Miquel Salvó
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Miquel Salvó: Cuando los focos no alumbraban
Siendo infantil ganó la Minicopa en 2008 y, como profesional, ha levantado trofeos europeos y ha jugado con la selección española. Sin embargo, la carrera de Miquel Salvó dista mucho de ser un camino de rosas. Su éxito se labró durante años en las entrañas del baloncesto, escalando uno a uno cada peldaño competitivo hasta alcanzar la ACB. Conoce sus orígenes.
  

En el baloncesto profesional, donde el talento precoz y las trayectorias meteóricas suelen acaparar los focos mediáticos, la carrera de Miquel Salvó se erige como una excepción fascinante. Más allá de sus internacionalidades con la selección española, o sus títulos nacionales e internacionales, lo que hace especial su historia es el camino poco convencional que lo llevó a la élite del baloncesto. Un recorrido que habla tanto de perseverancia como de una profunda pasión por el deporte.

La historia de Salvó comienza lejos de los grandes pabellones, en las canchas modestas de su Vilanova i la Geltrú natal. Tras formarse en la cantera del FC Barcelona, tuvo que retroceder en la escala competitiva para forjar su carrera desde la base. Desde el equipo Júnior del CB Samà, el club donde dio sus primeros pasos en el baloncesto, emprendió un viaje donde el profesionalismo era un destino traslúcido y por el que navegó por inesperados meandros que lo llevaron a pisar todas las categorías profesionales: desde la Segunda y Primera Catalana, pasando por la Liga EBA, la LEB Plata y la LEB Oro, en una sucesión de temporadas, que contó con una experiencia incluso por la segunda división de Bélgica, y donde su talento y constancia brillaron sin estridencias, pero con una determinación inquebrantable.

Una fe puesta a prueba durante estos años y que no le hizo desfallecer en su empeño. Mientras otros compañeros de generación como Darío Brizuela, Alberto Díaz o Oriol Paulí (los tres estuvieron con él en la Minicopa 2008) tomaron el ascensor directo al éxito, Miquel no eludió ningún peldaño, dando pasos cortos, pero firmes y aprendiendo lecciones deportivas y, sobre todo, vitales que cobraron todo su sentido el 1 de octubre de 2017. Ese día Miquel Salvó debutó en la Liga Endesa con el Delteco GBC, un logro que parecía improbable para un jugador que había recorrido tantas etapas intermedias. Su historia es un recordatorio de que el triunfo en el deporte no siempre llega de manera instantánea, y que el trabajo constante y la resiliencia pueden ser tan importantes como el talento.

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LA NORIA DE LAS EMOCIONES

La piedra fundacional de este relato se encuentra donde otras tantas, en el patio de un colegio. Aquel donde Miquel Salvó comenzó a practicar el baloncesto como actividad extraescolar a los siete años. Es cierto que el fútbol fue su primera pasión porque era el deporte que practicaba con sus amigos, pero aquel divertido juego de botar, pasar y lanzar la pelota a canasta fue ganando terreno entre sus ilusiones. En su familia, el baloncesto sólo era una afición practicada por su hermana y algunos primos, pero en él el disfrute fue creciendo y sus rápidos progresos técnicos allanaron un camino por el que transitó hasta llamar la atención de la cantera del FC Barcelona a los 12 años.

El subidón de adrenalina por estar en un club como el blaugrana hizo que todas las barreras logísticas y esfuerzos extras se asumieran con naturalidad. La felicidad podía con todo y no pasaba nada si cada tarde de entrenamiento debía devorar la merienda en el trayecto que hacía en la furgoneta del club desde su casa hasta las instalaciones del Barça. Eran momentos de desconexión que compartía con otros chicos a los cuales también recogían de camino al entrene. Luego tocaba hacer la vuelta a casa con las diferentes paradas y, ya entrada la noche, rematar la jornada con las obligaciones de cualquier estudiante. Días que hoy el jugador recuerda como “una etapa muy bonita en mi carrera, pero fue duro tener que comer corriendo el bocadillo y volver a las 11 de la noche, tres o cuatro días a la semana, para hacer los deberes o estudiar en horas intempestivas y no poder hacer muchas cosas con mis amigos. Fue una etapa dura, pero muy bonita y gratificante”.

