Aquel verano del 90 al que antes nos referíamos, tan movidito por la polémica arbitral, pilló ya a Eduardo Portela como presidente de la ACB. La idea de dar carácter ejecutivo a este cargo venía de lejos, de antes de ser nombrado Evaristo del Río. Después, en 1989, tomó cuerpo la idea de incorporar a un personaje de prestigio al que le gustara el baloncesto pero que no hubiera estado directamente implicado en hasta entonces. Carlos Ferrer Salat aceptó con agrado la sugerencia, tanto que perdió dos aviones por no acabar la reunión en su despacho en que se trataba esa opción.
Pero ya advirtió que posiblemente sería nombrado presidente del Comité Olímpico Español, lo que abortaría la posibilidad del baloncesto. Y así fue.
El 28 de marzo de 1990 “La Vanguardia” había anunciado que en la asamblea que se celebraría en Barcelona el día siguiente Francesc Cairó, vicepresidente del Joventut, iba a proponer que todos los clubs quedaran desvinculados de la gestión de la Asociación y la dejaran en manos de un presidente ejecutivo y que, a su juicio, el más adecuado para ejercer este nuevo cargo era el entonces gerente (o, más en la línea de la NBA, comisionado): Portela. De hecho, hacía años que lo pensaba. “Hay que ir a una normativa plenamente profesional”, afirmaba Cairó.
En ese camino, la asamblea del 29 de marzo de 1990 fue una de las más importantes en la historia de la ACB, que aquel día dio el paso definitivo hacia su total profesionalización. Los clubs aceptaron la propuesta de Cairó, que no estaba en el orden del día pero que Fernández, Alemany y Rubio se encargaron de presentar, tras hablarlo durante un paréntesis de la reunión y que el presidente Del Río hizo suya de inmediato (“me sabe mal haberme enterado por un diario, pero estoy de acuerdo: Portela debe ser presidente”, comentó antes de la asamblea) y acordaron renovar radicalmente la estructura de la ACB, dejando la gestión en manos de un equipo totalmente profesional encabezado por un presidente ejecutivo, el citado Portela, que fue por cierto el primer sorprendido. Y cambiaron también el sistema de competición de la Liga ACB.
Efectivamente, tras la preceptiva modificación de los estatutos, Eduardo Portela fue nombrado por unanimidad presidente ejecutivo de la ACB por cuatro años el 8 de junio de 1990. Él mismo explica cómo fue: “Estábamos casi acabando la reunión y comentamos que seguíamos con el dichoso problema del presidente. Entonces, a sugerencia de Cairó, surgió la posibilidad de que yo asumiera la presidencia. Y me nombraron”.
No fueron cuatro, sino veintitrés, los años que permaneció en el cargo Portela tras sucesivas reelecciones. Un largo período en el que las grandes competiciones españoles se consolidaron como las más potentes del ámbito FIBA. Si la Liga ACB es la más fuerte, la Copa del Rey marca un punto y aparte con una fórmula que es la envidia de todos. Una larga trayectoria de éxito indiscutible que tuvo su punto de partida en la visión de futuro y la capacidad de aunar esfuerzos y sacrificios en aras del objetivo común que hace un tercio de siglo pusieron de manifiesto una serie de dirigentes unidos por un denominador común: su incontenible pasión por el baloncesto. Los forjadores de la ACB. A ellos va dedicado este libro. Gracias de corazón por hacer historia.