Miguel Ángel Pérez Pérez es un hombre que se hace querer. Lo mismo te repite parte de una entrevista porque al que la hizo le falló la grabadora, que recibe un sinfín de mensajes, el día de su homenaje por su adiós a la acb tras un cuarto de siglo en la élite, de todo el mundillo del basket. El respeto a una trayectoria. El cariño a una persona.
El baloncesto entró en su vida pronto, muy pronto. Con 13 años empezó a jugar y, sin darse casi cuenta, su talento le llevó a alcanzar pronto la Segunda División, una especie de LEB Plata de la época. Se lo pasaba bien jugando, pero pronto se dio cuenta de que, por mucho que lo intentara, los días nunca tendrían más de 24 horas. Eso de jugar, estudiar (Educación Física) y arbitrar, y que le quedara algo de tiempo para algo de vida social, parecía una quimera y la cuerda de rompió por la primera parte.
Y es que lo suyo con el silbato fue un flechazo. Desde luego, con un primer año tan movido -arbitró ligas de empresas y asociaciones-, imposible quedar indiferente. "Si a las 9 de la mañana se peleaban entre ellos... ¡cómo serían con los árbitros! O seguía arbitrando o me iba al primer año". En realidad, nunca tuvo dudas. Y ese tipo de situaciones fueron su mejor escuela.
Al año siguiente, recién cumplida la veintena, daba el salto de nuevo a la Segunda División, ahora como colegiado. "No estaba preparado técnicamente para la categoría, pero conocía el juego y los compañeros con o contra los que había jugado ya me conocían y me perdonaban la ignorancia y la falta de experiencia". Lo veían como uno de ellos.
Con 22 años, en 1991, la Guerra de los Balcanes acabó, de forma indirecta, por marcar su trayectoria. La Cibona tuvo que jugar en el exilio, lejos del calor de su público, apostando por el paraíso gaditano como nueva casa temporal. Allí, en su Puerto Real natal, Miguel Ángel Pérez no se perdió ninguno de los partidazos del conjunto de Zabreb (Maccabi, Barça, Split, Bolonia...), si bien se fijaba más en los del silbato que en los propios magos del balón. Entre ellos, se quedó prendado con Betancor ("Era diferente en su forma de señalar y de comunicar"), su primer gran referente en el mundo del arbitraje.
De Segunda a EBA, de EBA a LEB. El arbitraje, hasta entonces un hobby que le permitía ganarse un dinerillo que siempre venía bien a un joven de su edad, empezó a vestirse más y más de profesión y modo de vida en LEB, cuando su progresión parecía meteórica, dirigiendo partidos trascedentes, golpeando con fuerza las puertas de la acb.
Esa llamada tenía que llegar. Y lo hizo, en uno de los mejores momentos de su vida, mientras esperaba que terminara la clase de natación de su hija. Al otro lado del teléfono, Paco Monjas. Su sueño de alcanzar la élite del arbitraje español ya era una realidad y un 4 de septiembre de 1999, en un Breogán-Estudiantes (69-76, con Andy Toolson haciendo estragos en Lugo), Miguel Ángel Pérez Pérez pudo gritarle al mundo que ya era un colegiado acb, tras debutar de la mano de Felipe Llamazares y Juan Carlos Arteaga.
De noche, demostraba su personalidad cuando, tras recibir una placa conmemorativa de un momento tan especial, señalaba, tras dar las gracias, que había una falta de ortografía en ella. Genio y figura. Lo cierto es que esa confianza y bien entendido descaro serían virtudes clave para sobrevivir a los primeros años en la élite. "Llegas a un sitio donde no conoces a nadie, ni nadie te conoce. En ese estreno, cuando el choque arrancó, me superaba lo que sucedía, sin poder hacer cosas que dominaba en LEB. Adaptarme a la Liga requirió tiempo, esfuerzo y dedicación".
Como si fuera un cantante o un actor de teatro, Miguel Ángel Pérez Pérez reconoció que jamás dejó de sentir mariposas en el estómago antes de saltar a la cancha, cada vez más enamorado de una profesión de la que debes enamorarte para resistir. "Arbitrar es honestidad, justicia, compañerismo, preparación y trabajo. Y se refleja en tu vida diaria, pues decidimos en fracciones de segundo, lo que nos da un automatismo en la mente para tomar decisiones rápidas y tener posibilidades de acertar. Ser árbitro da frescura mental en la vida".
