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José Antonio Gasca: El baloncesto hecho ballet

José Antonio Gasca fue un adelantado a su época, un entrenador y directivo con visión y el hombre que guardó un hueco al baloncesto de San Sebastián entre los mejores del país. Cual David entre Goliats, Gasca se ganó el respeto y la admiración de todos con su carácter, genio y perspicacia, armas que llevaron a sus equipos a luchar codo con codo con los grandes de la Liga Nacional. Con un ojo único para fichar americanos, trajo a España a Essie Hollis y Nate Davis, dos jugadores que marcaron una época. Como él, sin duda un personaje Histórico de la Liga Nacional y cuya vida, que acabó mientras veía un partido de baloncesto, nos cuenta su amigo y discípulo Ramón Trecet

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“Cinco hombres haciendo ballet con un balón. Eso es baloncesto”


Conocí a José Antonio Gasca en el año 65. Estaba con mi hermano en el antiguo Anoeta, viendo un encuentro triangular de atletismo. Yo manejaba muchísima información atlética (Kravchenko, Zolotariev, etc.…) y Gasca estaba viendo las pruebas con un mito del atletismo español, Pipe Areta, que me miraba extrañado ante mis conocimientos de repelente niño Vicente. Al acabar la competición, Josean Gasca me miró y me pregunto: “¿Cuántos años tienes?” “22”. ¿”Te gusta el baloncesto?” “Me apasiona el baloncesto. Jesús Codina, Martínez Arroyo, Alfonso Martínez… he jugado. He visto a Buscató con 17 años jugando en el Barça” “Soy José Antonio Gasca. ¿Por qué no te pasas por el frontón una noche y hablamos después del entrenamiento?” “Vale”.

Y así comenzó todo. Gasca era un “Harbinger”, un adelantado, un visionario, un cuerdo, un hombre cuyo amor por el baloncesto se quemaba en llamas de eternidad. En el altar del basket Gasca quemó fortunas personales y familiares. Quemó amistades, posibilidades de futuro, negocios, cualquier cosa. Era una pasión contagiosa, devoradora, creativa. La experiencia total. Si hubiera sido director de cine se hubiera llamado John Ford. Si hubiera sido escritor, se hubiera llamado Jorge Luis Borges. Siendo como era entrenador de baloncesto, se tenía que llamar forzosamente José Antonio Gasca.

“Los equipos se llamarán Banco Tal Seguros Cual”, me dijo en aquella primera reunión. En su despacho tenia una foto en color del equipo de Cantú, entonces llamado Forst. “La Forst”, el equipo de Marzoratti. Su pasión le daba para ser un gran entrenador y su visión para intentar ser al mismo tiempo director deportivo, manager general, jefe de la cantera del Atlético de San Sebastián, conspirador de bolsillo contra el poder (Raimundo Saporta) junto con otros grandes visionarios de la época tales como Carles Casas, Novoa, Fernández de El Ferrol… consiguió que Saporta y Anselmo López le tratasen desde el respeto y la admiración y sus jugadores más brillantes, Zabaleta, Azpiazu y Ubarrechena en épocas distintas, recibieron la atención que merecían por su calidad.

Gasca tuvo que enfrentarse a la incomprensión de su club de origen, el Atlético de San Sebastián, que debatió acaloradamente sobre si había que pagar a los jugadores o sobre si el club debía llevar publicidad o no en las camisetas. Sobre si había que fichar a americanos o no. Sobre cualquier cosa que significase cambio.

Sin extranjeros, con un quinteto formado por Manu Moreno, Santi Zabaleta, Juan Mari García, Ashen Guruceta y Shegun Azpiazu, consiguió acabar la liga en quinta posición una temporada y en sexta la siguiente. Zabaleta fue olímpico en Mexico'68 y el Club le cortó las alas a Gasca. “Profesionales”, fue la acusación. Gasca emigró a Francia y entrenó varios equipos con diversa fortuna, pero aquello no era lo suyo. Lo suyo era hacer soñar a la gente y convertir en realidad algunos de aquellos sueños. Y quedaba lo mejor.

