De padres ucranianos, la vida recibe a Wolodymir Szczerbiak el 21 de agosto de 1949 en un campo de refugiados de la II Guerra Mundial situado en Hamburgo, Alemania, una nación ajena y devastada. Las duras condiciones allí y lo poco halagüeño de un regreso a la Ucrania soviética obligan al padre a buscar una mejor alternativa, por muy lejos que estuviera. Así dos años después las gestiones de una parroquia católica ucraniana en Pittsburgh dan por fin resultado. La familia Szczerbiak emigra a América. Era la época en que los llegados pasaban por la Estatua de la Libertad y recibían 10 dólares para iniciar la aventura.
Hubo suerte. La Iglesia procuró al cabeza de familia un trabajo en una fábrica de aceros. Así el jovencito a quien hubo que adecuar el nombre, uno de 6 hermanos, pudo acudir al colegio y recibir una educación. El profundo espíritu religioso familiar, especialmente materno, inclinó al chico al sacerdocio. "Tenía verdadera vocación. Si algo tenía claro entonces es que iba para cura". Con ese deseo acude a un seminario en Stanford (Connecticut). Allí descubre los deportes, y en particular uno que inesperadamente fue conspirando poco a poco contra su primera inclinación. "No sólo era el más alto de la clase, sino el más atleta. Físicamente brillaba en lo que hiciera".
Al pequeño Walter le gustaba el Baloncesto y el Baloncesto de él. Con 14 años consiguió memorizar un tipo de lanzamiento que sería parte de su futuro profesional. "Como me gustaba mucho el béisbol, me serví de algunos de sus movimientos para mejorar mi coordinación ojo-mano. Yo me situaba en los laterales y tiraba y tiraba. Te juro que casi podía meterlas con los ojos cerrados". Fue debido a su temprana estatura que el entrenador del colegio, John Santariga, de ascendencia italiana y también profesor de Historia y Matemáticas, consintió su enseñanza en labores de pívot. "Como era grande capturaba muchos rebotes. Aprendí a moverme como un pívot, a ser polivalente. Me encantaba hacer de Wilt Chamberlain".
Aquel entrenador de una escuela, St. Casimir, que acostumbraba a preparar chicos para equipos universitarios, dispensó buena atención a Walter. No poca para traicionar el propósito con que el chico entro allí. "Él vivía a 200 metros de mi casa. Mi hermano mayor también me influyó. Me costó decidirme y al final, la que lo pasó fatal fue mi madre". Walter jugaría al Baloncesto. La religión podía llevarse por dentro. A punto de entrar en Pennsylvania, donde hubiese coincidido con su futuro rival Bob Morse, la George Washington le ofrece mejores condiciones y por ella se decanta en 1967 para completar allí los cuatro cursos y una progresión incontestable (22.8 en 1971). Hubo sin embargo en su origen deportivo una influencia mucho mayor.
Pittsburgh y Nueva York forman un área en aquellos primeros setenta de la que un jugador de su edad, aun siendo blanco, no puede escapar. La cuna del Playground, su edad dorada, es un escenario que el joven Walter vivirá íntegramente. "No sólo aprendes a competir. Aprendes a jugar de verdad, batiéndote con los mejores". Allí alterna rivalidad con toda la fauna urbana de la época, desde los dioses Connie Hawkins o Julius Erving ("Yo tenía unas manos como las suyas") a los capos Hammond y Kirkland pasando por una variopinta pléyade de ejemplares (Schaffer, Kenon, Archibald, Wingo, Webster, Ken Charles, Billy Paultz) que en suma le endurecen y mejoran hasta quedar consagrada su figura en todo el área metropolitana.
Su equipo, City College of New York, entrenado por Peter Vecsey, gana la Rucker del 73 disputada en la 125 de Harlem. Walter termina como máximo anotador del torneo (33 puntos) por delante de Dr J (31) con el mejor porcentaje de tiro. Para muchos testigos de la época y postrimerías, allí no hubo mejor tirador. En realidad ese nivel ya lo había adquirido en 1971, terminado su periplo universitario. Motivo por el que "las dos ligas se interesaran por mí. Fui drafteado en el nº 65 de la NBA por Phoenix y en el 28 de la ABA por Dallas". A tal punto parecían empeñados los Suns que además de ofrecerle un contrato no garantizado por 85 mil dólares, le advirtieron de no hablar con la ABA. "No tenía agente. Cedí a su presión y fiché por ellos".