El brío de la juventud provocaba que esa intensa agenda diaria no pesara en las piernas ni en la cabeza, ya que el sueño de jugar en el Barça recompensaba cualquier síntoma de agotamiento. “Tienes un poco la inconsciencia de cuando eres pequeño y vas haciendo las cosas sin darte cuenta, pero, visto en perspectiva, era duro. Salía del colegio y tenía tiempo de ir a casa y coger la maleta de deporte muy rápido, porque ahí me esperaba esa furgoneta de nueve plazas donde íbamos todos ahí apretados, pero cuando llegabas a las instalaciones todos los males del viaje, todas esas paradas que teníamos que hacer… todo eso se pasaba y era increíble jugar con el Barca”, dice.

Eran esfuerzos que valían la pena, especialmente si la recompensa era jugar un torneo tan especial como la Minicopa. En 2008, Miquel Salvó se proclamó campeón del torneo infantil con su equipo. Aunque una lesión en el quinto metatarsiano le impidió jugar, eso no le impidió viajar y disfrutar de la experiencia con sus compañeros. ”Fui uno más de ellos y me lo pasé genial. Viví muchísimo la final y también me acuerdo de salir al Buesa Arena a enseñar el trofeo en la media parte de la final. Habíamos ganado la Minicopa y estar allí, en la final y con el campo lleno, fue muy bonito. Tengo alguna foto ahí en la que tengo una cara como que estoy flipando”, cuenta.

Esa temporada con el Barça fue perfecta y Miquel Salvó también ganó el campeonato de Cataluña y el de España. Su equipo también venció el campeonato de España cadete, pero la lesión en el pie le apartó del grupo y acabó jugando en el equipo B. Aquel fue un traspié menor, ya que la decepción llegó cuando el club le comunicó que no continuaba tras su etapa cadete.

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Tener que dejar una cantera como la del Barça antes de tiempo siempre es una pequeña tragedia deportiva en edades tan tempranas. Sin embargo, Miquel Salvó reconoce que su madurez le hizo afrontar con entereza ese mal trago. “A raíz de la lesión, el siguiente año me pusieron con los de un año menos y ahí ya tenía bastante normalizado que esto no iba a durar mucho. Siempre he sido un niño bastante maduro” asegura añadiendo que “esas reuniones con el jefe de cantera, cuando te decían que no contaban contigo, eran un drama y los niños salían llorando. Es bastante duro porque se te acaba este sueño, esta vida; pero yo fui ahí muy tranquilo. Más o menos me lo imaginaba y ya tenía un poco mi cabeza puesta en lo que quería hacer. Quería volver a recuperar sensaciones por el baloncesto, echaba mucho de menos a mis amigos y quería volver a mi ciudad, a jugar con ellos. Comprendía que, más o menos, esto del Barça se me había acabado, pero también que había sido muy bonito”.

Quizá por esa conciencia de la realidad, el regreso al hogar no aminoró sus ganas por jugar. Por entonces no pensaba en el futuro a largo plazo o adónde le conduciría el baloncesto, simplemente quería jugar con sus amigos. “Yo cuando volví a Vilanova todavía era muy joven: tenía 16 o 17 años y no tenía ni en mente que quería ser profesional. Sólo quería volver a disfrutar, a tener esa “vidilla”, esa chispa del baloncesto que a partir de la lesión y ese último año en el Barcelona había perdido un poco, y recuperar sensaciones. Me fui con mis amigos a mi zona de confort que siempre digo. Sí, jugué en ligas muy, muy bajas; me acuerdo que en júnior no estábamos ni en preferente, estábamos en interterritorial que esto es bastante bajo. Después, en el senior jugué en segunda y primera catalana donde te encuentras de todo y ahí me curtí”, afirma.

