acb Photo / E. Cobos
Ver el vídeo
© acb Photo / E. Cobos
Sergio Llull, la danza del funambulista
Esta es la historia de un cadete que anotó 71 puntos, de un recién llegado que tumbó a un equipo NBA y de un veterano que alzó al cielo un título con aroma a redención. Esta es la historia de Sergio Llull, una leyenda que este fin de semana alcanzará los 600 partidos acb con el Real Madrid.
  

Toda narración épica se nutre de dos elementos fundamentales: la esperanza y el coraje. Sin el primero, nada existiría pues debe existir una chispa que encienda la ilusión por un logro o hazaña. Esta esperanza perdura en el tiempo, se moldea con vivencias y aprendizajes que hacen más fácil alcanzar el objetivo que se anhela, pero hay un momento determinado en el tiempo donde nace.

Como todo niño que practica un deporte, el joven Sergio Llull jugaba por diversión, si bien el baloncesto estaba enraizado en su familia ya que su abuelo había sido entrenador y su padre jugó en Mahón. Botar la pelota canalizaba la energía que desprendía las 24 horas del día y el motor que vehiculó sus primeros sueños. “Era un niño bastante movido, un poco hiperactivo, nunca paraba quieto. Era un niño con mucha energía y un muy buen estudiante. Jugando era un poco parecido: con mucha energía, un poco ya con ese carácter de no querer perder a nada”, reconoce.

Desde edad temprana, Sergio se acostumbró a ver jugar a su padre y aprovechar los descansos de sus partidos para salir a la cancha y lanzar por más que la altura de la canasta dijera que encestar en ella era una quimera.

El pequeño Llull siempre quiso dedicarse al baloncesto, pero hasta los 14 años sólo fue una ensoñación vestida de entretenimiento con el que disfrutar diariamente con sus amigos. Sin embargo, el tránsito de los 14 a los 15 años obró una metamorfosis física en él y el manido estirón de altura le hizo ser un jugador más rápido y agresivo. Su juego había cambiado y su jerarquía era creciente (era capitán del equipo cadete y también destacaba en el equipo júnior), pero todo voló por los aires cuando el 6 de noviembre de 2002 anotó 71 puntos (incluyendo ocho triples) con el equipo cadete de La Salle Mahón en un duelo en casa del Jovent Alaior.

acb Photo / V. Carretero
© acb Photo / V. Carretero

Eran los dos mejores equipos de la competición y el equipo de Llull llegaba al encuentro con varios lesionados por lo que él tuvo que jugar casi los 40 minutos. En ellos, asumió los galones propios de su capitanía anotando y haciendo jugar a sus compañeros. Además de su escandalosa anotación, repartió 19 asistencias confirmando la dualidad de posiciones (base-escolta) que le ha perseguido toda su carrera.

Su gesta no pasó desapercibida ni para los medios especializados ni para los ojeadores de varios clubes. Semanas después del partido, la propia acb recogía lo acontecido y en su artículo, Paloma Canosa escribía: “Aunque resultaría una temeridad hablar ya de Sergio Llull como un crack, lo que sí es cierto es que si su progresión sigue por estos cauces podemos estar ante un futuro gran jugador”. No se equivocó.

A nivel federativo, es cierto que Llull ya había disputado con Islas Baleares el campeonato autonómico de minibasquet, pero aquella soberbia actuación despertó el interés de mucha gente y lo puso bajo el radar del mundo del baloncesto. Con la selección española estuvo en la concentración previa al prestigioso torneo de Iscar y, poco a poco, fue asentándose en un grupo con el que acabó proclamándose campeón de Europa júnior en 2004 junto a Sergio Rodríguez, Carlos Suárez y José Ángel Antelo entre otros, y con Txus Vidorreta como entrenador.

