Si la vida de Javier Imbroda se trasladase a la pantalla, arrancaría con los inconfundibles acordes de 'Estando contigo' de Conchita Bautista, que antes de ser convertida en himno por la malagueña Marisol, vistió a España con traje de Eurovisión por primera vez su historia.
¿Cómo no animarse a rodarla si nació el año de la 'Viridiana' de Buñuel? Pinceladas en blanco y negro a modo de presentación, con los créditos invadiendo la pantalla y un sinfín de imágenes sucediéndose para explicar el contexto en el que Javier vino al mundo, allá por Melilla, la ciudad de las cuatro culturas. Fue un 8 de enero de 1961, seis días después de la puesta en marcha del rublo ruso y doce antes de que John F. Kennedy jurase su cargo de presidente. El mundo miraba a Cuba y a Estados Unidos mientras, al son de Elvis y del Dúo Dinámico, la España de la dictadura se preparaba para el baby boom, entregándose al turismo y perdiendo la cabeza con el deporte. De Di Stefano a Díaz Miguel, el Madrid arrasaba con el balón en pies o manos.
La dicotomía fútbol-baloncesto también marcó la infancia y adolescencia del pequeño Imbroda, como el que navega entre dos amores consciente de que, mejor hoy que mañana, ha de elegir destino. Luciendo casaca futbolera, Javier alcanzó la primera plantilla del equipo grande de la ciudad, el UD Melilla de Tercera División, llegando incluso a pisar como visitante La Rosaleda, templo malaguista. Vestido de baloncestista, el adolescente pensó que lo bien que se le daba no le garantizaba nada, pues los había mejores. Sin embargo, lejos de entregarse al balompié, Javier Imbroda pensó que la pizarra, que se le daba aún mejor, podía ser su pasaporte más directo a una existencia de película. Al otro lado del parqué se podía vivir mejor.
A los 18 partió de Melilla para sacarse la diplomatura de Magisterio en Málaga. Por el camino, entrenó al colegio La Salle, enamorando tanto en el Campeonato de Andalucía que el Maristas, una de sus víctimas, acabaría dándole las riendas de tu equipo de baloncesto. "Es que en La Salle había más canastas que porterías", solía decir entre carcajadas para explicar su elección. Javier, que había regresado a su tierra nuevamente, aceptó la propuesta del centro malacitano: un puesto de trabajo como profesor de gimnasia de día y otro, por 25 000 pesetas al mes, como entrenador del equipo de básquet por las tardes y noches. "Llegué con dos bolsas de deporte y mi pasión por el baloncesto como único patrimonio", solía decir. Pronto encontró la fórmula para aumentarlo.
A la edad de 23 asumía el timón de un conjunto modesto, que había pasado de Provincial a Primera B en pocos años y al que, el simple hecho de codearse con escuadras de renombre en la categoría de plata del baloncesto nacional, ya sabía a milagro, consumado poco después por el técnico y sus chicos. Los que lo vivieron hablan de aquellos días en el pabellón de la calle Victoria como el que relata las citas con su primer amor. Una caja de cerillas, una olla a presión, coloreada por el entusiasmo y el ruido en las gradas de los alumnos del centro, a cien pesetas el abono de la temporada, y el orgullo de los propios familiares de cada jugador del plantel.
Un equipo de cantera y una pareja de época, la de los Smith. El Maristas no pudo arrebatarle un jugador a un supermercado -literal, el sueldo era el que era- y el plan B regaló alguna de las mejores escenas del serial Imbroda. Se llamaba Mike Smith, venía de jugar en Irlanda y, minutos después de la llamada malagueña, ya iba camino del aeropuerto dispuesto a usar el billete de avión del fichaje abortado. A su llegada, recomendó a un tal Ray, que firmó por 750 dólares al mes más 300 por victoria (50 extra si era a domicilio). En el primer entrenamiento, desganado, su contratación sonó catastrófica. En su debut, con 47 puntitos y 15 rebotes de bienvenida, ya había nacido una pareja de leyenda.
Ese Mayoral inventó su propio estilo. Básquet agresivo, vertical, veloz y valiente. Una defensa extenuante a cancha completa, unos chavales humildes, una puesta en escena que enamoraba. "Es mucho más divertido correr", repetía, dándole la iniciativa a sus jugadores, a los que insistía en el aspecto psicológico: "El jugador debe divertirse, con melancolía no se gana". Tanto lo hizo aquella escuadra que, un 4 de mayo de 1988, con casi mil quinientos malagueños en la grada del sevillano pabellón de San Pablo, el ya llamado Mayoral Maristas conquistó el cielo de la acb, con 70 puntos entre Ray (39) y Mike (31).
