28 de abril de 1993. Se juega el cuarto encuentro de semifinales de la Liga Griega entre el Panionios y el Panathinaikos, con ventaja de los visitantes por dos a uno hasta ese día. El partido es igualado y tenso. Restan poco más de seis minutos para el final. En ese momento, una canasta de la estrella local, Slobodan Jankovic, es anulada por los árbitros al señalar falta en ataque del jugador serbio sobre Fragiskos Alvertis. Era la quinta y suponía su eliminación en tan trascendental choque.
Jankovic entró en cólera por la decisión arbitral. Su temperamento y su carácter, virtudes que construyeron su magia y mito como jugador de baloncesto, se volvieron aquel día en su contra. Tras la protesta a los árbitros y por pura cólera, se propinó un cabezazo contra el soporte de la canasta. Pero éste no estaba acolchado. Imprudencia y fatalidad. La desnudez de la barra de acero derrumbó a Boban, que cayó al suelo de inmediato. Nunca más volvería a ponerse de pie.
Su sangre y lamentos estremecían. Observarle inerte, resultaba aún más impactante. No siento las manos, no noto las piernas, me voy a morir, insistía pese a los ánimos de Vlade Djurovic, su técnico en el conjunto griego. Ante la impotencia y el estupor de seguidores y baloncestistas, fue trasladado de inmediato al Hospital General de Atenas. Allí, encontró respuesta a la falta de sensibilidad en sus extremidades: se había fracturado su tercera vértebra cervical tras el violento golpe. La lesión de médula espinal le dejaría tetrapléjico para siempre.
Para él, la vida cambiaría drasticamente a partir de aquel fatídico día. Su carrera baloncestística y su evolución, que parecían no tener techo, se detuvieron de igual modo. Una carrera que desde niño soñó, dibujada a base de buenos partidos y de hambre de triunfos.
Nació en un frío diciembre de 1963 en Belgrado y, desde muy pequeño, destacó en su deporte favorito. Con dieciséis años llegó a la primera plantilla del Estrella Roja, donde jugaría durante doce temporadas. Con desparpajo y acierto, se hizo un hueco en el equipo y creció de la mano de su club. Sin salir de su Belgrado natal, llevó a su equipo a tres finales de Liga y tres de Copa. El alero de 2,01 se había convertido en un referente de un club emblemático en Yugoslavia, pero su equipo no lograba plasmar en títulos aquellos años de buen baloncesto. El dominio de la potente Cibona y la irrupción de la mejor generación de jugadores en la historia del continente, de la mano de la Jugoplastika de Split, impidieron a Slobodan levantar ningún trofeo. Del mismo modo, la suerte les fue esquiva en Europa, donde sucumbieron ante el Pau Orthez tras llegar a la final de la Korac.
Quizá por ello tomó la decisión de abandonar el Estrella Roja y recalar, en la 90-91, en las filas del Vojvodina. Ese año en Novi Sad, supuso una nueva confirmación de la inmensa calidad de Jankovic. Al año siguiente, otra vez en el Estrella Roja, tocó el cielo. Penetraciones a canasta inverosímiles, triples ganadores, auténtico líder en la cancha. El galardón de mejor jugador de la Liga Serbomontenegrina rendía justicia a su rendimiento, pero nuevamente se quedó sin el título.
La desdicha de Boban era enorme. Su país estaba inmerso en una guerra que parecía no tener límites en cuanto a duración y crueldad. Pese a haber alcanzado la selección absoluta y ser internacional en varias ocasiones, su sueño de disputar los Juegos Olímpicos de Barcelona con el combinado serbomontenegrino se desvaneció a causa del conflicto de su país. Ni siquiera le quedó el consuelo de poder competir en Europa esa temporada. Representaba la síntesis de su carrera: ganador carente de suerte, talento con infortunio, carisma sin recompensa. Lo más viable era buscar otro equipo y jugar en el extranjero, por lo que el nombre del alero entró en el mercado ese mismo verano. Pretendientes no le faltarían, habida cuenta de su calidad.
El proyecto del Panionios le convenció y firmó finalmente por el conjunto heleno. En esos instantes no podía imaginar que, en tan sólo un año, se convertiría en una de las mayores leyendas de la historia del equipo ateniense.