Siendo un año más joven, ya demostró una valía que se iba puliendo en Manresa. El equipo del Bages fue el que mejor supo moverse para contactar con él tras su histórico partido cadete y quien le convenció para que saliera de su hogar tratando de alcanzar su mayor anhelo.

acb Photo
© acb Photo

LA FORJA DE UN REBELDE

Pero las grandes gestas no sólo se alimentan de sueños y esperanzas. Estas anidan en la esfera de lo etéreo y requieren del pragmatismo de los actos, y es ahí donde radica la importancia del coraje. Aquel que infunde valor a las decisiones y articula la acción para alcanzar lo pretendido.

El desarraigo que supuso trasladarse a Manresa no fue fácil para un joven muy unido a su familia. Entonces el baloncesto fue su conexión con la tierra y el foco sobre el que actuar cada día, en cada instante. El esfuerzo del ánimo le sirvió para mantenerse firme en su convicción durante sus años de júnior y esperar el momento de debutar en la acb. Fue en el pabellón La Casilla de Bilbao un 8 de enero de 2006, y aunque sonó a regalo de Reyes, su primera canasta en la liga sólo fue el comienzo de una hermosa historia de esfuerzo, constancia, resiliencia y redención.

Por más que en sus tres siguientes partidos su presencia actuara de talismán y el RICOH Manresa los ganase, aquella temporada en lo colectivo fue una decepción y el equipo descendió. La siguiente temporada trató de redimirse y devolver al equipo a la élite, si bien su participación fue irregular y acabó como tercer base (promedió 4,5 puntos y 1,8 asistencias en casi 15 minutos por partido). Sin embargo, este hecho no impidió que un necesitado Real Madrid lo fichara. Con anterioridad ya lo había intentado, pero había recibido la negativa de un Llull que quería minutos para crecer. Ahora era diferente y el hecho de que el Real Madrid sólo tuviera 10 fichas antes del inicio de los Playoffs le abrió una ventana para fichar… y jugar. Para Sergio Llull fue un sueño cumplido. “Pasé de animar a mi equipo a través del televisor a defender la camiseta del mejor club del mundo”, reconoció años atrás.

ACB Photo/A. Arrizabalaga
© ACB Photo/A. Arrizabalaga

A su llegada le esperaba Joan Plaza con libertad para desplegar su juego y una única petición: que se cortara el pelo y acabara con las greñas que llevaba. Como buen joven, cumplió con el mandato y a cambio encontró un Edén baloncestístico donde construir su leyenda.

Su primera gran noche llegó cuando debía ser la de otros dos amigos como José Manuel Calderón y Jorge Garbajosa. Toronto Raptors visitaba Madrid y como todo duelo entre NBA y equipo europeo se presuponía que acabaría con victoria norteamericana. Sin embargo, la obstinación de Llull por evitar la derrota le hizo brillar en el último cuarto y tumbar al gigante canadiense con 17 puntos en 15 minutos. A partir de ahí, el gran público empezó a conocer al efervescente jugador que salía a pista a revolucionar los partidos y buscar con coraje un halo de esperanza cuando perder parecía ser el único resultado posible.

Sus medallas con la selección española
5 Oros (Mundial China 2019 - Eurobasket 2009, 2011 y 2015 - Eurobasket sub 18 2004), 2 Platas (Juegos Olímpicos 2012 - Eurobasket sub 20 2007) y 2 Bronces (Juegos Olímpicos 2016 - Eurobasket 2013)

Desde entonces, Llull comenzó a acumular heterodoxos highlights: cabriolas con bote, pases en el aire sin gravedad ni seguridad y tiros quiméricos que con inusitada frecuencia entraban en el aro. Una pinacoteca de la que la ortodoxia baloncestística renegaría, pero es que lo suyo nunca fue seguir los cánones de estética; ha sido más un jugador de raza que de pluma estilográfica. Y, precisamente lo pasional fue lo que le hizo ir ganando protagonismo en el parqué y conectar con la grada. El increíble Llull, Red Llull… muchos fueron los nombres que trataron de definir lo indescriptible.