En la élite a los 27 años, lo único que cambió en la vida del melillense fue su condición de profesor, abandonando las clases para centrarse en su flamante Maristas de acb. Un colegio entre los grandes de España... ¡un colegio entre los grandes de España! Nacho Rodríguez al frente, con 17 años. Los triples de Enrique Fernández. Los Peña, Luna o Aurioles. Su inseparable Pedro Ramírez a un lado. No había equipo más humilde, cierto, pero tampoco ninguno con tanta química y conexión con la grada. Atrevidos, descarados, con una confianza propia impropia de un novato al que pronto el disfraz de cenicienta se le quedó pequeño. Con Imbroda, que veía el oficio de entrenador cual gestor de recursos humanos, todo parecía posible. Incluso hubiera hecho creer en aquel vestuario que el terral malagueño no era más que la llegada de vientos gélidos del norte, pues sus jugadores estaban hipnotizados con él, tratándolo como a un amigo, creyéndole a pies juntillas. ¿Cómo no hacerlo si, de Maristas a Carranque, cada discurso épico, más tarde o más temprano, se acabó convirtiendo en realidad?
"Quiero jugar contra el Madrid o el Barça. No entrenarlos, sino competir con mi Maristas. Y ganar". Ocurrió. "Aunque todos nos vean como equipo pequeño, debemos tener vocación de equipo grande". Ocurrió. "El Caja de Ronda tendrá diez veces nuestro presupuesto, pero podemos estar por encima de ellos". Y sí, también ocurrió. Los derbis malagueños bien darían para otro documental. Dos hinchadas muy fieles, muy leales, hermanas y rivales. Ese equipo competía, hasta el punto de alcanzar un notable balance de 22 victorias y 14 derrotas en su primer curso. En la siguiente temporada, la 1989-90, el Mayoral Maristas acabó la primera fase en segundo lugar, con un 15-7, y en la tercera llegó a octavos de final, cediendo contra el Fórum. Únicamente sufrió en su última campaña en la élite, la 91-92, si bien incluso en los días más duros de aquel cuento de hadas el conjunto supo responder, salvando la categoría tras superar al Coren Ourense por 3-0 en el Playoff por la permanencia.
El romántico sueño de Imbroda acabó de la forma más simbólica: aquel equipo de colegio nunca descendió de la acb.
"No sé por qué se han fijado en mí, no he invitado a cenar a nadie". A Javier Imbroda también le sorprendió la llamada de Lituania, con varios representantes del Comité Olímpico Lituano desplazándose hasta la Costa del Sol para convencerlo. En realidad, el de Melilla había hecho buenas migas con Homicius y Sabonis, con casa en Torremolinos, al dejarles entrenar con él en verano para que no perdiesen la forma. Su conexión hizo el resto.
Una Lituania recién nacida, de orgullo por la independencia y tiendas vacías. De equipaciones psicodélicas y el patrocinio de la Ciudad Autónoma de Melilla a unos nombres que hoy resuenan a leyenda: Marciulionis, Kurtinaitis, Homicius... y el faro de nombre Arvydas. Los torneos por España, el preolímpico de Badajoz, la paliza a la antigua URSS. Las instrucciones en inglés, el tándem con el seleccionador Garastas. Y su surrealista desfile olímpico en Barcelona 92 vestido de verde, como si ese color fuese a marcar su destino en el mundo del baloncesto. Y es que en aquellos Juegos Olímpicos el único español en ganar medalla baloncestística fue él, un bronce arrebatado a los rusos para mayor gloria del pueblo lituano, que se echó a la calle para festejar uno de los episodios más curiosos en el periplo de un Imbroda que, lejos de apuntarse a la celebración, ya solo tenía la cabeza enfocada en la nueva temporada. La temporada del cambio.
Caja de Ronda y Mayoral Maristas se fusionaban, naciendo un Unicaja-Polti que, una vez perdido su apellido, se convirtió en una realidad inalterable en el tiempo. Tres décadas después, sigue prevaleciendo en la élite. No hubo mejor arquitecto de Imbroda, capaz de rechazar las tentadoras ofertas de Zalgiris y Real Madrid para sacar adelante un proyecto que le ilusionaba tanto como el inicial de Maristas. Otro equipo de cantera, con lo mejor de cada club. De Nacho Rodríguez a Curro Ávalos, pasando por Dani Romero, Ernesto Serrano o Gaby Ruiz, criados en la casa. La experiencia de Alfonso Reyes, la explosión de Manel Bosch. Y una de las tripletas foráneas más carismáticas de la historia acb: la amenaza exterior de Serguei Babkov, la intimidación de Kenny Miller y la magia e inspiración de Mike Ansley.
