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Juan Martínez Arroyo: El irreductible

La serie de Históricos de la Liga Nacional tiene su segunda parada en Juan Martínez Arroyo, uno de los grandes ídolos del Estudiantes. Fue un irreductible, el hombre que más temporadas consecutivas disputó en el equipo del Ramiro y que le dijo no al Real Madrid cuando nadie le decía no al Real Madrid. “Eres el único al que no conseguí fichar”, reconoció más tarde Pedro Ferrándiz. Su fidelidad al Estudiantes tuvo el premio de un título de Copa y de años de alegrías y éxitos, constantes de una familia que vivió, vive y vivirá de lleno el deporte de la canasta

  

“Bueno, ya hemos hablado mucho de mi vida; cuéntame algo de la tuya”. Es la primera vez en más de 10 años de profesión que un entrevistado me pregunta algo sobre mí. Ese tipo tan raro que se preocupa por los demás se llama Juan Martínez Arroyo y, como Astérix, es un irreductible. Es el hombre que más temporadas consecutivas ha jugado en el club colegial y, sobre todo, es el hombre que dijo que no al Real Madrid cuando nadie le decía que no al Real Madrid.

“Eres el único al que no conseguí fichar”. Pedro Ferrándiz se lo reconoció pasados los años. El equipo blanco le tentó tres veces y las tres veces decidió quedarse en el Ramiro. Y eso que su dinastía fue pionera en cambiar de bando. Su hermano Manolo Martínez Arroyo fue el primer jugador colegial que decidió irse al Madrid. “El Estudiantes siempre ha sido una referencia en mi vida y había una cuestión de fidelidad. Además, quería dedicar tiempo a mis estudios de ingeniero industrial y pensaba que en el Madrid no podría hacerlo”. También tuvo ofertas del Joventut y, sobre todo, del Picadero y del Kas, dos equipos muy fuertes económicamente en aquellos tiempos, pero a todos dijo que no. “Ninguno de ellos te ofrecía tanto dinero como para retirarte y preferí seguir en Estudiantes. Hoy es otra cosa”.

Juan Martínez Arroyo tuvo su primera ficha con Estudiantes a los 12 años y con 17 llegó al primer equipo, que estaba en pleno proceso de renovación después de haber tenido que jugar la promoción de descenso dos años antes. En su primera temporada, la 61-62, el club se clasificó tercero en la Liga y, en la Copa cayó ante el inevitable Real Madrid en la final. “El Madrid era intratable porque era el único equipo que tenía americanos altos. Nosotros teníamos a algunos jugadores que venían de la base de Torrejón y que, además de no ser buenos ni altos, jugaban un partido sí y tres, no”. Por eso, no había mayor satisfacción que ganar a los blancos. “Sabíamos que era casi imposible llevarnos la Liga y lo más importante eran las victorias frente al Madrid. Era el ‘sumum’ porque representábamos dos maneras diferentes de verlo todo”.

El tres para tres

En la 62-63 hubo tres victorias frente a los blancos. Y dos de las que no se olvidan. Por su superioridad individual, el equipo madridista no estaba habituado a las defensas en zona y las flotaciones aún eran ciencia-ficción. Jaime Bolea, entrenador de Estudiantes, seguro que lo sabía cuando le planteó una táctica tan inteligente como simple. Sacó de la zona a los dos jugadores interiores de Estudiantes para que sus marcadores, Luyk y Burgess, los hombres altos del Madrid, se quedaran junto a ellos en las esquinas. El partido quedó convertido en un tres para tres: Chus Codina, José Ramón Ramos y Juan Martínez contra Emiliano, Sevillano y Lolo Sáinz. Tampoco era moco de pavo. La otra victoria recordada llegó al final de la temporada: la final de Copa. En ese torneo no jugaban los extranjeros y los hombres bajos del Estu - Martínez, Ramos y Codina, 69 puntos entre los tres- volvieron a ponerse las botas. Quizá ese partido dio idea al Madrid de las nacionalizaciones.

Bolea fue llamado por la Federación y Chus Codina asumió el papel de jugador-entrenador. Dos nuevas victorias ante al Madrid, una de ellas en la final de consolación de la Copa: 114-62. En esa época, Juan Martínez Arroyo recibió la primera llamada del Madrid y escogió quedarse en el Ramiro. Comenzaba a no ser lo normal. El baloncesto español caminaba hacia la profesionalización y el amateurismo del Estudiantes, un club en el que nadie cobraba y que se nutría casi en exclusiva de su cantera, empezaba a entrar en crisis. Los primeros problemas se produjeron a nivel organizativo y una junta gestora tuvo que hacerse cargo del club. Anselmo López, Don Anselmo, presidente de la Federación y apagafuegos de todos los problemas que había alrededor de las canastas, se puso al frente de ella. Los problemas deportivos se solucionaron gracias al trabajo de Francisco Hernández, un entrenador pionero en la preocupación por la preparación física y, posteriormente, al de Ignacio Pinedo. El ex entrenador del Real Madrid se había retirado y daba clases de francés en un colegio cuando el Estudiantes le ofreció su banquillo. “Pinedo es el entrenador de más calidad que he tenido en todos los años. Tenía las ideas muy claras para adaptarse a las altas y bajas y todos los años confiábamos en que a él se le ocurriera algo. Por ejemplo, el año que fuimos subcampeones (67-68), los dos que jugaban en la zona, José Luis Sagi-Vela y Cifré, eran bajos pero muy buenos tiradores. Hacíamos un sistema de dobles bloqueos al alero y siempre encontrábamos pase para el tiro exterior”.