Curioso que su rutina (o manía) de ser el último en salir del vestuario siempre haya contrastado con ser el primero en empujar al equipo cuando el balón estaba en el aire. En aquellos primeros años, el corazón de Llull era la gasolina que permitió a un equipo en transición ganar partidos imposibles y jalear a una afición que entonó el grito de ¡Llull, Llull, Llull! como el toque de corneta que avisaba de la remontada, el himno de la resistencia blanca. “Yo creo que va un poco con mi carácter. A mí no me gusta perder y cuando el partido está cuesta arriba y hay que remontar, me gusta estar ahí, intentar dar un paso al frente para cambiar esa dinámica y poder remontar el partido. Al final, en el baloncesto hasta que no se acaba el partido puede pasar de todo y en esa época recuerdo en Vistalegre varias remontadas muy bonitas con el campo lleno”, cuenta.

Un torbellino de energía que siempre ha contrastado con la serenidad con la que ha ido gestionando los éxitos y la humildad con la que asumió su emergente estrellato. De igual forma que tuvo un cameo en la mítica serie Aida o visitó los principales programas de televisión, entendió que su relevancia mediática podía tener un gran calado social y se fue involucrando en diversas causas benéficas. Definitivamente, su figura había trascendido los límites del parqué.

acb Photo / V. Carretero
© acb Photo / V. Carretero

BAILAR EN EL ALAMBRE

Tres… está muy lejos de canasta, dos… su defensor está muy encima, uno… es un tiro muy forzado, cero… ¡Canasta de Llull! Sirva esta licencia narrativa como relato generacional. Sergio Llull ha sido, de lejos, el protagonista del mayor número de lanzamientos imposibles de los últimos 15 años; hasta fueron apodados como ‘mandarinas’ por lo inverosímil de su ejecución. Ello es de por sí algo muy notable, pero es que, además, ha tenido la virtud de que muchas de estas canastas decidieran encuentros e incluso campeonatos. Sólo su granítica fe en la victoria le ha hecho levantar partidos cuando otros hubieran capitulado.

Como el funambulista que baila sobre el alambre, Llull ha vivido su carrera anotando tiros acrobáticos cuando no había red de seguridad. Uno de los primeros llegó en la Copa del Rey de 2014 cuando venció en la final al Barça (76-77) anotando una canasta lateral a falta de una décima para la conclusión del partido. En la Copa del Rey de 2017 ese vivir al filo del abismo se materializó con quiebros imposibles en los instantes finales contra MoraBanc Andorra (ayudó a remontar 16 puntos), Baskonia (fundamental sumando siete puntos consecutivos para forzar la prórroga y acabar ganando) y contra Valencia Basket (anotó 10 de sus 22 puntos en los últimos 2:48 de partido) para alcanzar un título que vio varias veces en manos ajenas y que, únicamente, su negación a perder le llevó a ganarlo.

Llegó a convertir Valencia una especie de jardín de sus delicias ganando a dos segundos del final de la prórroga un partido de Playoff de semifinales en 2015 y sobre la bocina un partido de Liga Endesa en 2016 con el que quizá sea su tiro más espectacular… si bien no el más icónico.

Ya sea con penetraciones o desde la larga distancia, Llull siempre ha dado pasos al frente cuando el reloj se agota y el balón quema. Con sangre fría y tirando de la tranquilidad de su carácter ha resuelto decena de partidos sobre la bocina. Él describe su idilio con lo imposible como una mezcla de práctica, talento y suerte. “Está claro que son tiros complicados. Desde pequeño siempre juegas con esa cuenta atrás de cinco hasta el cero y tirando en el último segundo. Hay entrenamiento, hay algo innato también para tener esa capacidad de saber dónde está la canasta en todo momento y luego un pelín de suerte en algún que otro tiro que sí que es bastante impresionante”, dice.

Cierto es que algún lanzamiento se le escapó y dolió especialmente el del Eurobasket de 2007 frente a Turquía. Sin embargo, ya en su bautismo con la Selección, Sergio Scariolo enseñó al mundo que Llull había llegado al baloncesto para dar muchas alegrías, aunque fuera a costa de alguna que otra taquicardia entre sus fieles seguidores.