De la mano de Imbroda, el Unicaja creyó, creyó como nadie, haciendo parecer sencillo eso tan difícil de jugar bien al baloncesto, con un estilo tan sentido y apasionado. El arte de la defensa, agónica y asfixiante. No había techos, no había metas. Ni miedo ni rival imposible, hasta el punto de que los 'Celtics de Málaga', como gritaba Trecet, se plantaron en la finalísima acb del 95. Qué serie aquella contra el Barça, de emoción constante, audiencias de récord (4,5 millones de media y picos de 6,5), polémicas dentro y fuera de la pista, Málaga en las calles y el no-triple de Ansley como imagen icónica de lo intenso que puede ser un sueño.
El balón no entró, pero a los pies de Gibralfaro aquel plantel y aquella tierra sintieron vencer, asentando las bases para las siguientes décadas entre los más grandes de España y abriendo la puerta a los más humildes, como vaticinó el mismo Imbroda tras su derrota. "La única diferencia habría sido el tamaño del trofeo. Todo lo demás fue como si hubiéramos ganado. Queríamos demostrar que un modesto puede luchar por el título de liga y ganarlo: hemos abierto un camino. En Málaga siempre estuvimos faltos de algo que nos una y nos sensibilice. Si el baloncesto ha sido un motor para ello, mejor".
En menos de una década, el profe de patio de colegio había pasado a disputar la entonces denominada Copa de Europa, donde su Unicaja compitió de tú a tú con los cocos del básquet continental. Los malagueños cayeron a la heroica, con Imbroda a punto de marcarse un Ferrándiz contra el Ulker, renunciando a anotar en los minutos finales y forzando una prórroga mágica que por poco mete al cuadro cajista entre los 8 mejores de Europa. Fue su última página de gloria en su Málaga, que cambió en el verano del 98 por la vecina Sevilla.
"Gracias por hacerme disfrutar del mejor Caja San Fernando. El mejor baloncesto en vena para un adolescente", escribía este pasado domingo en Twitter el usuario @10CarlosAlvarez, tratando de trasmitir todos los buenos recuerdos que siente un aficionado hispalense cuando viaja en el tiempo hasta la etapa Imbroda. Y es que en Sevilla llegó la tercera de sus revoluciones.
El espíritu del CSF de Aleksandar Petrovic, finalista en el 96, retornó a lo grande de la mano del melillense, que se puso en manos del mago Andre Turner, reencontrándose en San Pablo con dos de los nombres más importantes en su carrera: Manel Bosch y el mismísimo Mike Smith. Pero había más en aquel plantel que encumbró a los Richard Scott, Nacho Romero, Anderson Schutte, Chuck Kornegay o el veterano Salva Díez. Un básquet intenso, eléctrico, y dos momentos para el recuerdo.
El primero, en la Copa de Valencia 99, en la que el Caja San Fernando se cargó al anfitrión Pamesa, creciéndose aún más en semifinales para derrotar al Barça. En la finalísima rozaron hacer historia con la conquista de aquella Copa, pero, con 11 puntos de ventaja y sin Salva Díez, Andre Turner se lesionó y el formidable Baskonia de Scariolo, con Elmer Bennett a la cabeza, no perdonó. La remontada hizo daño, si bien el conjunto sevillano se repuso bien pronto, acrecentando su fama de matagigantes en el Playoff.
Con el Pamesa nuevamente como víctima en cuartos, esta vez en semifinales los de Imbroda se cargaron al Real Madrid, en una eliminatoria mágica. "Iremos sin complejos a ganar la Liga", aseguró, antes de que el Barça, verdugo histórico, volviera a cruzarse en su camino con un 3-0 letal. Subcampeón copero y liguero en su primer año lejos del Mediterráneo. El tercer milagro, la tercera temporada de su adictiva serie.
Javier Imbroda notaba un sentimiento amargo a la hora de recordar sus últimos meses a los pies del Guadalquivir. La temporada 1999-00 había sido notable, con una 5ª plaza final tras perder su ventaja de campo en Playoff. Sin embargo, la 2000-01 estuvo viciada desde que comenzaron los rumores que le colocaban como futuro seleccionador nacional. Al técnico, que llevaba desde el inolvidable 95 como ayudante de Lolo Sáinz en el combinado español, con el que acumulaba casi un centenar de encuentros (la plata en el Eurobasket 99, su momento cumbre), le seducía seriamente la idea, si bien la tajante negativa del CSF enturbió lo que pareció una relación idílica desde el inicial flechazo.