Gasca encuentra el filón americano

La segunda época comienza como un guion de película. Estamos a mediados de los setenta y Zabaleta, antiguo jugador de Gasca en el Atlético San Sebastián, se ha hecho cargo del equipo de su colegio, el Don Bosco de Rentería, en el que oficia de entrenador-jugador. En esos tiempos pre ACB ni siquiera hay una segunda división unificada, pero precisamente en ese momento surge la unificación y el Don Bosco está entre los equipos que van a jugar esa liga. Zabaleta llama a Gasca, que a la sazón está en Nancy, para pedirle consejo. Hablan en profundidad y deciden que Gasca se haga cargo del equipo, abandonando otras ofertas muchísimo más jugosas. Gasca vuelve a su ciudad e inicia una etapa poderosa, de aliento creativo incomparable. Encuentra patrocinio en la firma Dicoproga y construye un equipo tremendamente eficaz: los dos Aramburu, Zabaleta de cortador, Azpiazu de pívot, Ubarrechena de base espléndido y joven… Y su primer americano. Robota. El perfil perfecto para lo que se necesita en la categoría y un primer síntoma de la grandeza de Gasca a la hora de fichar americanos.

Al mismo tiempo, Raimundo Saporta, en la cumbre de su poder, decide crear un tercer equipo en Madrid. Basado en el Ymca, con los hermanos Escorial (Víctor, un gran jugador, se iría luego al Estu y más tarde al Joventut) Saporta busca un campo, Vallehermoso, un patrocinador poderoso, Tempus, y reúne a un ramillete de promesas excepcional. Joe Llorente, Alfonso del Corral, Romay… Dicoproga queda campeón de la nueva segunda división y sube a primera. “Hay que cambiar el perfil del americano. Robota nos venía bien para segunda división, es una bellísima persona, pero ahora necesitamos calidad por encima de espíritu de lucha”, me dice Gasca. En ese momento de finales de los setenta, los equipos españoles empiezan a afinar mucho en sus fichajes de americanos, territorio antes sólo cultivado en condiciones por el Real Madrid. Aíto García Reneses está poniendo en marcha el proyecto Cotonificio junto con Tallada, un gran directivo. No tienen mucho dinero y por eso afinan mucho. El Barça tiene dinero y empieza a saber moverse en el mercado americano. La Universidad de Kentucky ha quedado campeona y tiene varios jugadores brillantes, y el Barça se queda con uno que parece excepcional, Bob Guyette.

Gasca no tiene dinero como el Barça, ni siquiera un buen directivo al lado como Tallada. Como siempre, está solo. Y se trae a un “tres” apabullante, perfecto para lo que necesita habida cuenta del espacio que en el medio ocupa Azpiazu. David Russell, 2.04, tirador excepcional, muy buen reboteador cargando desde fuera, cosa que sorprende a todo el mundo. El equipo, llamado entonces DICO’S, acaba cuarto, Gasca vende a David al Orthez y con el dinero ficha a Essie Hollis.

Nunca olvidaré la primera vez que vi a Essie. Gasca se había traído a Essie y a otro jugador muy alto y muy malo y había que elegir quien jugaba la liga y quien en Europa. Me acuerdo que le pregunté: “Pero, ¿tenemos dinero para jugar en Europa?”. Y la respuesta fue la de siempre: “No, pero vamos a jugar”.


José Antonio Gasca, a la izquierda de todo en la foto, siempre llevó al límite a sus equipos



Era el mes de Agosto y allí estaban los dos jugadores, Essie y el alto. Se organizó un partidillo con los otros jugadores y el alto cogía rebotes, le daba el balón al base, se ponía de espaldas al aro en ataque… muy ortodoxo, muy estadísticamente bueno. Essie estaba como perdido… Luego, al conocerle mejor, supimos que para él pasar pruebas era un castigo, porque no entendía esa falta de confianza. Él sabía que era muy bueno. “No se fían de mi”. Por eso no rendía en las pruebas. Pero aquel día, hizo dos cosas y nos quedamos todos mirándonos entre nosotros. Sí, porque Gasca, unos años antes, se había traído a San Sebastián nada más y nada menos que a Oscar Robertson (si, ese Oscar Robertson) a dar un clínic y Oscar había hecho dos o tres cosas para soñar, pero allí estaba este… ¿Cómo se llama, Essie Hollis? ¿Universidad de San Buenaventura?... Haciendo lo mismo. Muy humilde, muy tranquilo, un ser humano ejemplar. “Me vendría mejor el alto (se había retirado Azpiazu), pero va a ser emocionante ver a Hollis”, dijo Gasca con aquel brillo en los ojos de bendita locura que tan bien conocíamos. Y para bendición eterna del baloncesto español, Essie comenzó la liga con el Askatuak, nueva denominación del equipo, con una persona, Iñaki Almandoz, siendo por fin el directivo que Gasca necesitaba. Iñaki, el mejor continuador de la obra de Gasca, que merece un homenaje del baloncesto guipuzcoano.