Con tanta exhibición fue inevitable que la NBA le quisiera. Sus General Managers lo llegaron a elegir el mejor jugador fuera de la liga y sus actuaciones frente a equipos norteamericanos legitimaron todos los elogios. Tras su primer partido contra los Raptors, endosó 11 puntos a Utah Jazz, cinco puntos a Memphis Grizzlies, 10 a los Raptors en Toronto, 15 puntos a Boston Celtics, 22 puntos a Oklahoma City Thunder y 19 a Dallas Mavericks. Tres victorias y cuatro derrotas con promedios de 14,1 puntos y 4,3 asistencias atestiguan que Llull hubiera tenido en la NBA la relevancia que su juego merecía… y, sin embargo, prefirió ser fiel a un sentimiento.

Palmarés con el Real Madrid
7 Ligas (2006-07, 2012-13, 2014-15, 2015-16, 2017-18, 2018-19, 2021-22), 7 Copas del Rey (2012, 2014, 2015, 2016, 2017, 2020, 2024), 9 Supercopas (2013, 2014, 2015, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023, 2024), 3 Euroligas (2014-15, 2017-18, 2022-23) y 1 Copa Intercontinental (2015).

No se vio en el papel que otros genios europeos como Vassilis Spanoulis o Juan Carlos Navarro sufrieron y rechazó la propuesta de Houston Rockets para secundar el proyecto que lideraba por entonces James Harden. Él quería competir cada noche para ganar, pretendía levantar títulos y todo ello hacerlo como protagonista y emblema de un equipo que encandiló a toda Europa.

El pabellón del Real Madrid se convirtió en un parque de atracciones donde todo aficionado que lo visitaba salía con una sonrisa tras disfrutar del espectáculo que el Real Madrid ofrecía. Ganaba y ganaba bonito. Tras Plaza y Ettore Messina, llegó Pablo Laso y se convirtió en el arquitecto de un equipo donde brillaban Rudy Fernández, Felipe Reyes, Sergio Rodríguez, y, cómo no, Sergio Llull.

Fueron años de bonanza, de cosecha de títulos colectivos y reconocimientos personales. Fueron icónicos los selfies con los que ilustraba cada campeonato y donde casi siempre él resultaba determinante. Éxitos que trasladó a la selección española con la que ha ganado siete medallas, pero también con la que vivió su momento más amargo.

acb Photo / E. Cobos
© acb Photo / E. Cobos

RESISTENCIA A CAER

Todos deseamos tener una vida sin tropiezos; pretendemos pasar ciclos vitales con expedientes impolutos de errores o decepciones, pero la vida no la diseñan escritores de ficción infantil. No, la vida, en más ocasiones de las deseadas, se cincela a base de hostias que forjan el carácter y redireccionan los pasos a seguir.

Sergio Llull, con los lógicos desencantos que se enmarcan en la esfera del deporte de alta competición, había mantenido una bella historia de amor con el baloncesto que se quebró el 9 de agosto de 2017. Nada extraordinario debía ocurrir en el partido de preparación para el Eurobasket, pero a los 4:47 minutos de haber comenzado el duelo frente a Bélgica, sufrió la rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha en un intento de entrar a canasta.

Los gritos de dolor y rabia mientras se sujetaba la rodilla desgarraban el alma y contrastaban con el más absoluto silencio en el que se sumió el pabellón al ver la dolorosa acción. Tanto había dado al deporte y tan generosa había sido su persona, que el baloncesto se unió en duelo a él y lo llenó de cariño durante las primeras semanas de lo que sería su larga recuperación.