En la 66-67, el Estu disfrutó en la Nevera, que aún no se llamaba la Nevera, de una de sus victorias más dulces ante el Madrid. “El Madrid se jugaba el título. Si ganábamos podíamos dejarlos sin Liga”. El partido, con un Estudiantes muy entregado, fue muy parejo y se llegó a los últimos segundos con un empate. El Madrid tenía un ataque para llevarse el título pero Emilio Segura cortó un balón a José Ramón Ramos, que acababa de dejar el Ramiro por la Castellana, y se dirigió a canasta donde superó la oposición de Luyk para encestar. “Yo creo que se apoyó porque Emilio no es mucho más alto que yo, 1,80, y Clifford pasa de los dos metros”. Sancha padre se fue a la mesa gesticulando y los jugadores del Estu pensaron que había anulado la canasta. “Se armó un bochinche tremendo hasta que rectificó y explicó que lo que quería decir con la gesticulación era que se apartase todo el mundo”.

’El brujo’

La siguiente temporada fue una de las mejores de la historia del Estu y sólo una derrota ante el Madrid en la recta final llevó otro título a la Ciudad Deportiva, dejando a los colegiales con la segunda plaza. Sin embargo, para Juan Martínez Arroyo fue uno de sus años más negros porque, en un partido contra el Vallehermoso, se rompió. “Era una rotura fibrilar pero la medicina deportiva no estaba tan avanzada como ahora y todo lo que hicieron no acababa de curarme”. Infiltraciones, nuevos desgarros, operaciones, nuevas recaídas... Cuando Antonio Díaz Miguel estaba haciendo la lista para los Juegos de México le preguntó si podía contar con él y Juan Martínez Arroyo le dijo que sí. “Siempre estaré muy agradecido a Antonio Díaz Miguel. Había jugado con mis hermanos mayores en Estudiantes y tenía mucho cariño a toda la familia. Creo que ha sido una persona que ha tenido una gran dedicación al baloncesto”. El músculo parecía responder hasta que volvió a romperse en un partido de preparación en Estados Unidos. Díaz Miguel, Raimundo Saporta, el jefe de la expedición de baloncesto, y Don Anselmo, que estaba al frente del equipo olímpico, le dejaron quedarse para ver si se recuperaba. Pero no acababa de conseguirlo.

Instalándose en la villa olímpica, Pipe Areta, un saltador de longitud, le recomendó que se pusiera en manos del masajista del equipo de atletismo, José Luis Torrado, al que llamaban ‘el brujo’. “Lo primero que me dijo, después de preguntarme qué me pasaba, fue: si confías en mí, tú juegas aquí”. Después de disolver la fibrosis producida por las sucesivas malas cicatrizaciones, comenzaron a trabajar el músculo. “Menos dormir, lo hacíamos todo juntos. Pesas, correr en el tatami, masajes y emplastes con hierbas traídas desde Galicia”. Juan Martínez Arroyo se emociona recordando esos días: “Se portó muy bien conmigo. Años después, trató a mi hijo Gonzalo y también lo recuperó. Me cambió la vida. Tendría que haberme retirado con 24 años y no hubiera vivido todas las cosas que después me pasaron”. Como 'el brujo' le había prometido, jugó. Disputó seis partidos de los Juegos y fue crucial en la victoria contra Italia con la que la selección consiguió el séptimo puesto de los Juegos. Según muchos, fue el mejor partido de su vida. Sólo se perdió el debut contra Estados Unidos y el choque contra Filipinas, uno de sus peores episodios en una cancha. “El partido había sido muy bronco porque, como sabían español, se entendía todo. Cuando acabó, Saporta quería presentarnos al Duque de Cádiz, pero José Luis Sagi-Vela y yo no nos enteramos y entramos en el túnel. Nos rodearon. Como no había jugado por mi lesión, me rodearon y no me hicieron nada pero José Luis se llevó una paliza tremenda”.

