pocos en España sabían desde hace años qué era de él.
Los comienzos
Sus descollantes actuaciones sobre la pista en la universidad le sirvieron para entrar en el draft de 1982, aunque demasiado atrás: quinta ronda escogido por Kansas City Kings. Firmé un contrato mínimo (45.000 dólares) e hice la pretemporada para entrar en el equipo definitivo. El entrenador era Cotton Fitzsimmons. Me cortaron y me mandaron a los Lancaster Lighting, de la CBA. En esa liga vagabundeas por Estados Unidos persiguiendo un sueño. Eso no era para los débiles de corazón. Cada entrenamiento era una lucha constante o una pelea de boxeo, recuerda.
Tras no poder conseguir un sitio fijo en la NBA lo intentó además en Washington Bullets, New Jersey Nets y Seattle Supersonics--, el salto a Europa llegó en 1985 al Kenfort, un ignoto equipo de la segunda división sueca en los alrededores de Estocolmo.
Fue como empezar de nuevo. Promedié como 39 puntos por partido, sonrié. Aquellas navidades las pasó en un equipo de exhibición que formó el agente Luciano Cappiccioni, que todavía hoy en día uno de sus mejores amigos, para hacer un tour por Italia y España. Se llamaba Larios All Star y con él llegó por primera vez a Barcelona. Vi la liga española en TVE cuando no estaba entrenando, que eran seis horas al día. En la gira promedié 36 puntos y le hice once triples al Canarias. La gente se preguntaba quién narices era.
Tras ganar la liga en Suecia, retornó al Larios All Star y sirvió de sparring para varias selecciones que preparaban el Mundobasket de España 1986. Asegura que en un partido le metió 61 puntos a la URSS que luego sería subcampeona y que dejó al brasileño Oscar Schmidt en 12 en otro encuentro.
Un fichaje sorprendente
Pese a todo, nadie se creyó que Aíto García Reneses, que había llegado la temporada anterior al banquillo barcelonista, le fuese a fichar, como empezó a comentarse. Aquella liga 86-87 fue el americano más bajo de la ACB (1.95, por entonces nadie gastaba una de sus dos plazas en bases y había muy pocos escoltas) y el peor pagado: 30.000 dólares, aunque con matices: su equipo ganaría Liga, Copa del Rey, Supercopa de Europa y Copa Korac, lo que quintuplicó la cantidad gracias a los bonus que tenía firmados.
Su primer amigo español fue el periodista Lluis Canut, con el que compartió su esperanza de que los rumores se convirtiesen en realidad. Estaba destinado a vestir de blaugrana. Blaugrana lo dice literalmente: todavía recuerda muchas palabras.
La clave de nuestro equipo era Aíto. Cambió la manera en la que se jugaba. Era un visionario con la marca de un gran líder. Fue contra la opinión general y me fichó, combatiendo las críticas generales por hacer algo que no se esperaba. Supongo que puso en juego la credibilidad de su carrera haciéndolo, mantiene.
Mi papel en el equipo era el de salir desde el banquillo y dar energía, cambiar los partidos. Teníamos muchas estrellas y mi misión era romper el ritmo del otro equipo, añade Simpson, que sobrevivió durante sus primeras semanas a los rumores de corte. De hecho, no jugó la competición europea porque la FIBA no aceptaba el nuevo pasaporte de Trumbo, que sí ocupaba plaza de extranjero en la Korac. Fue duro quedarme fuera. En la Supercopa de Europa lo hice bien contra la Cibona de Drazen Petrovic, a la que ganamos, pero después Aíto quería más peso bajo los aros. Sabía lo que hacía. Tenía una buena relación con él. Fue muy respetuoso, apunta.
Aunque irregular, el juego de Simpson se fue asentando. Promedió 12,3 puntos en 19,3 minutos, casi siempre siendo revulsivo y aportando en los dos lados de la pista. Quienes no le vieron jugar pueden tener un referente actual en el madridista Charles Smith: brazos largos, electricidad, descaro, extrema rapidez.
Aquella serie final contra el Ron Negrita Joventut de Montero, Villacampa, Rafa Jofresa, Margall, Xavi Crespo y los americanos Reggie Johnson y Mike Schultz, con un jovencísimo Alfred Julbe (26 años) como entrenador, resultó encarnizada. El Barça ganó en casa el primer encuentro en la prórroga (104-97) y respiró en el segundo (90-72), pero perdió una nueva prórroga en el tercero, ya en Badalona (98-95). Lo más curioso de todo es que Simpson estaba muy por debajo de sus porcentajes en esos tres encuentros (2/13 en tiros de dos y 1/5 en triples), pero después se redimió por completo cuando más difícil lo tenían los azulgranas. Su serie en el choque decisivo (incluyendo un 10/15 en tiros de dos) resultó deslumbrante: Siempre he jugado duro y estaba deseando tirar el último balón. En ese momento supe que lo recordaría siempre.