Miquel Salvó fue recuperando la confianza bajo el amparo de su gente, si bien el profesionalismo le seguía quedando tan lejos que, mientras disfrutaba en sus categorías competitivas más bajas, decidió desarrollar un plan B y continuar su formación académica. “Desde mi familia siempre se me ha inculcado que el baloncesto es muy bonito y está muy bien, pero no se sabe si te puedes ganar la vida de esto o no, e incluso cuando te la ganas, puede ser que un día tengas alguna lesión o algún percance y se te acabe. Debes tener un plan B y a mí este plan B me ha servido a lo largo de mi carrera para desconectar un poco del baloncesto. Hay muchos jugadores que se llevan muchas cosas a casa y están ahí, ofuscados, pero a mí me servía como una especie de distracción. Por otro lado, siempre me ha gustado mucho el tema de la docencia y enseñar a los niños”, señala un jugador feliz por haber terminado este pasado año la carrera de Magisterio.

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CON LA SATISFACCIÓN DEL CAMINO RECORRIDO

Centrado en disfrutar del día a día e ir labrándose un futuro para el día de mañana, fueron otros quienes sí veían su auténtico potencial y poco menos que le empujaron a salir del Club Basquet Samà y buscar nuevos horizontes fuera de Vilanova I La Geltru. “Mi entrenador me dijo: ‘mira, aquí ya no puedes seguir porque se te queda pequeño y, si quieres llegar a algo más, tienes que salir de aquí’ y él me hizo como de agente ese verano”, recuerda. Ese verano entrenó en varios equipos de categoría EBA, estuvo cerca de firmar por el CB Tarragona que entrenaba Berni Álvarez, pero aún no era su momento y entonces surgió la poco habitual oferta de probar en Bélgica.

Un vecino de Vilanova que vivía más de 10 años en Bélgica y se había hecho un nombre en el baloncesto de aquel país, contactó con él y le propuso viajar para entrenar con varios equipos por si surgía el interés de alguno de ellos. Como si se tratase de entrenamientos previos al draft, aquella gira personal dio resultado y, tras entrenar con equipos de tercera y segunda división belga, firmó por el Essoir Charleroi, que era el conjunto filial del Spirou Charleroi. “Entonces el primer equipo estaba en Eurocup y me dijeron que me ponían un piso, un sueldo y que también estaría en dinámica del primer equipo todo el año, pero que, por tema de cupos y licencias belgas que ahí funciona diferente, jugaría con el segundo equipo a no ser que se lesionase alguien”, comenta.

Es cierto que jugar en la segunda división belga podía no resultar muy atractivo, pero él guarda un grato recuerdo de aquella temporada por todo lo que significó como experiencia vital. “Salí de mi zona de confort después de unos años y fui a un sitio totalmente diferente, con un idioma diferente cuando yo no tenía ni idea de hablar inglés. Me ayudó muchísimo en todo: a vivir solo, a empezar a cocinar, a jugar un baloncesto diferente… Yo creo que fue un buen año para mí para seguir mejorando”, asegura un jugador que incluso llegó a debutar en primera división esa temporada.

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De regreso a casa, el peregrinaje competitivo y la madurez personal se dieron la mano para ascender, peldaño a peldaño, la escalera deportiva que le fue conduciendo al profesionalismo sin que el éxito de otros le supusiera una presión extra o causara desazón.

Ver la meteórica carrera de talentos como los de Ricky Rubio, Luka Doncic, o más recientemente la incipiente carrera de Mario Saint-Supery o Hugo González, no debe confundirnos y hacernos pensar que es lo normal. Al contrario, lo habitual, e incluso lo sano, es crecer deportivamente desde abajo, conociendo, poco a poco, cada uno de los detalles del profesionalismo hasta alcanzar la madurez ya en la élite. Así lo entendió él y, por más que otros compañeros de generación ya brillasen en la ACB, supo aguantar su momento. “Lo asumí con naturalidad. Siempre estaba muy contento por ellos. Yo soy muy amigo de Paulí y me hacía mucha ilusión verle triunfar. Veraneábamos juntos en esa época y jugamos uno contra uno, y siempre me decían que no entendía cómo no estaba ya más arriba. Yo le respondía que eran cosas de la vida, que también había hecho mi camino… Yo era más tranquilo y él siempre me animaba a que siguiese”, recuerda.