De su primera final copera dirigida, aquella de Zaragoza 2005 con el Unicaja campeón, al 4º partido de semifinales del Playoff 2024 entre el propio conjunto malacitano y el UCAM Murcia, el pasado 3 de junio, su último partido en Liga Endesa tras alcanzar la edad máxima regulada, Miguel Ángel vivió de todo por el camino.
Hubo momentos malos, sí ("Nunca pensé en tirar la toalla en los malos momentos, solo sufría por mi familia: si mi hija me preguntaba si me podían echar sí me afectaba"), algunos raros, como en pandemia ("Echaba de menos el calor del público y, a la vez, me sentía un privilegiado por poder viajar por mi trabajo cuando casi nadie podía hacerlo"), y por supuesto, anécdotas muy divertidas, como cuando en el Eurobasket de Lituania 2011 se olvidó de los pantalones de árbitro o en un partido en Murcia, mucho más reciente, se dio cuenta un par de minutos antes de saltar a pista que no tenía consigo las zapatillas negras para dirigir el partido. "No podía pedirle prestadas unas a los jugadores, que las llevan blancas, aunque por suerte un observador de arbitraje que había viajado al partido tenía unas zapas negras del 46, y aunque yo llevo el 47, salvé la papeleta".
El amor le llevó a tierras coruñesas, donde es desde 2011 director técnico del Comité Gallego de Árbitros. Allí, este domingo, recibió por su adiós acb un homenaje de su gente, en un acto "sorpresa" -a alguien se le escapó en la previa- que se prolongó del mediodía a la medianoche. Empezaron cuarenta y acabaron catorce valientes, ya en la casa del colegiado. Entre medias, mensajes de todo el mundillo del basket -no solo del arbitraje-, de Pablo Laso a Luis Scola, del 'Chacho' Rodríguez al mítico delegado del Valencia Basket Alfonso Castilla, pasando por el no menos clásico médico del Unicaja Diego Montañés. Con este último, un buen amigo desde que le ayudó en un problema de salud de su hija, nunca pudo tomarse un café por "respeto institucional" hasta que dejó el club malacitano. Gajes del oficio y del qué dirán. Sin embargo, el cariño y el respeto siempre estuvieron ahí. "Al final, cuando ves que por ejemplo todo un Pablo Laso te acaba mandando un mensaje en tu despedida, te das cuenta de que el basket termina colocando a cada uno en su sitio".
¡Y cuánto costará ver partidos de Liga Endesa desde un lugar que no sea sobre el parqué! "En Copa, que la vivimos en directo, siento más presión como aficionado que en pista. Sufro mucho al ver un partido, veo a compañeros y sé cuando lo hacen bien y cuando fallan, por lo que me pongo nervioso, sintiendo sus errores como si fueran los míos. Soy árbitro y lo seré toda la vida, por lo que seguiré al baloncesto todo lo que me dejen, aunque sea desde otra perspectiva. Es lo que mejor sé hacer".
Con 806 encuentros acb a sus espaldas, Pérez Pérez mira hacia atrás con orgullo, consciente de que aquella lejana decisión de dejar de jugar y comenzar a arbitrar fue una de las más acertadas de su vida. "He llegado como árbitro mucho más alto de lo que pudiera haber llegado como jugador. He conocido sitios del mundo que jamás imaginé, diferentes culturas y compañeros. Creo que en estos años mejoré más en el arbitraje que como persona, así que ahora llega el momento de lo otro".
Amante de las playas de Cádiz y de Galicia, enganchado a las canciones de Coldplay, Miguel Ángel no se olvida de quien estuvo siempre ahí, emocionándose cuando habló su hija en el acto, y marcándose una meta clara para el siguiente cuarto de siglo de su vida: "Este camino no hubiera sido posible sin el inmenso apoyo de mi mujer y mis hijas, que han sufrido mis ausencias, mis malos momentos y también han disfrutado mis alegrías desde la distancia. ¡Que la vida me dé otros 25 años para devolver a mi familia lo que les he quitado!". Desde luego... se lo ha ganado con creces.