Del verde al rojiverde y del rojiverde al rojo, como si estuviera escrito. Tras mil y un problemas, Javier se convirtió en el seleccionador de España en el verano de 2001. El combinado nacional venía de un duro varapalo en Sydney 2000 (segundo desfile olímpico, esta vez representando a España, y vuelta a las primeras de cambio) e Imbroda aceleró el cambio de ciclo apostando fuertemente por los Júniors de oro, dándole galones a Navarro y Raül López y abriendo la puerta a Felipe Reyes y Pau Gasol. "Que no sea una generación más que se queda en el camino", pidió, exigió, convencido del potencial de una clase sin precedentes.
En el Eurobasket de Turquía conquistó el bronce, su tercera medalla internacional y la primera al frente de una selección, con un monstruoso Pau Gasol ganándole a Dirk Nowitzki una batalla de ciencia ficción por la tercera plaza. Al año siguiente el alemán se vengó en cuartos del Mundial de Indianápolis, donde los de Imbroda se dieron el gustazo de ganarle a Estados Unidos en su propia cancha (75-81) para llevarse la quinta plaza del torneo. Poco premio para tanta gesta, en un torneo en el que también dio la alternativa a otra futura leyenda, José Manuel Calderón. Más allá de la victoria contra los Reggie Miller, Paul Pierce, Ben Wallace y demás estrellas del firmamento NBA, más allá incluso de la propia medalla europea, fue esa apuesta sin ambages por los jóvenes el mayor legado que dejó en el banquillo nacional, facilitando la transición a la gloriosa selección española del nuevo siglo. Si en la acb le abrió la puerta a los más pequeños, en la selección se la abrió a los más grandes.
Otro final de episodio épico y uno más, el de su despedida de los banquillos, más agridulce a modo de contrapunto a tanta literatura cinematográfica. El Real Madrid, tras intentarlo en 1994 llegando incluso a plantearse pagar traspaso para su fichaje, lo contrató 8 años más tarde, en el verano de 2002 y en pleno boom Imbroda. Javier salió de la selección como llegó, con polémica, por la incompatibilidad de su puesto con un banquillo acb, lo que le obligó a dejar el cargo. La apuesta no le pudo salir peor.
"La Demencia tiene razón en eso de que no somos el primer equipo de Madrid", llegó a sentenciar con amargura tras una severa derrota, intentando motivar a un equipo descompensado en su confección que jamás supo cómo reaccionar. Solo leyendo las palabras del director deportivo Lolo Sáinz al final de aquel curso, el primero en el que el Real Madrid se quedaba sin Playoff en su historia, para entender que la confianza tenía fecha de caducidad: "Pienso que Imbroda es un entrenador magnífico, pero ha pasado un año horrible en el que todo ha salido al revés y no sé si podrá aguantar otro año como este". No hubo segunda oportunidad.
La decepción resultó tan grande que, durante un tiempo, el de Melilla cambió la pizarra por el micrófono, ejerciendo de comentarista en Televisión Española. Estudioso del juego, columnia y escritor, publicando en 2004 el primero de sus libros: 'Si temes la soledad, no seas entrenador'. De ahí a su retirada definitiva de los banquillos, un par de intentonas finales. La de Valladolid, allá por la 2006-07, pareció salir bien, salvando en su primera temporada al equipo del descenso, algo que no pudo repetir ni en la 2007-08, en Pucela, ni tras llegar de apagafuegos en la 2008-09 al ViveMenorca. Definitivamente... aquel sueño deportivo había llegado a su fin.
"Con el diagnóstico comienza un calvario, sobre todo porque sientes que la muerte te viene a visitar y con intención de quedarse. La vida y su final te recorre la cabeza multitud de veces. Desconoces qué sucederá, te empiezan a hablar de supervivencia, de retrasar lo que parece inevitable, de nuevas técnicas, tratamientos varios, nuevos fármacos, escuchas y escuchas, y uno pasa automáticamente a pertenecer al mundo de los indefensos pacientes, inconscientes del tiempo que les queda".