Regresó de los Juegos totalmente recuperado y tras haber rechazado la tercera, y última, oferta del Madrid. “Ya me ofrecían una cantidad importante pero Estudiantes hizo un esfuerzo económico, cosa que nunca había hecho con ningún jugador”. Como se habían ido Aíto, Vicente Ramos y Cifré, Pinedo cambió de táctica y basó su juego en el rebote de un jovencísimo Miguel Ángel Estrada y, sobre todo, en un veloz contraataque dirigido por Juan Martínez acompañado por Gonzalo Sagi-Vela, un artista, y Víctor Escorial, uno de los jugadores de club más sólidos del baloncesto español. El Estu quedó en quinto lugar y Juan Martínez recibió una nueva oferta para dejar el Ramiro; esta vez, por parte del Kas, un equipo que venía del ciclismo y que entró en el baloncesto con mucho dinero. “Para hacer un equipo ganador, se habían traído a Lester Lane, ex seleccionador olímpico estadounidense, e hicieron ofertas, por ejemplo, a Luyk y Brabender pero Saporta se inventó un derecho de retención que hizo imposible el fichaje y tuvieron que buscar a otros jugadores. Lane se presentó en Estudiantes para ficharnos a Jose Luis Sagi-Vela y a mí”. Sólo consiguió llevarse al primero y con el millón que dejó en la caja del Ramiro se puso parquet a la Nevera.

El regreso

Dos años después del subcampeonato, sólo quedaban dos personas de ese equipo: Juan y Fernando Martínez Arroyo. También se mantenían Ignacio Pinedo en el banquillo y José Hermida en la presidencia. Este profesor de literatura del Ramiro fue el gran artífice de la construcción del Magariños y uno de los últimos románticos: dimitió cuando el club aceptó tener un sponsor. El baloncesto en el que Juan Martínez Arroyo se había criado estaba desapareciendo pero era inevitable. Se habían marchado Escorial y Estrada y, salvo Bergia, Gonzalo Sagi-Vela y los hermanos Martínez Arroyo, el equipo de la 71-72 era un equipo junior. El único jugador que superaba los dos metros era Pello Cambronero, un juvenil de Irún que procedía de la Operación Altura. Aunque se siguiera tirando de la cantera, la profesionalización era inevitable para no desaparecer. En la cancha, Pinedo iluminó el panorama y, con una defensa presionante, consiguió firmar honrosas posiciones. Coincidiendo con la entrada de su hijo, Pinedo dejó su puesto a Chus Codina que dirigió a un grupo en el que, por primera vez, había un extranjero que cobraba por jugar: Ron Taylor.

Las cosas parecían enderezadas, así que Juan Martínez Arroyo, que ya tenía 30 años y llevaba trabajando desde los 26, decidió dejar las canchas. “Dije que se me había pasado por la cabeza la posibilidad de retirarme y nadie se opuso. Eso me decidió porque supuse que ya estaban pensando en decirme que me fuera”. Recibió un homenaje en Octubre de 1974 y se dedicó de lleno a su trabajo, pero en Estudiantes las cosas comenzaron a no ir muy bien. Jesús Quintero, Perry, su sustituto, no se hacía con el puesto, el americano, Fopma, era un desastre, y los hermanos Sagi-Vela sufrieron varias lesiones. Comenzaba a hablarse del descenso. Codina dimitió y ocupó su puesto un hombre de la casa, Fernando Bermúdez, hoy presidente, que condicionó su entrada al regreso de Juan Martínez Arroyo. “Me aconsejaron que no volviera porque llevaba 10 meses sin jugar, no estaba en buena forma y podía empañar el buen sabor de boca de mi despedida. Pero yo pensé que el baloncesto y el Estudiantes me habían dado tantas cosas buenas que tenía que ser agradecido”. Se incorporó en la recta final. “Teníamos que ganar cuatro de los siete partidos que nos quedaban y uno de los primeros era en Barcelona contra el Barça, que se estaba jugando la Liga”. Quizá en justicia poética por la bandeja de Segura, el Estu derrotó al Barça en el Palau firmando un partido impresionante. “Jugó bien hasta el americano que teníamos”. El equipo remontó hasta el séptimo puesto e incluso se metió en la final de Copa. El Madrid no perdonó pero el subcampeonato copera, gracias a la que la Liga también era de los blancos, tenía premio: la Recopa. Volvió a colgar las zapatillas y, esta vez, fue la buena. Su sustituto, un chico que venía del desaparecido YMCA, Vicente Gil, sí se hizo con el puesto.

Sin embargo, el baloncesto no dejó su casa. Era imposible. Su hermano Luis fue uno de los fundadores de Estudiantes y sus hermanos Manolo y Fernando también fueron colegiales. Años después, sus hijos Pablo y Gonzalo siguieron sus pasos y vistieron la camiseta del Estudiantes. “También tengo una hermana, Piluca, y dos hijas, Ana y Lucía”. No quiere olvidarse de nadie. “Las referencias de mi vida deportiva han sido mis hermanos, Antonio Magariños, Ignacio Pinedo, Antonio Díaz Miguel, Jaime Bolea, José Luis Torrado y, fundamentalmente, Anselmo López”. ¿Y sigue jugando? “No, sólo al golf”. “Bueno, ya hemos hablado mucho de mi vida; cuéntame algo de la tuya”. Será un placer.

FICHA PERSONAL

Juan Antonio Martínez Arroyo
Madrid, 25/5/1944.

Trayectoria
Formado en la cantera de Estudiantes
Estudiantes (61-62 a 74-75)

Títulos
Copa de España (62-63)

Logros individuales
70 veces internacional
Participó en los Juegos Olímpicos de México (1968)
Es el jugador que más temporadas consecutivas ha jugado con Estudiantes