Su temporada en Grecia fue soberbia, pletórica. En Europa empezaba a ser temido. Asumía sus responsabilidades de líder en ataque y brillaba en cada faceta del juego. De hecho, en la Copa Korac de la temporada 92/93, se reveló como cuarto máximo anotador (20,8 puntos por encuentro, por detrás sólo de estrellas como Joe Arlauckas y Sasha Djordjevic y delante de Dino Radja o Vincenzo Esposito entre otros), cuarto mejor pasador (3,8 asistencias por choque) y, además, como tercero en la estadística de robos por partido (2,4) en la competición continental.
En esa campaña, su epílogo como profesional, el último año que vivió alejado de la condena de la silla de ruedas, regaló auténticas demostraciones de buen juego. Días de inspiración como el que tuvo en Roma (41 puntos ante la Virtus) le valieron el sobrenombre de Bombardero. Su juego resultaba letal, imparable, insultante por calidad y contundencia.
Hasta ese fatídico 28 de abril. Hasta esa mala jugada del destino y ese maldito cabezazo que cambió su vida. Mientras Slobodan caía inmóvil al suelo, se borraban de un plumazo su historial, cada triunfo, las canastas imposibles, los sueños de básquet que anhelaba desde pequeño. La verdadera lucha empezaría en ese momento. Una lucha por sobrevivir ante uno de los golpes más duros que puede tener una persona.
La imagen de Jankovic conmocionado, una de las más dantescas que se han televisado en el ámbito deportivo, dieron la vuelta al mundo junto a la noticia de su invalidez. Se intentó evitar lo inevitable, siendo tratado por los mejores médicos posibles sin reparar en gastos, pero no hubo solución.
Boban iniciaba una etapa radicalmente distinta. Los ánimos de los primeros meses se convirtieron en soledad cuando su tragedia cayó en el olvido. Su esposa lo abandonó, las sucesivas operaciones no resultaban exitosas y su situación económica no era boyante. Pasó de tenerlo todo a necesitar ayuda, incluso para encender un cigarro. No quería que le compadecieran (Soy un guerrero, no un mendigo), aunque reconocía la dureza de su nueva situación. Lo peor es irte a dormir sabiendo que mañana te levantarás con el mismo dolor del día anterior.
El guerrero perdió sus alas, empero no su coraje ni su amor a la vida y al deporte. Su hijo, Vladimir, era su principal motivación: Mi hijo me da fuerzas para continuar, es el único motivo por el que merece la pena a luchar. Siguió viviendo en Atenas, ciudad que le había adoptado desde su paso por el Panionios y descubrió que el baloncesto era una buena excusa para ver las cosas con más optimismo, para lograr superar tanto obstáculo en su camino.
Se hizo cargo del Olympiada Petropouli, un equipo ateniense que disputaba el campeonato regional. Allí creo una sección de baloncesto en silla de ruedas y se sintió valioso. Este paso es muy importante para demostrar que todavía tengo cosas por ofrecer. Amo el baloncesto, lo adoro, incluso desde una silla de ruedas. Desde el puesto de entrenador podía aportar a sus jugadores el legado que tantos años de baloncesto le dejaron. Soy entrenador profesional, he completado el curso de formación. Lo único que me distingue respecto a otros entrenadores es que no puedo correr por la línea lateral. Pero puedo enseñar cosas y conducir a mi equipo hacia la victoria.
Con el paso de los años, su leyenda no disminuyó en el mundo de la canasta. Se le retiró con honores su camiseta en el Panionios y los aficionados no olvidaron al mítico 8 de la sonrisa eterna. En mayo de 2002, en un Panionios-Turk Telecom Ancara, el club heleno decidió darle un homenaje. Cuando el speaker pronunció su nombre, el repleto pabellón se vino abajo. La situación fue memorable, indescriptible, melancólicamente bella. La emotiva ovación se prolongó durante largos minutos. Los aplausos, muchos entre lágrimas, no sólo iban dirigidos al jugador sino también a la persona, al luchador que seguía siendo gigante pese a ver el mundo desde una silla de ruedas. Se aclamó sin cesar su nombre (¡Boban, Boban!) en la misma cancha que nueve años atrás había sido testigo de su accidente.
De igual forma, en 2004, Maccabi y Estrella Roja disputaron un amistoso con fines benéficos, para ayudar económicamente a Slobodan. Tampoco se olvidó de él su amigo Sasha Djordjevic. Le invitó a su despedida como jugador profesional en un encuentro celebrado en Belgrado, repleto de leyendas del baloncesto para homenajearle. El gesto hizo que el propio Boban Jankovic no pudiera contener las lágrimas. Zarko Paspalj también le mostraba su apoyo. Fue un gran amigo nuestro no sólo en la pista. Ahora queremos ayudarle a recuperarse de su lesión.
