Qué hermosa es la extensa y heterogénea geografía del baloncesto. En ella todo tiene cabida: desde las bulliciosas y cosmopolitas canchas callejeras de Nueva York, hasta el silencio y la tradición que se respira en Kalemegdan (Belgrado) o Kaunas. Paisajes variopintos que acogen lo esencial: un balón y una canasta. Y ahí, en la pureza de lo básico es donde destacan las llanuras de Indiana, la región por excelencia del baloncesto en Estados Unidos.
El viajero que se adentra en el Corn Belt (cinturón del maíz) encontrará entre sus interminables carreteras infinidad de campos de cultivo y granjas que comparten un punto en común: en todas ellas hay un aro. Da igual que esté roído por la oxidación, que la red sean hilos deshilachados y que el suelo sea una tierra que se embarra con las primeras gotas de tormenta. Allí el baloncesto es puro en su más amplio sentido.
Sus pueblos y ciudades han crecido bajo el latido de un deporte que va más allá de la competición y se adentra en la cultura e idiosincrasia de su gente. Así lo ratifica una larga tradición de baloncesto formativo que tan maravillosamente quedó reflejada en la película Hoosiers, de 1986. Más de 30 años después, raro es el aficionado que no ha crecido viendo en alguna ocasión la hazaña del instituto Hickory.
Una postal idílica para el amante del baloncesto y que fue el hogar de Kyle Guy, escolta del Joventut Badalona. Él nació en Indiana y desde niño sintió la cultura y pasión por un deporte que se respira de norte a sur, de este a oeste del Estado. “No hay en el mundo nada comparado con Indiana. Es similar a cómo se vive aquí vuestro fútbol. Todo el mundo tiene una canasta en su granja o en su patio de casa y todo el mundo lo practica aunque no le guste. Incluso si practicas otro deporte, juegas a baloncesto. Es increíble, tenemos 14 o 15 de los mayores pabellones universitarios en el mundo, por lo que es extraordinario poder jugar en alguno de ellos” reconoce.

En todo caso, la realidad es que el primer impulso competitivo de Kyle Guy no fue el de botar una pelota, en casa su padre era entrenador de fútbol americano por lo que fue este y no el baloncesto su primera pasión. “Mi primer deporte fue el fútbol americano. Mi padre era el entrenador y estuve con él practicando mucho tiempo, pero comencé a crecer más que el resto de los chicos que jugaban a fútbol, el baloncesto empezó a interesarme más y en el octavo curso me dije: ‘¿vamos a ver qué lejos llego en el baloncesto?’”, comenta.
No sólo fue rápido en crecimiento, la precocidad de Guy también se dio en el desarrollo de su talento y en pocos años su nombre comenzó a despuntar. El instituto Lawrence Central solía llenarse para seguir las actuaciones de un jugador que alcanzó en 2016 el galardón de Mr. Indiana Basketball, fue McDonald’s All-American y captó la atención de prestigiosas universidades. Esa consecución de logros le hicieron comprender que más que una afición, la pelota naranja podía ser un medio para vivir. “Probablemente a punto de entrar al instituto, recibí dos ofertas de División 2 y pensé: “wow, soy muy joven, estoy generando interés, vamos a ver hasta dónde puedo llegar'. Sabía que tendría que trabajar más duro y, por suerte, todo va bien por el momento”, señala.
Lo que no sabía al iniciar su etapa universitaria es que, junto a las promesas de éxito, el deporte de élite también conlleva una carga que no siempre se ve y pocas veces se cuenta: la presión. Durante su etapa universitaria, Guy comenzó a sentir que algo no funcionaba. Por más que su estricto plan de entrenamiento (gimnasio, clases, entrenamientos en agotadoras jornadas que llegaban hasta bien entrada la noche) estaba posicionándolo en la primera escena universitaria y que su universidad estaba obteniendo brillantes resultados, en su interior algo no hacía el correcto clic. Fue entonces comenzó a sentir ansiedad.
Un sentimiento opresor que trató de mantener al margen del equipo porque este estaba donde nadie esperaba. Virginia no entraba en los pronósticos para ganar el título, pero los fabulosos resultados obtenidos le llevaron en febrero de 2018 a ser el equipo número uno del país, algo que no sucedía desde 1982. En el plano individual Guy era uno de los referentes, encadenando 28 partidos donde anotó al menos un triple… pero algo dentro no funcionaba. Las preguntas en voz baja son las más difíciles de pronunciar y las más necesitadas de respuesta pues en ellas siempre hallamos algo más. Guy, que tanto tiempo había convivido con la presión sin el entrenamiento necesario para hacerla frente, se puso en manos del psicólogo deportivo de la universidad.