Visto en perspectiva, Miquel Salvó piensa que “yo hice mi camino. Seguramente por el tema de que salí muy rápido del Barcelona, de haber jugado en Bélgica y que me fui a mi ciudad, desaparecí un poco del mapa del mundo del baloncesto. Después de salir del Barça, la gente tampoco me conocía mucho y tuve que hacer otro camino. Sí que era consciente y decía: ‘mis amigos Paulí, Alberto Díaz… los de mi generación que conozco están ahí ya y yo estoy aquí’. Sí que lo veía ahí, en perspectiva, y decía: ‘pues joder, vaya mierda’, pero nunca ha sido a nivel de ofuscarme o tirar la toalla. A partir de LEB Plata tuve suerte de que me fueron muy bien las cosas cada año, siempre hice una etapa en cada categoría y cuando me di cuenta ya estaba en la ACB”.

En ese caminar, Miquel nunca estuvo sólo y fue encontrando figuras importantes como Berni Álvarez, quien finalmente pudo ficharlo para Tarragona años después de la primera intentona. El técnico siempre creyó en sus posibilidades y acabó dándole el empujón definitivo a su confianza para llegar a la élite del baloncesto. “A partir de LEB Plata, cuando coincido con Berni Álvarez, es donde veo que tengo alguna posibilidad”, cuenta. Su progresión esos meses en la categoría reafirma su convicción por el camino seguido y las palabras de Berni le terminan por convencer. “me dijo que me lo tomase en serio, que esto iba bien, que tenía futuro y que podía hacer grandes cosas si seguía así. Yo creo que allí, gracias a él y a la confianza que me dio ese año, es cuando me digo a mí mismo: ‘oye, vamos a ponernos en serio que esto va bien’”, confiesa.

acb Photo / E. Candel
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Tras Berni, llegó la dupla Carles Marco y Javi Rodríguez en Oviedo (con ellos ganó la Copa Princesa LEB y fue MVP de la final) y el salto a la ACB de la mano de Porfi Fisac, un entrenador que siempre apuesta por los jóvenes, o la consagración en Burgos con Joan Peñarroya y actualmente con Jaka Lakovic en Dreamland Gran Canaria. Entrenadores para quienes Salvó sólo tiene palabras de gratitud. “He tenido suerte y sí que les debo mucho. Siempre lo he dicho en todas las entrevistas que he podido: les debo mucho a ellos y hasta estos años, que estoy aquí en Gran Canaria y que he coincidido con Jaka, casi siempre han sido exjugadores. La verdad es que me ha ido muy bien, he tenido mucha suerte y, en ese sentido, soy un privilegiado”.

Personas que tienen un gran peso en su actual éxito, pero a las que se deben sumar todas aquellas otras que el baloncesto puso en su camino. Sí, ese deporte que arrancó en pistas de cemento y goma arrugada de pabellones donde los focos no iluminaban, las gradas estaban vacías y los rivales, a veces, jugaban al otro baloncesto. “Sí, sí, totalmente. Ahí me curtí, ahí me daban palos por todos los sitios… me venía cualquier señor de 40 años que jugaba por pasar el rato y me daba una de hostias que ni sabía dónde estaba. Me ayudó mucho y, la verdad, es que me ayudaron muchas personas y, a día de hoy, en todos los logros y todas las cosas buenas que me pasan, siempre miro hacia atrás y lo hago para recordar a todas las personas que en este camino me han ayudado altruistamente y a los compañeros de equipo que están orgullosos de mí”, asevera.

acb Photo / M. Henríquez
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DEL ESFUERZO, LA FELICIDAD

Tras mucho transitar por esas vetustas canchas de baloncesto, bien pudiera haber pensado Miquel Salvó que todos los esfuerzos y todas esperanzas depositadas en el baloncesto fueron recompensados cuando por fin debutó en ACB, curiosamente contra Herbalife Gran Canaria, su actual club. Sin embargo, estaba a punto de cumplir los 23 años y por delante tenía una carrera que no se ha frenado desde entonces porque igual de progresivo que fue su crecimiento, ha sido su desarrollo en acb.

