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Sergio Rodríguez, la magia de la felicidad
Un verso libre sobre el parqué, un hacedor de fantasías animadas, una sonrisa entre gritos… Sergio Rodríguez ha interpretado muchos papeles en el baloncesto aunque, por encima de todos ellos, queda la persona. Esa que ha sido capaz de humanizar un juego de egos.
  

Si uno se imagina a Sergio Rodríguez, es fácil dibujar a un niño persiguiendo una pelota más grande que su cuerpo, a un adolescente de pelo rapado y ropa ancha vacilando a los colegas en un parque de Madrid y a un padre haciendo trucos de magia con un balón que aparece y desaparece frente a la atenta mirada de sus cuatro hijos.

Esas tres escenas hablan de una vida, pero también de un tipo peculiar que destaca por la naturalidad, cercanía y buen rollo que desprende. Algo que no debería ser extraordinario de no ser porque en los tiempos que corren es más fácil encontrar un portazo que un abrazo.

Quizá sea por la insularidad que corre por sus venas, por la educación en valores inculcada en casa o la madurez acelerada que le ocasionó salir del hogar. Sea por lo que sea, la bendita excepcionalidad de Sergio Rodríguez le ha acompañado durante toda su carrera.

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Un viaje que comenzó en el patio de su casa, ese lugar que para un niño se convierte en la puerta de entrada a un mundo de fantasías. En su caso, una canasta era la llave que lo transportaba al universo donde era más feliz. Cierto es que sus padres le infundieron las virtudes de practicar deporte, pero sin marcarle uno concreto y antes del baloncesto disfrutó jugando al fútbol, tenis, ping-pong, kárate… Por suerte, la vinculación creada entre el club Unelco y el colegio La Salle, donde estudiaba, le posibilitó comenzar a practicarlo dentro de unas actividades extraescolares que se convirtieron en el mejor momento del día. “En esos primeros momentos era algo muy, muy divertido porque se trataba de esperar durante el día a que llegase el momento de jugar y poder estar con el resto de los compañeros jugando”, reconoce.

Esas extraescolares sirvieron para canalizar todas sus ilusiones y fueron el trampolín para que el talento que brotaba por cada uno de los poros de su piel llamara la atención de los principales clubes y de la selección española. Precisamente ahí es donde se encuentra el origen de un apodo que identifica su forma de ser y que ha convertido en una marca personal. El cariñoso y coloquial “muchacho” con el que llaman a los jóvenes en las Islas Canarias y servía para reconocer a los canarios que llegaban a las categorías inferiores se ajustaba a su carácter jovial y, desde de entonces, Sergio Rodríguez se transformó en el “Chacho” Rodríguez.

De forma natural y progresiva, el baloncesto le llevó a su siguiente etapa y con 14 años hizo las maletas para viajar a Bilbao y enrolarse en el Siglo XXI. En esa academia de formación baloncestística pudo dar empaque a sus esperanzas de que el baloncesto fuera algo más que un juego… pero sin perder nunca el sentido de divertimento que tenía. Su marcada personalidad le llevaba a bajarse a las pistas del barrio para jugar con amigos sobre el cemento urbano, pero al mismo tiempo, sabía cómo funciona el negocio del baloncesto y siempre tuvo la cabeza muy bien amueblada. Entendía la dificultad que suponía ser profesional, pero también era consciente del potencial de su juego.

El Chacho podía tener la apariencia de un adolescente con look urbano y desenfadado, pero sobre el parqué era un mago con la sonrisa pícara propia de aquel que sabe cómo acabará cada uno de sus trucos. Un jugador diferente que hacía cosas tan atrevidas como que pocas veces se veían en competiciones del máximo nivel.

Era el verso libre de un poema inacabado, una rima urbana con flow secuencial que avasallaba por su bendita irreverencia al abordar las tradicionales estructuras de interpretar el juego y su juego mostraba esa magia que sólo se da cuando dos sentidos como la vista y el tacto se alinean con el músculo más potente: el corazón.

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NO RISK, NO GAIN

El primero en entender su baloncesto y darle una oportunidad fue Pepu Hernández. Sabio mentor de generaciones estudiantiles, Pepu vio en él un potencial que no podía ser encorsetado bajo el yugo táctico de la pizarra, sabía que el frenesí baloncestístico que sometía a rivales y compañeros no debía ser adoctrinado y, quizá por ello, tuvo la mejor definición posible a lo que representaba el imberbe Sergio. “Sergio y riesgo tienen las mismas letras”, dijo.