Corre noviembre de 2016 cuando a Javier Imbroda le comunican la noticia más inesperaba: padece un cáncer de próstata de grado 10, el más agresivo, con un tiempo limitado de vida. Un año y un mes desde aquel shock, y por recomendación de los doctores, Javier decidió compartir sus sensaciones a través de una carta en la que intentó dar esperanza a personas en su situación para que no se rindieran: "La enfermedad no te puede sentir débil: sé activo, haz ejercicio físico, no renuncies a tu ocio. Evita follones, no te instales en el lamento, no des pena ni leas lo que te está sucediendo porque te sumergirás en un pozo: dedica tus energías a curarte y a vivir. La vida es demasiado corta como para penarla y gastarla en menudencias", añadió en su emotiva misiva en la que, tras dar las gracias a esposa, hijos, hermanos, familiares, amigos y doctores, se despidió cargado de fe:
- Hay que luchar por la vida, no dudes que es posible.
A veces, en realidad, costaba mantener el optimismo. Cirugías, posoperatorios, biopsias, pruebas de todo signo, análisis, media docena de ciclos de quimioterapia. Y él sin cambiar el semblante. "Siempre con una sonrisa incluso en los momentos más duros", diría en su adiós Pedro Martínez. Imbroda y su habano, Imbroda y su ron. Sus comilonas, su guitarra, sus karaokes. "Yo he elegido vivir, así que la enfermedad tendrá que esperar un poco", sentenciaba en Sur, reconociendo que ya se planteaba la vida por semanas y no por años y que, pasara lo que pasara, él había ganado más veces que perdido.
Convencido y apasionado por cada uno de los proyectos en los que se involucró, Javier Imbroda tuvo una vida prolífica una vez abandonados los banquillos. Máster en Alta Dirección de Empresas, Doctorado en Educación, una fundación que incidió en zonas más pobres y con risgo de exclusión social, unos años gestionando la empresa pública Málaga Deportes y Eventos y hasta un segundo libro, 'Entrenar para dirigir'. Incluso se metió en política y acabó sus días como consejero de Educación de la Junta de Andalucía, ganándose el respeto y el cariño de un sinfín de rivales de todo signo que, en la mañana del negro domingo 3 de abril, se estremecieron tanto como el resto de aficionados al básquet: Javier Imbroda se nos acababa de marchar.
Del telegrama del Rey Felipe VI al tuit de condolencia del presidente Pedro Sánchez, con las banderas de los colegios andaluces ondeando a media asta por el luto oficial en la comunidad y las redes sociales llenas de recuerdos, vivencias y escenas que el tiempo convirtió en eternas. 17 temporadas en la élite, 605 partidos (solo Aíto García Reneses, Pedro Martínez, Manel Comas, Luis Casimiro y Salva Maldonado le superan), 315 victorias y una larga lista de homenajes en vida. El último, el más emocionante, en la finalísima de la pasada Copa del Rey de Granada. "Javier siempre ha sido una persona querida por su carisma, cercanía y simpatía. Hace poco más de un mes se lo demostraron con una preciosa ovación todos los aficionados del baloncesto, independientemente de su procedencia y rivalidades. Ese es Javier Imbroda, alguien que nos une a todos", aseveró Antonio Martín, presidente de la acb. La ovación al unísono de todo un deporte que supo reconocer su camino.
Antes Imbroda ya se había emocionado cuando le pusieron su nombre a la cancha de esa tierra que tanto le gustaba respirar. El Pabellón Polideportivo Javier Imbroda Ortiz de Melilla, un orgullo tan grande como la estrella en el paseo de la Fama que Málaga colocó en su honor. En su momento, cuando la AEEB le otorgó el Premio Raimundo Saporta a Mejor Entrenador de la temporada 1994-95 y 1998-99, tras sus gestas en Unicaja y Caja San Fernando, Javier sintió que la hazaña de la que más orgulloso se sentía seguía siendo un hecho muy desconocido entre los aficionados más jóvenes, que hoy casi ni recuerdan que, hubo una vez en la que un colegio y un barrio se atrevieron a desafiar a cada Goliath que se le puso por delante:
- La gente lo llamó milagro. ¿Ha sucedido alguna vez algo parecido en España o en Europa? Si viviéramos en Estados Unidos, habrían hecho dos películas de esa historia.
De los Smith a Pau Gasol, pasando por Ansley, Turner o Sabonis, actores protagonistas de su obra. De profesor de gimnasia del cole a padrino de la generación dorada del baloncesto español, la sinopsi se escribe sola, como si el revivir todo su intenso camino ayudase a calmar el vacío de su ausencia. Ni en dos películas, Javier, ni en dos películas.
¿Por qué no mejor en capítulos? Una serie... ¡tres milagros!