Tras darse a conocer en el Delteco GBC, creció en Burgos donde debutó en competiciones europeas (ganó dos BCL y una Copa Intercontinental) y se ha consagrado en Dreamland Gran Canaria conquistando un nuevo título (Eurocup 2022-23). Entre medias se produjo el inimaginable estreno con la selección masculina de baloncesto, “un sueño no buscado”, como reconoció en una entrevista a Solobasket.com. Todo un reguero de hitos y fechas clave que adornan la pinacoteca deportiva de Miquel Salvó. “Es increíble y vivo mucho cuando, por suerte, he podido ganar trofeos y el capitán en cuestión ha levantado el trofeo. Ahí me emociono”, revela.

Salvó, señala que “el momento en el que levantamos el trofeo es la recompensa a todo, porque ahora también tengo lejos tengo mi familia. Tengo a mi pareja aquí, pero son muchas horas fuera de casa, es dejar a tus seres queridos lejos, me estoy perdiendo quizá los mejores años de mis padres, de mi familia… de todos y levantar esos trofeos, conseguir cosas buenas con el equipo y a nivel individual es como una recompensa a todo este esfuerzo que se hace estando lejos de casa y perdiéndote buenos momentos con los amigos y la familia”.

A sus 30 años, mantiene el deseo de explorar nuevos horizontes y ampliar metas. Estuvo a punto de marcar otro hito y completar su panel de competiciones, pero la renuncia de su equipo a competir en Euroliga le privó jugar la máxima competición europea. También está el sueño de jugar un gran torneo con la selección, pero Miquel ha cumplido tantos objetivos inesperados que no alcanzar alguno otro, no empañará su carrera. “Lógicamente uno siempre quiere lo mejor y si existe la posibilidad y es con Gran Canaria, mejor. Un año estuvimos ahí, a puntito, y no se puede hacer. Obviamente, yo soy ambicioso, siempre mirando hacia arriba, pero uno es consciente de dónde está y también soy realista. Es muy difícil y yo, aquí y ahora mismo en Gran Canaria, tengo muchas cosas que hacer aún. Estoy muy contento aquí y espero ganar más cosas, no sólo un título; espero ganar más con Gran Canaria y seguir yendo para arriba”, dice.

acb Photo / M. Henríquez
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Miquel Salvó simboliza el triunfo de la constancia y por eso escuchar su relato es bueno para entender el proceso natural del deporte e iluminar el camino de aquellas generaciones que están por venir. A ellas, Salvó se dirige y les aconseja “que nunca se rindan y trabajen, que sean humildes, buenas personas y que se lo pasen bien. Tienen que buscar la felicidad junto con el baloncesto”.

Su camino no fue ni el más rápido ni el más bonito, pero él reconoce que “he sido feliz haciendo lo que hacía. He sido humilde, he sabido escuchar a las personas y respetarlas. Estos valores se tienen que llevar siempre, tanto nosotros en el baloncesto como en la vida fuera de las canchas. Ser buenas personas y pasarlo bien”. En tiempos donde todo urge y se premia lo inmediato y fulgurante, él no tuvo prisa. Sus pasos marcaron un ritmo pausado pero constante, y no dejó de creer en ellos cuando apareció la duda. Quizá ahí resida la verdadera victoria de su historia: en aprender a amar cada paso, incluso los más inciertos, hasta convertir el trayecto en el destino.

El ejemplo de Miquel Salvó nos recuerda que en esta vida no hay caminos seguros, ni certezas de que el éxito nos espere al final del trayecto. Lo único indiscutible es que el destino nunca llega a quien no se atreve a dar el primer paso. Porque solo echando a andar, con constancia y valor, se escriben las historias que merecen ser contadas... por mucho que cueste.