Para el de Indiana, además, la situación se tornó mucho más compleja con el comienzo de la fase final de la NCAA. Convertida en gran favorita, su universidad llegaba al gran torneo dispuesta a ser coronada… pero sufrió la historia de la Cenicienta. Una pequeña universidad como UMBC se coló en el baile y tumbó a la reina cuando la música apenas había comenzado a sonar. Después de 31 victorias y solo dos derrotas, todos esperaban que Virginia poco menos que se pasease frente a una universidad menor con un discreto récord (24-10). Sin embargo, el deporte es bello porque, en ocasiones, acontece lo inesperado y UMBC venció por 74-54. Aquella fue la primera en la historia del torneo en el que el último equipo en el ranking eliminaba al primer clasificado. “Aquella noche y el mes siguiente fue lo peor. Fue algo terrible, uno de mis momentos más oscuros. Sin embargo, realmente pienso que una de las auténticas razones por las que ganamos el campeonato al año siguiente fue porque perdimos aquella noche”, confiesa.
Guy quiso compartir en redes sociales el sentimiento de dolor que asoló a un equipo que sentía haber dejado escapar la oportunidad de hacer algo grande y la presión que había tras todo ello: “Al acercarse el partido, todos bromean sobre "¡no seas el primer equipo que finalmente pierde ante un número 16!" Cuando escuchas eso, intentas encogerte de hombros, pero la realidad es que en ese mismo momento dejo que la presión penetre en mi mente. Porque no, no quería ser el primer equipo en hacerlo. No quería hacer historia por la razón equivocada”, escribió en su Facebook. En su extenso mensaje reconoció que “cuando sonó la bocina final... me rompí. Me rompí y la presión me llegó”. La escritura había sido para él un ejercicio terapéutico durante meses interior y en sus horas más oscuras quiso compartir sus sentimientos.
Con los años, la protección de la salud mental se ha normalizado e instaurado en el discurso diario. Esos, en parte, es gracias a los testimonios de deportistas como Kevin Love, Paul George, Ricky Rubio o el propio Guy. En su caso, el camino para asumir la realidad y hacerla frente fue “siendo capaz de hablarlo un poco con mi familia... a mis compañeros de equipo nunca se lo dije, pero más o menos se lo imaginaban. Solía pasar la noche en casa de algunos de ellos y no entendían por qué no me quedaba en mi apartamento, pero me ayudaban. Intenté estar cerca de la gente que me importaba y me ayudaron a superarlo”.
Terminado el curso y ya alejado del ojo público, Guy siguió trabajando para mejorar su juego con el exjugador de los Harlem Globetrotters Derick Grant, y profundizó en el conocimiento interior viendo algunas charlas TED. Una de ellas fue "El secreto para volverse mentalmente fuerte" de Amy Morin. En ella se hablaba de la actual sociedad y de cómo nos movemos por impulsos provocados por las redes sociales y el deseo de ser perfectos. Todas las conversaciones, todas las lecturas y charlas fueron dejando un poso de serenidad y autoconocimiento que fortalecieron esa parte del ser humano que debe ser inalterable pero para la que nunca se entrena lo suficiente: la mente. En un mundo donde todo debía ser perfecto, él entendió que era normal (y lógico) no serlo y, conforme fue sacando piedras de su mochila, su fuerza mental creció en la pista y fuera de ellas. Quizá por ello ahora Guy es defensor del cuidado de nuestra salud mental y cree que para los deportistas “es muy importante. Tú debes ser un maestro de la mente y saber negociar con la presión, la ansiedad, los miedos, el éxito y el resto de situaciones. Cuando las conoces es cuando las puedes dominar”.
Kyle había comenzado a salir de la oscuridad y la siguiente primavera le regalaría el que es, hasta ahora, su momento más feliz en el baloncesto. Virginia Cavaliers volvió a ser la favorita en su región, pero esta vez sí cumplió los pronósticos y alcanzó la Final Four de 2019.
En semifinales esperaba la Universidad de Auburn, un temible equipo que durante muchos momentos tuvo en su mano el pase a la final. Los Cavaliers ya bordearon la eliminación frente a Perdue en la eliminatoria previa (forzaron la prórroga con un triple final) y contra Auburn estuvieron 10 puntos abajo a poco más de cinco minutos para el final. Fue entonces cuando, seguramente, Guy recordó las palabras de su entrenador de instituto: “cuando continuar se hace duro, el que es duro continua. Los tiempos duros no duran siempre, las personas duras sí”. No iba a admitir una nueva derrota y se echó el equipo a las espaldas anotando un triple y forzando tres tiros libres tras provocar la falta en un triple en el último segundo. Uno tras otro fue cayendo cada uno de los lanzamientos, enviando su equipo a la final y los fantasmas a un pozo donde ya nunca salieron.
Virginia completó su historia de redención y se impuso en la final a la Universidad de Texas Tech, y Kyle Guy fue elegido mejor jugador de la Final Four. “Es bello pensar cómo los miedos o cometer errores puede usarse para hundirte o para prepararte para el futuro y hacerte más fuerte. Fue el perfecto ejemplo de cómo, entendiéndolo de la manera correcta, caer puede servir para llegar a la cima”, asevera.

Con el título bajo el brazo y el reconocimiento público, la NBA le esperaba. Era una promesa firme, un jugador con habilidades en el tiro (42,5% en triples en la NCAA) y suficiente inteligencia para tener su hueco… pero no todo en el baloncesto profesional va de puntos, asistencias o rebotes. La NBA es un negocio y como tal, no siempre se aplica la lógica del deporte y el paso de Kyle Guy por la liga no el que él esperaba.