El primer partido en casa era contra Manresa Kans. Los manresanos tenían un pívot altísimo llamado Fullarton que complementaba sus ingresos dando clases de inglés (eran otros tiempos). Gana el salto Askatuak, por medio de una promesa que con el tiempo sería un gran jugador, Chus Pérez. Balón a Essie. Manresa en zona. Bota que te bota, Essie remonta línea de fondo. Fullarton le acompaña hasta la vertical del aro y ahí lo deja, porque… “¿cómo va a hacer algo a aro pasado?” diría el pobre al final del partido. Essie da un último bote se levanta majestuoso y clava un mate de espaldas a dos manos que casi se carga el tablero. Los jugadores del Manresa se miran y yo le digo a Gasca en el banquillo: “Fíjate que caras, les hemos ganado el partido”. Y él, como siempre: “Bueno, bueno, ya veremos”.

Se juntaron el hambre con las ganas de comer. Si en algo era mágico Gasca, era en la dirección de partidos. Dirección de partidos, motivación de jugadores. Excepcional. Era Glenn Gould tocando Bach. Los sutiles cambios, los descansos de 20 segundos a un titular para mirarle a los ojos y decirle suave, conteniendo el volcán interior: “tienes que dar un paso atrás antes, o mete a tu defensor en el bloqueo con mas precisión”. Y luego a la pista de nuevo. Consumado actor de las quejas, no ha habido hasta Scariolo nadie como él. Sus mas maravillosos sueños de entrenador, la jugada perfecta, el ballet, podían ser llevados a cabo ahora, porque estaba Essie. Nadie me ha emocionado tanto en una cancha como Essie Hollis. Ni Jordan, ni Magic, ni Erving. Essie le miraba a Gasca y lo siguiente sobre la cancha era de Walt Disney. Si había que meter puntos, Essie metía 52, como el día del Joventut. Si había que meterle balones a Chus Pérez, Essie daba 10 asistencias. “El helicóptero, superbeltza”, le llovían las alabanzas. Lo único malo de Essie, lo buena persona que era. No necesitaba ser un asesino deportivo. Le bastaba con su calidad inmensa. Luego, liga italiana, NBA-Detroit, Areslux, Arabatxo Baskonia, Elosua León… Nadie que le haya visto jugar olvidará a Essie Hollis. Nadie que le haya conocido tendrá un amigo mejor.

Pero cuando Hollis se fue, Gasca, ahogado de deudas, traería todavía a otro excepcional jugador, Nate Davis, directo de los Bulls de Chicago y luego gran ídolo en Valladolid. Fue su última llama. La realidad económica le esperaba detrás de una esquina para destrozar sus sueños baloncestísticos. Muy apoyado por su mujer Mari Sol y por sus hijos, Gasca se fue alejando dolorosamente de lo que era su vida, el baloncesto. Un día, fue a ver un partido de juveniles con Ashen Guruceta. Se sintió mal y le llevaron al hospital. Murió unas horas más tarde. Lo último de lo que fue consciente, una cancha de baloncesto, claro. No podía ser de otra forma. El funeral, oficiado por Pipe Areta, que se había ordenado sacerdote años antes, se convirtió en un homenaje impresionante. Luego, en su casa, con Mari Sol ofreciéndonos café con una entereza admirable, unos cuantos recordábamos momentos y jugadas. ¿Cómo puedo explicar lo que me gusta el baloncesto?. Sólo de una manera: fui amigo de José Antonio Gasca.