El Eurobasket de Serbia y Montenegro celebrado en el verano de 2005, supuso una de las últimas oportunidades para poder ver al Bombardero en un pabellón de baloncesto.
Pero por desgracia, otro fatídico día 28 se cruzó en su vida. Esa noche, en este pasado mes de junio, Slobodan sufrió un paro cardiaco mientras se encontraba en un barco, rumbo a la isla griega de Rodas. Aunque el capitán detuvo el barco e intentó volver a Syros para que le pudieran auxiliar, el serbio se sintió cada vez peor y su corazón, que había vencido todas las adversidades hasta ese día, se detuvo definitivamente.
Su muerte, a la temprana edad de 42 años, causó sorpresa y desolación. El funeral, pagado por el municipio de Nea Smyrni (hogar del Panionios), estuvo a la altura de la grandeza de Jankovic. Más de mil personas se desplazaron para darle el último adiós. Zarko Paspalj, Zeljko Rebraca, Panayotis Fassoulas y Dragan Tarlac, entre otros. Compañeros y rivales unidos por Boban. También asistió Vlado Djurovic, el entrenador que le apoyó desde el cabezazo con la canasta hasta el día de su muerte.
Se recibieron condolencias desde muy diferentes lugares. Clubes griegos y serbios, asociaciones y federaciones de baloncesto que mostraban su pésame por lo ocurrido. Y, evidentemente, de multitud de aficionados. Guiados por los supporters del Panionios (Panteras) los asistentes no dejaron de aplaudir y corear su nombre (¡Boban, te queremos; nunca te olvidaremos!) mientras el ataúd de la leyenda serbia descendía de forma definitiva.
Slobodan Jankovic abandona este mundo dejando valiosas herencias. El mayor legado que ha dejado tiene hoy diecisiete años. Se llama Vladimir, es su hijo y quiere emular la carrera de su padre, quien soñaba con poder entrenarle algún día. Juega en las categorías inferiores del Panionios y su calidad y proyección ya le han llevado a jugar entre los mejores jóvenes del país, logrando ser internacional en categorías inferiores con Grecia. Con la muerte de Boban, la federación griega y el Panionios se han comprometido a atenderle y ayudarle económicamente. Vladimir intentará que el apellido de su padre vuelva a sonar con fuerza en una cancha de baloncesto.
Por otro lado, su tragedia motivó que se acolcharan definitivamente los soportes de canasta para evitar choques fatales, con la barra de hierro, en cualquier lance de juego. En cierto modo, su accidente ha logrado que se eviten otros muchos.
No tuvo ocasión de volver a coger un balón o de tirar a canasta, su locura eterna. Mas si la muerte le reservara el mismo nivel de justicia que la vida le negó, con un poco de suerte el guerrero tendrá otra vez alas, habrá olvidado ya la silla de ruedas y compartirá equipo y balón en algún lugar perdido con los Drazen Petrovic, Fernando Martín, Hank Gathers o Alphonso Ford entre otros. Grandes jugadores que, a los aficionados al baloncesto, dejaron con la miel en los labios y lágrimas en los ojos por su prematura marcha.
El de Belgrado siempre estuvo de pie. Antes y después de su experiencia en la silla de ruedas. De pie en la dignidad, en el valor, en el amor al deporte y a la vida. Su pasión por el baloncesto sirve de ejemplo a cualquier joven que no quiera renunciar a soñar en este mundo de la canasta. Su trágica historia, más propia de un cruel guión de cine que del sueño deportivo que persiguió desde pequeño, transformó a la estrella en leyenda. Y las leyendas, tarde o temprano, siempre acaban ganando.
Descansa en paz, Boban.
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'Boban' Jankovic, el guerrero sin alas
Slobodan Jankovic murió el pasado mes de junio. Su vida estuvo marcada por el accidente que tuvo al golpearse con la cabeza en el soporte de una canasta, lo que le supuso quedarse tetrapléjico. Se le cortaron las alas. Pero la tragedia de hace trece años no empaña la carrera de un jugador que lo dio todo en la cancha, pese a recibir por ello escasa recompensa. Nació pegado a una pelota de baloncesto y murió sobre una silla de ruedas. Orgulloso (Soy un guerrero, no un mendigo) y testarudo. Carismático y luchador. Su muerte ha causado tristeza en Grecia y Serbia, donde Boban era un verdadero ídolo. Pero su leyenda, como jugador y persona, sigue intacta
