En esta vida todos buscamos ser dueños de nuestro destino, recorrer nuestro propio camino y construir un legado personal e intransferible. Sin embargo, esto que parece tan sencillo y sensato, no lo es tanto en el mundo del deporte.
De sobras son conocidas las etiquetas que se imponen a los jugadores y estos deben muchas veces batallar con las eternas comparativas que las que se les señalan desde imberbes tiempos y que suelen acompañarlos durante su trayectoria profesional. Es doloroso e incluso hiriente escuchar en voces ajenas ser alguien que no eres porque, sencillamente, cada persona quiere ser ella misma.
Quizá así se sintió en algún momento de su carrera Jonathan Barreiro, quien desde muy joven convivio con la expectativa y la fama… pero también con la comparación. Él probablemente fue uno de los primeros niños mediáticos que compitió en la Minicopa Endesa. Lo hizo en 2010 con una estela de pomposas comparaciones que buscaron vestirle con prendas que no eran las propias. “Jonathan Barreiro, el Ricky Rubio gallego por el que pujan todos los grandes de la canasta” titulaba La voz de Galicia.
Un año después su proyección física y talento natural exacerbó las comparaciones y algunos medios le comparaban con auténticas leyendas de este deporte. “Un 'Magic' gallego de 14 años roba protagonismo a las estrellas ACB en Copa”, destacaba Marca resaltando la fama de un jugador que ya por entonces despertaba más expectación y seguimiento que muchos jugadores de la Copa.
Aproximarse a la inmediatez de la fama era muy tentador, pero el riesgo de caer en la vanidad también. Entonces la protección de la familia y un entorno saludable preservó su carácter humilde y pragmático. Porque sí, como buen gallego la sencillez de su persona fue el mejor escudo cuando fuera crecía el ruido.
También fue fiel a sus raíces y le tocó emigrar para buscarse un mejor futuro y en el Real Madrid lo encontró por más que dos lesiones graves atentaran contra su carrera y su estado anímico. Estoica entereza mostró cuando la segunda le privó de competir en el Mundial Junior. No era momento de arriesgar su carrera y el recuerdo de lo vivido con la primera era una losa con la que cargar.
Por suerte, la paciencia siempre le acompañó y como él mismo reconocía hace unos años: “Tanto cuando era joven y tuve las lesiones, como cuando llegué a Zaragoza y no jugaba, en ningún momento pensé: ‘no voy a llegar’, al revés, me dije: ‘quiero llegar. No sé si voy a llegar, pero quiero’”.
Los años de academia pasaron y llegó el momento de la graduación en la élite. Tampoco fue fácil pues por entonces se había despojado de las vestimentas con la que otros quisieron engalanarle y fue diseñando su propio traje. En él, la entrega y el sentido coral del grupo primaban sobre aspectos individuales que lucen más de cara al espectador.
Quizá la discreción y la humildad no sean valores en alza en un mundo tan competitivo como el del deporte, pero él supo labrarse una carrera con personalidad propia, primero en Ourense en LEB Oro, y posteriormente en Zaragoza ya en Liga Endesa. Fue precisamente a orillas del Ebro donde quedó completamente desligado de otros y comenzó a dar pasos de gigante en su ascensión al estrellato.
El año de novato lo pasó tomando notas, pero después acabó graduándose con nota en un equipo que cautivó la atención del espectador y que lo tenía a él como pieza clave en el anclaje competitivo y social. Y es que Jonathan enamoró a la ciudad (y Zaragoza le cautivó) de tal manera que se granjeó un séquito de admiradoras que velaban por su felicidad de infinidad de formas. La más sugerente, la que sacia el estómago. Rosquillas y croquetas son metáforas que represan el afecto que su figura despierta. La carrera de Jonathan había despegado y Málaga le esperaba.
Allí repitió la amarga experiencia del banquillo, pero como ya tenía la lección aprendida supo poner buena cara al mal tiempo y bailar sobre la lluvia que cayó en un año complejo también a nivel colectivo. Él sabía cuáles eran sus señas de identidad y ese perenne deseo por triunfa no le iban a permitir dar un paso atrás.
En verano se quedó a las puertas del Eurobasket, pero pronto se vio que, bajo la impronta de Ibon Navarro, Unicaja había cambiado la cara y que él era una pieza importante dentro de un equipo capaz de competir de tú a tú con los grandes de la Liga Endesa.
Y así se presentó en la Copa del Rey. 13 años después de que aterrizase de invitado en la Minicopa, él fue protagonista del triunfo en la final con ocho puntos, dos recuperaciones y un despliegue de energía que contagió al resto del equipo. Porque ahí reside la fortaleza del juego de Jonathan Barreiro, no le importa dar un paso atrás para que otros luzcan… aunque quizá el no sepa que esa es una virtud de otros muchos valoran.
Ahora ha completado el círculo. Junto a Ricky Rubio, Luka Doncic y Usman Garuba es el único jugador en ganar la Minicopa y la Copa del Rey, pero lo mejor de todo es que lo ha conseguido siendo fiel mismo a su personalidad, marcando su propio camino y construyendo una sólida y reconocida carrera. Hoy Jonathan Barreiro se ha hecho un nombre propio en la Liga Endesa y ese es el mayor orgullo que cualquier jugador puede lucir.