El técnico le abrió las puertas del gran espectáculo en pleno Playoff final de la acb un día después de cumplir la mayoría de edad. Todo era nuevo, la ilusión del primer día se abrazaba con los nervios ante lo desconocido pues Sergio no había entrenado en todo el año con el primer equipo y sólo había jugado con el equipo júnior y el de EBA. Sus andanzas por aquellas pistas le precedían y no hacía falta observación directa para saber de sobra que el talento del base no se arrugaría ante semejante desafío.

Después del segundo partido de la final en Barcelona le llamaron para convocarlo tras la lesión de Andrés Miso mientras estaba en casa de vacaciones y esperando a concentrarse para el Europeo U18 que acabaría ganando y siendo MVP. Sin dudarlo, tomó el primer vuelo a la península y pudo en Vistalegre testar el dulce sabor del profesionalismo en el mejor escenario posible. “Quizá son los dos partidos con más ruido que he sentido siendo jugador”, decía recientemente en una entrevista a Movistar.

El devenir del tercer y cuarto partido de la final no le brindó la oportunidad de saltar a la cancha, pero un giro narrativo en los segundos finales del quinto (expulsaron por faltas a Corey Brewer y Nacho Azofra) posibilitó su debut. Fueron 26 segundos, una minucia temporal que él aprovechó para recorrerse el campo driblando a un rival con bote por la espalda y anotar un aro pasado. La primera de la infinidad de genialidades que le acompañaron durante los años venideros.

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A la siguiente temporada, Pepu le entregó las llaves del Estudiantes y no dudó en llevárselo a la selección española para el Eurobasket 2005 y el Mundial 2006. Un máster de competitividad acelerado donde tomar apuntes y demostrar que, aquel jovenzuelo al que le gustaba escuchar Tupac, estaba preparado para hacer grandes cosas. Y vaya que si las hizo.

El de Japón será un torneo recordado por muchos momentos: la lesión de Pau Gasol, la defensa de Marc sobre Schortsianitis, el triple fallado de Nocioni… y la aparición de Sergio Rodríguez frente a Argentina. El día donde el juego español se mostró más espeso y carente de ideas, apareció el Chacho como el mejor desatascador. Fue la alocada brújula que marcó el norte, el factor X que no aparecía en los scoutings rivales… el riesgo convertido en éxito. "Siempre hay que arriesgar y saber cuándo arriesgar. Es clave tener ese concepto asimilado. Está claro que cuando arriesgas siempre hay posibilidades de perder, pero sin riesgo es muy difícil ganar y creo que mi gran aprendizaje durante todos estos años, y una gran parte del éxito que he podido tener, es medir ese riesgo y controlarlo. En mis primeros años era todo corazón y poca prudencia", confesó hace unos años.

Los 14 puntos (incluyendo un 3/3 en triples) que anotó en 15 minutos no estaban en el guion, pero fueron el primer gran truco de magia de un niño que daba la razón a su padre deportivo. “El baloncesto sin riesgo es aburridísimo y sin Sergio también”, reconoció Pepu Hernández en una entrevista a El Español en 2015.

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En la particular belle époque del baloncesto español, Sergio era un jugador diferente. Un jugador diferente al resto que jugaba entre adultos creando sobre el parqué lo que todos los niños ansían hacer cuando descubren el placer de jugar al baloncesto. Cierto es que, con anterioridad, otros jugadores intentaron aunar el aspecto más lúdico del baloncesto y la ortodoxia que exige el deporte de alta competición, pero pocos alcanzaron el éxito que él comenzaba a disfrutar.

PALMARÉS
3 Copas de Europa - 1 Copa Intercontinental - 4 Ligas - 5 Copas del Rey - 5 Supercopas - 2 Trofeos VTB Liga de Rusia - 1 Liga de Italia - 2 Copas de Italia - 1 Supercopa de Italia - Campeón del Mundo (2006) - Oro Eurobasket (2015) - Plata JJOO Londres - Plata Eurobasket - 1 Bronce JJOO Río - 2 Bronces Eurobasket (2013 y 2017) - Oro Europeo Júnior (2004).

Llegó a la NBA, su particular reino de Oz, y allí convivió con aquellos que habían alumbrado sus noches de vigilia baloncestística y decorado paredes de su habitación. Su mejor partido lo hizo, precisamente, frente a su idolatrado Allen Iverson iniciando un periplo estadounidense de cinco temporadas en dos etapas.

