26 temporadas y 800 partidos al máximo nivel están al alcance de unos pocos privilegiados en el mundo del deporte y habla muy bien de quienes los alcanzan. Sin embargo, también habla de una vida entera dedicada al deporte. Este es el caso de Óscar Perea, quien llegará este fin de semana a tan ilustre cifra.
Para el colegiado, “llegar a 800 partidos en la segunda mejor liga nacional del mundo después de la NBA es todo un orgullo. Para mí significa crecimiento en muchos aspectos: como persona, como profesional y como árbitro. Cuando alcanzas una cifra así, tu madurez arbitral es mucho mayor y transmites más tranquilidad en la pista. En el terreno personal, la conciliación familiar la he podido llevar perfectamente. Me ha permitido conocer lugares de España que quizá no habría visitado de otra forma, y después compartirlos con mi familia, disfrutando juntos de esas ciudades maravillosas”.
Desde la temporada 1999-2000, el calendario de Óscar Perea se ha llenado de noches intensas, pabellones llenos y decisiones tomadas en décimas de segundo. Y todo para formar una colección de recuerdos imborrables que van ligados a una vida entregada a su pasión por el baloncesto. Preguntado por ellos, el árbitro reconoce que “hay tres momentos que marcaron especialmente mi carrera. El primero fue mi debut en la ACB en el año 2000, en un Alicante–Cáceres. Pasé de arbitrar ante 100 personas en una pista de Liga EBA a hacerlo ante 5.000 en un pabellón ACB; estaba realmente nervioso. El segundo grupo de recuerdos son los partidos decisivos de final de Liga, como los Real Madrid–Baskonia o los Barcelona–Madrid, que siempre tienen una presión especial. Y el tercero, sin duda, la final de la Copa del Rey de este mismo año en Gran Canaria, uno de los hitos más importantes de mi carrera. Más allá de los partidos, me llevo haber dirigido a jugadores históricos como Alberto Herreros, Juan Carlos Navarro, Pau y Marc Gasol o Felipe Reyes, con quienes hoy mantengo una buena relación”.
Momentos especiales, amigos para toda la vida y alguna que otra curiosidad adornan el álbum de recuerdos de Perea. “De situaciones curiosas he tenido muchas durante tantos años. En Málaga, por ejemplo, el señor Mariano nos esperaba en el Hotel Larios cada vez que volvíamos de cenar para pedirnos entradas, y años después supimos que no iba a los partidos, sino que las vendía. También tengo la manía de, antes de empezar los partidos, lanzar el balón a un niño para que lo toque; me gusta ver la ilusión que eso provoca. Y recuerdo con especial cariño un partido amistoso en Tàrrega, donde rendimos homenaje a un colaborador del club fallecido, amigo personal de Jaume Puigarnau. Los tres árbitros regalamos una camiseta y un silbato a sus hijos, y recibimos una ovación muy emotiva. Fue un momento muy humano que nunca olvidaré”.
Tener una longevidad competitiva como la que disfruta Óscar Perea también le hace ser una voz autorizada para hablar de la evolución del juego en las últimas dos décadas. En su opinión, “el baloncesto ha evolucionado muchísimo, sobre todo en el análisis. En el año 2000 trabajábamos con cintas VHS, y hoy todo es digital. Podemos ver los partidos, cortes y jugadas al instante gracias a plataformas como ERIC. Esto ha hecho que el juego sea más táctico, más físico y mucho más rápido. Los jugadores llegan antes a la élite y con un nivel técnico altísimo. Nosotros también hemos tenido que evolucionar: analizamos cada equipo, cada jugador y cada situación de partido. La figura del árbitro actual es mucho más profesional; se cuida físicamente, trabaja el aspecto psicológico y tiene una preparación semanal muy exigente”.
Cambios que, lógicamente, también ha experimentado y que le han hecho evolucionar dentro del mundo del arbitraje, como reconoce. “Con el paso de los años, mi evolución como árbitro en la liga ha sido sobre todo una cuestión de madurez. Hoy me siento mucho más seguro en mis decisiones, en la gestión del juego y en el trato con los participantes. También ha cambiado la percepción hacia nosotros: los jugadores y entrenadores valoran más la experiencia y, en muchos casos, aceptan los errores cuando hay un buen diálogo y respeto mutuo. Me gusta ser una persona humilde y accesible con todos los que forman parte del juego. Incluso con los jugadores más jóvenes tengo la debilidad de intentar ayudarlos y animarlos cuando las cosas no les salen bien. A veces basta con una palabra o una palmadita para darles un impulso y que vean a una persona cercana. Es importante cuidar a la gente joven, porque son el futuro y las estrellas del mañana”.
Más de dos décadas arbitrando al máximo nivel podrían provocar un lógico desgaste e incluso caer en cierta desidia. Sin embargo, Óscar Perea transmite ilusión y ganas de seguir desplegando su pasión por el juego. No le faltan motivos para disfrutar de cada partido, pero el colegiado nos confiesa que “una de las cosas que me mantienen con la ilusión del primer día es, sin duda, mi familia. Mi mujer, Patricia, y mis hijos, Gerard y Claudia, son quienes más me motivan. Percibo que sienten orgullo de tener a su padre arbitrando en la Liga ACB, y eso para mí es una satisfacción enorme. De hecho, mi hijo mayor ha seguido el camino y también es árbitro de baloncesto. A todos los que empiezan, les diría que disfruten del momento. Que se marquen metas alcanzables, que no se obsesionen con subir de categoría, sino con disfrutar, aprender y amar lo que hacen. Si lo disfrutas, lo trabajas y lo haces con pasión, los frutos llegarán. Y si al final no alcanzas todo lo que soñabas, al menos tendrás la satisfacción de haberlo dado todo”.
Y después de 800 partidos y toda una vida sobre el parqué, ¿con qué se puede motivar un árbitro? Pues Óscar Perea lo tiene claro y destaca los pequeños detalles que llenan su día a día en el mundo del arbitraje. “Después de tantos años, la ilusión se mantiene porque sigo arbitrando en la segunda mejor liga nacional del mundo. Eso ya es un motivo enorme para no relajarse ni un solo partido. En una liga tan profesional como la ACB, no hay margen para bajar la concentración. Durante la semana trabajamos con el grupo arbitral analizando cada encuentro: el equipo local, el visitante, los jugadores y las situaciones clave. Todo ese trabajo previo nos permite llegar al partido con una visión completa y plasmarlo en la pista. En cuanto al futuro, lo vivo igual que el presente: disfrutando cada partido como si fuera el último. Creo que ahora estoy en una etapa de madurez arbitral que me permite saborear cada jornada, cada pista y cada experiencia. Y si tengo que hablar de una ilusión concreta, sin duda sería poder arbitrar en el Roig Arena esta temporada. Pero, sobre todo, seguir disfrutando del baloncesto partido a partido”.
A buen seguro que este objetivo se cumplirá próximamente y Óscar Perea podrá desbloquear un nuevo pabellón en su particular mapamundi del baloncesto.