“No fue una decepción sino un poco frustrante porque creo que merecía más oportunidades. Me sentí cansado y herido, pero al fin y a la postre amo el baloncesto a pesar de sus pros y sus contras. Sé que es un negocio”, dice. Ni en Sacramento Kings primero, ni en Miami Heat el año pasado, Guy disfrutó de las oportunidades necesarias para mostrar su talento. “No fui primera ronda y sé lo que sucede entonces. Sabía que era secundario, pero me gusta ese rol ser un ‘underdog’ y así me lo tomé y entrené en Miami Heat donde también había otros chicos que no fueron drafteados. Tras mi elección me hubiera gustado haber alargado más mi carrera, pero aprendí mucho de jugadores, entrenadores y organizaciones. No cambio lo vivido”, asevera. Tres temporadas con apariciones intermitentes en la NBA y pasos por G-League no era lo que esperaba para sus primeros años como profesional y Guy entendió este verano que debía volar lejos para liberar su baloncesto.
El destino le presentó una oferta procedente del Mediterráneo. El remitente, un club y una ciudad cuya genética encaja perfectamente a lo que él había sentido en su Indiana natal. “Absolutamente y esa es una de las razones por las que elegir jugar en el Joventut Badalona. Los aficionados, la comunidad, la tradición que tiene… todo me recuerda a mi hogar”, cuenta añadiendo que el ambiente que vive en la ciudad “es precioso. Alrededor de mi apartamento veo a gente jugador a baloncesto todo el tiempo”. En la pista se refleja esa comunión con una ciudad y un grupo al que no duda en elogiar. “Somos un muy buen equipo de baloncesto, con el perfecto equilibro de juventud y jugadores que aportan veteranía. Estamos muy unidos y eso se aprecia en la química que mostramos”.

Sin duda que el cambio le ha sentado de maravilla y, tras cuatro jornadas, es el cuarto máximo anotador en Liga Endesa con 17,8 puntos (52,2% de acierto en triples) y frente a Valencia Basket exhibió la calidad de su muñeca con 27 puntos tras 6/8 en triples.
Y es que si por algo es reconocido su juego es, precisamente, por la fiabilidad de su tiro exterior. Algo que parece estar en los genes de los jugadores de Indiana (Kyle Kuric es otro ejemplo), pero que él simplifica con el esfuerzo y una buena preparación psicológica. Para él, la clave del buen tirador reside en “horas y horas trabajando y la mentalidad: no hay un tiro que lance del que no esté convencido que va a entrar, y esto es parte de ello, tienes que ser capaz de aceptar los fallos con los aciertos.”, afirma.
En poco tiempo, Guy ha evidenciado que es uno de los grandes nombres de la Liga Endesa por su capacidad innata para anotar desde cualquier posición del campo. Con él no hay ni tiro complicado ni lejano. Es un anotador como pocos hemos visto por calidad y volumen de tiro. Un jugador especial que también sabe conectar con el aficionado por su juego y personalidad. Por cierto, quizá se han fijado que más de una vez ha hecho el gesto de hacer una llamada tras anotar un triple; pues bien este tiene una explicación: “Dwayne Dedmon, con el que jugué en Sacramento y en Miami siempre que metía un triple hacía ese gesto porque un triple es como una llamada a larga distancia y me gustó”, dice sonriendo.
Fuera de las pistas, Guy es un chico afable, de sonrisa perenne y siempre dispuesto a tender la mano. Aficionado a las películas de Disney y de las series, tiene una memoria prodigiosa para todo tipo de detalles. Sabe que habrá buenos y malos tiempos, aunque ahora vive entendiendo la belleza de las imperfecciones y, como reconocía en una entrevista, trata de afrontar la realidad con una actitud positiva. “Ahora, sigo siendo Hakuna Matata de corazón, pero estoy tratando de mostrar emociones más reales”, reconocía tras superar sus malos momentos.
Ahora no quiere ir deprisa, sino disfrutar del momento y se marca como objetivos “ganar, ser el mejor equipo que podamos ser y jugar. Es lo único que quiero. Quiero jugar más de lo que lo hice en la NBA y ayudar al equipo de la mejor forma posible: en ocasiones será anotando, pero otras veces será jugando duro. Lo que sea, quiero ganar y este equipo talento para hacerlo””.
Atrás quedaron las sombras y las dudas, para Kyle Guy el Joventut Badalona representa la oportunidad de reencontrarse con el amor por el baloncesto y sabe que el mañana se construye cada día. “Estoy marcando mi camino. Hablar del nivel al que se quiere llegar puede ser un error. Ahora estoy aquí para jugar en Eurocup y la acb, que es la segunda mejor liga del mundo tras la NBA, y quiero mejorar mi juego y probarme. Creo que el cielo es el límite para este equipo por lo que estoy ansioso de ver cómo se suceden las cosas”, dice. En Badalona, Guy se siente como en casa, ha recuperado la sonrisa sobre el parqué y comienza una nueva historia; la que le devuelva a los orígenes de la pureza del baloncesto.