La canasta de su vida, tituló el día siguiente El Periódico de Catalunya bajo una foto a cinco columnas suya. Los halagos se multiplicaron y él fue la gran estrella de la celebración el día siguiente, cuando Jordi Pujol bromeó con él en el Palau de la Generalitat, pero el Barcelona no le renovó. Tras considerar muy altas sus peticiones, acabó darle su plaza de extranjero a un hombre interior como el fallecido Eugene McDowell. Me dolió porque no fui tomado en serio. La gente prefirió creer que había tenido suerte. Fue difícil, pero probé que era tan bueno como cualquier americano en Europa y pedí el dinero que correspondía, recuerda.
De Manresa a maestro de Ginobili
Después, en verano de 1987, llegó un nuevo intento de jugar en la NBA. Los recién constituidos Miami Heat le firmaron un contrato temporal, pero no entró en el corte definitivo. Cuando eso ocurrió, ya era tarde para volver a Europa, al menos por el momento. Pedía 120.000 dólares por temporada y nadie me los dio. Un error, porque luego cambiar de americanos porque no valían durante una temporada costaba sobre 250.000. Creo que me empezaron a ver como un tipo orgulloso, así es que me volví a Shreveport para trabajar en un banco y vender contratos para Nike.
En 1988 regresó al baloncesto para fichar por el Maccabi Ramat Gan israelí. En la liga hebrea fue el máximo anotador con 29,8 puntos por encuentro y en la Recopa llegó lejos, cayendo ante el Zalgiris. Empezaba un periplo en Europa fuera de equipos de primera línea, como el Roanne francés estuvo lesionado dos meses--, el Friburgo suizo y el Viena Flyers austriaco.
En 1991 empezó a frecuentar las ligas latinoamericanas: primero la uruguaya con el Club Cordón y después tres veranos seguidos la venezolana. Tras un breve regreso al Maccabi Ramat Gan, fue llamado por el ejercito norteamericano para la Escuela de Inteligencia Militar en Fort Huachuca, Arizona, y Fort Hood, Texas, donde ejerció de instructor y jugador. Nuestro ejército tiene una gran tradición deportiva. Jugué 45 partidos en Estados Unidos ante universidades, clubes de Europa y América y hasta equipos nacionales con un balance 38 victorias y 7 derrotas. Promedié 38.7 puntos, revela.
Lo que le enseñé fue espíritu inconquistable, deseo imparable y confianza imperturbable de gladiador de baloncesto. Ahora es famoso en todo el mundo, la mezcla más pura entre el talento americano, la precisión europea y la disciplina. Él empezó a jugar más y más y a mí me sustituyeron por un pívot, Brian Shorter. Era momento para retirarme, pero cada vez que veo a Manu jugar una sonrisa viene a mi cara. Es como una reencarnación mía, explica a través del teléfono.
Vida actual y el deseo de volver
Tiene un hijo, Kenneth Simpson junior, de 12 años, y lleva 20 años casado con Susan, directora de administración escolar. ¿Ha cambiado desde que clavó aquel tiro en Badalona? Soy el mismo que el que conocisteis en España. Trabajo duro y me encantan los deportes. Estoy escribiendo mis memorias y doy charlas a chicos de vez en cuando. Estoy contento con mi vida. Sé que en España di lo mejor y si algunos me consideran todavía un ídolo es porque aún me tienen en sus corazones. La canasta sé que hizo sentir orgullosa a mucha gente que ama al Barcelona. Era fácil quererles y ellos me dieron la fuerza para conseguirlo, responde.
Tiene palabras especiales para los catalanes. Me dieron una razón para levantarme cada mañana, me encantaba ir desde las Ramblas a Montjuic. Me gustaba ver el tráfico de madrugada, viendo a la gente de la calle trabajando y riendo, viviendo y muriendo con las cosas de mi equipo. Visca Barça, visca Barcelona, visca Catalunya. De hecho, anuncia que pronto volverá a la Ciudad Condal para ver viejos amigos y completar el círculo. Me encantaría volver a verla desde Montjuic, es el sitio más bonito que mis ojos han visto. Volveré. Os quiero a todos. Qué crack.