En la liga de los highlights, para el base fue imposible sacar de la ecuación de su juego el riesgo y no quedó exento de la crítica por ello. Tuvo que pagar peajes en su ascenso y consagración entre la élite por aproximar peligrosamente el asfalto del baloncesto urbano al clasicismo del parqué. A veces, el exceso de licencias sin medida del jugador y, otras, el recelo de entrenadores temerosos de la derrota le privaron del lugar que reclamaba su talento.

Sin embargo, el lógico proceso de maduración y entendimiento del negocio obraron que Sergio Rodríguez calculase más los daños colaterales de su osadía y calibró mejor cuándo su varita podía hacer magia y cuando debía ser guardada en favor de una mayor practicidad.

De vuelta a la acb, en el Real Madrid encontró acomodo perfecto para su juego y con el paso de las temporadas convenció a todos de que podía ser un base de la élite sin perder la sonrisa del jugón con la que le vimos entrar en escena por primera vez.

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CHACHO'S LIFESTYLE

Por muchos motivos, el Chacho es el jugador que querríamos ser todos aquellos que un día jugamos al baloncesto, pero Sergio Rodríguez también es la persona que todos aspiramos ser. Lejos de las ínfulas que su talento y fama le podrían proporcionar, siempre ha sido una persona cercana, de sonrisa permanente y que contagia su optimismo a cuantos tienen el placer de conocerle.

Durante años ha convertido el baloncesto en un acto lúdico donde lo importante era ganar, pero hacerlo con la felicidad de quien disfruta de su trabajo. Fue el artista principal del maravilloso circo en que se convirtió el Real Madrid de Pablo Laso y en su segunda etapa fue el héroe que levantó de la lona al equipo en la eliminatoria de cuartos de Euroliga contra Partizan de Bélgrado y el líder de la remontada frente a Olympiacos en la final.

Quizá la madurez reconfiguró su juego, haciéndole gestionar los excesos de espectacularidad, pero nunca le restó creatividad. Creó con Edy Tavares y, sobre todo, Vincent Poirier una sociedad en los bloqueos directos indescifrable para los adversarios. Se podría empapelar toda Madrid con los posters que el Chacho y sus pívots nos han regalado estos últimos años.

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Su palmarés como muestra de competitividad y su juego como herencia artística son fantásticos, pero ciertamente estos quedan en segundo plano cuando se habla de la persona que hay tras la luz de la estrella. Sergio Rodríguez ha sido un jugador con valores, siempre elegante en su comportamiento con jugadores, entrenadores y árbitros. Ha humanizado un deporte no siempre cercano, siendo un ejemplo admirado por todos los aficionados. Alguien con el que es fácil identificarse y que inspira a jóvenes promesas a valorar el deporte en su justa medida.

GALARDONES INDIVIDUALES
MVP de la Euroliga (2014) - MVP de la Supercopa (2013-14) - Mejor quinteto de la Euroliga (2013-14) - 3 Trofeos Mejor quinteto Liga ACB - Mejor quinteto del Eurobasket (2015) - MVP Europeo Júnior.

Convirtió su densa barba en una marca de identidad y fue de los primeros en entender que el baloncesto no estaba reñido con el entretenimiento y que había que acercarlo al gran público de la mejor forma posible. Durante años fue el mejor director de marketing y el mejor comercial que el deporte podía tener. Maravillosa fue la publicidad de Euroliga que hizo la temporada 2017-18. Donde otros ponían inconvenientes y malas caras, Sergio siempre ofreció facilidades y una mano para ayudar. “Nos olvidamos de lo esencial que es disfrutar del baloncesto”, contaba tiempo atrás.

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Es tan grande el legado que deja su personalidad que hasta creó el término Chachismo para dar cobertura a toda la corriente vital que su figura inspiraba: la creación humana por encima de la réplica mecánica, inquietud cultural y el libre pensamiento por encima de encapsulamiento y, siempre, siempre, la búsqueda del sentido lúdico de la vida.

El Chachismo es el Carpe Diem del baloncesto millenial, el tener conciencia plena de cada momento y disfrutar con lo que cada uno hace. "Sí, y hacerlo con muchas ganas, con gusto y sabiendo y valorando la importancia que eso tiene y la suerte que hay en ello", apostilla el Chacho.

Porque sí, él siempre será para todos el Chacho. Por más que su grandeza infunda respeto en el tratamiento o que el paso del tiempo inviten a tratarlo de señor Rodríguez, él siempre será en espíritu el Chacho y eso hará que sea menos dolorosa la nostalgia de no verlo jugando con un balón de baloncesto.

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