A punto de cumplir los 30 años, muchos otros se hubieran hundido o maldecido el infortunio, pero él nunca miró con auto condescendencia el inesperado giro que su carrera sufrió, no lamentó las oportunidades que la lesión se llevó por delante y desoyó las voces que generaron ruido sobre su retorno.

acb Photo
© acb Photo

“Fue un momento complicado. Al final, yo creo que las lesiones, junto con el perder, es lo peor para los deportistas y a mí me tocó sufrir esa grave lesión. Al principio lo encaré bien, con muchas ganas, pero sí que es cierto que fue un proceso muy largo y durante ese proceso hubo altibajos. Días en los que veías que no mejorabas, no evolucionabas todo lo que te gustaría y luego otros que ibas mejor anímicamente. Es difícil de sobrellevar, pero creo que al final viví un momento que, siempre lo digo, es uno de los más bonitos con el Real Madrid: mi vuelta a las canchas. Ese día se me pusieron los pelos de punta con la ovación del Palacio y toda la gente coreando mi nombre. Sin esa grave lesión no hubiera podido vivir uno de los días más bonitos como madridista”, confiesa.

La ética de trabajo que le llevó a salir de casa, a alcanzar su objetivo de ser profesional y el sueño de hacerlo en el Real Madrid, volvió a ponerse a prueba y desde el discreto trabajo en las sombras fue reconstruyendo su físico para regresar a las pistas de juego 313 días después de lesionarse. Ocho meses y medio de parón.

La paz interior que siempre mostró en contraposición a su volcánico juego en pista le ayudó a sobrellevar la transición y silenciar los ladridos procedentes del borde exterior del parqué mientras reinterpretaba su baloncesto. Era impensable que un jugador, pasados los 30 años y con varias lesiones, tuviera el mismo rendimiento que en sus años de exuberancia física. Sería algo de superhéroe, pero el increíble Llull hizo tantas heroicidades que algunos olvidaron que también era humano.

Puede ser que su físico no fuera el mismo, pero sí su espíritu. Quizá sus exhibiciones no se sucedieron con tanta frecuencia como en el pasado, pero sí fueron más selectivas y oportunas. Así quedó patente en la final de la Supercopa Endesa de 2021 cuando volvió a colocarse la capa de superhéroe para remontar 19 puntos en la segunda parte y derrotar al Barça. Las lágrimas redentoras que brotaron de sus ojos contaban una historia de meses de oscuro de trabajo y silenciosa paciencia para reencontrar a quien nunca se fue. “Sergio es el alma de este equipo”, reconocía Chus Mateo hace escasas fechas.

Pero la obra maestra de su colección de canastas imposibles y tiros ganadores llegó dos años después, cuando en la final de la Euroliga puso la guinda a la remontada de su equipo frente a Olympiacos. Otra vez al límite, Chus Mateo puso el último balón en sus manos. No le importó que hasta entonces no hubiera anotado ninguna canasta porque su curriculum se había llenado de tiros ganadores y, sobre todo, porque sabía que su talento y determinación le llevarían a la tierra prometida. “En ese instante, la verdad, es que no piensas, no te da tiempo a pensar demasiado. Sales del tiempo muerto, el entrenador ha pintado la jugada para ti y eso pues denota que, tanto el entrenador como tus compañeros, tienen esa confianza depositada en ti para que tomes ese último tiro, para que intentes tomar la mejor decisión y luego, una vez ahí, todo pasa muy rápido. Intenté leer bien la situación y bueno… entró, así que salió todo perfecto y pudimos celebrar esa Euroliga tan inesperada”, asevera. La suya fue una canasta para la historia, la descripción gráfica de un jugador que ya había ascendido al olimpo baloncestístico y que, con ella, liga su nombre a la eternidad.

A sus 36 años, la pasión por el juego permanece intacta en Sergio Llull. Está a punto de alcanzar los 600 partidos con el Real Madrid en acb y tiene a tiro el récord de Felipe Reyes (619)… pero quiere más. Más allá de más títulos y récords, por delante le resta un gran partido por vencer, aquel que le situará en el lugar exacto dentro de la historia del Real Madrid y del baloncesto español.