Tras el verano y alguna nueva probatura (Kentucky, Buffalo), termina en los Wilkes Barre Barons de la pequeña Eastern League donde de nuevo ofrece su mejor cara jugando con Jim McGregor (futuro italiano), Joe Dupree y Stan Parlac. Segundo en anotación y porcentaje de toda la liga, alcanza la final que disputa con Hartford (Ed Johnson, futuro manresano, Charlie Criss y Dana Lewis) logrando aquel campeonato de 1973. "Firmé por fin con un agente y traté como siempre de aprovechar el verano". Pero esta vez en St. Johns, tan próximo a Lou Carnesseca como a un curioso conocido del técnico, un inesperado ojeador que resultaría clave en su inmediato devenir.
Por aquel entonces Víctor de la Serna (Vicente Salaner) hacía las veces de corresponsal en NYC para el diario "Informaciones". Línea directa con Madrid, el juego de Walter le impresionó lo suficiente para no dejarlo escapar. Si se buscaba tiro, fuerza, rebote y velocidad, ése era el hombre. Si se buscaba un sucesor de Emiliano, no había nadie mejor. Aquella llamada no tenía precio. "Todo lo traté con Ferrándiz. A mí si me pagaban el viaje no me importaba hacer la prueba". Quiso la casualidad que en aquella semana de julio del 73 anduviera por Madrid la Indiana de Bobby Knight. Contra ella estrenó Walter la elástica blanca. "Yo venía de jugar con los mejores. Aquello me resultó muy sencillo. Recuerdo haber sintonizado enseguida con Brabender y Luyk, incluso con el alemán Norbert Thimm".
Todo salió como tenía que salir. Walter era demasiado bueno y Saporta se entregó a la compra más ambiciosa en la historia de la sección. "Ferrándiz me ofreció 5 años garantizados. El problema es que tenía que responder aprisa y decidir abandonar mi sueño americano no era sencillo. Acabé firmando". Sólo puso una condición: plena libertad para rescindir si era reclamado por los americanos. Ferrándiz esgrimió una sonrisa malévola y no opuso resistencia. El Madrid lo quería a toda costa. Por fin Walter Szczerbiak era madridista.
Walter caló tan rápido en el madridismo como en el idioma. Se le entendía todo al mes de estar aquí. "Tuve la suerte de encontrarme con un equipo de ganadores natos. Encajamos a la perfección". Aquella campaña del 74 el Madrid se paseó por todas las competiciones incluyendo la guinda de la quinta Copa de Europa, donde ganaron 12 de 13 enfrentamientos. La final se disputó en Nantes frente al Ignis de Varese (84-82) de Bob Morse, a quien literalmente secó Walter en defensa. El Madrid se mantuvo invicto en Liga, gana la Copa y el Torneo de Navidad, donde el americano suma 95 puntos en 3 partidos.
Antes de terminar la temporada por encima de los 30 de media y con la liga decidida, Walter pidió permiso al club para viajar a Estados Unidos. Quería probar de nuevo. "En primavera disputé un torneo en Nueva York y creo que no lo hice nada mal". Walter no solamente terminó como máximo reboteador del torneo sino que en el partido escaparate final anotó la friolera de 49 puntos. Al zurdo Dick Barnett, ojeador entonces de los promotores del asunto, los Knicks, no se le ocurrió mejor forma de rellenar su prospecto que un "juega demasiado cerca del aro". Aquella sería su última aventura transatlántica. El mal de ojo de Ferrándiz, precedido por sus ganas de olvidar a Aiken, había dado una vez más resultado.
El Madrid de Walter (1973-1980) se define primeramente por la solidez del grupo fuera cual fuese la nueva incorporación. "Todos teníamos una magnífica relación, dentro y fuera del campo. Ramos, Luyk, Rullán, Brabender, todos éramos una piña". Pero por encima de todos, hubo alguien sumamente especial para su carrera en España: Carmelo Cabrera. "Nosotros salíamos siempre como un bloque sólido, pero al principio permitíamos a los rivales jugarnos de tú a tú. Como a los 10 o 12 minutos Carmelo salía del banco y allí se acababa todo. Empezábamos a correr y el marcador con nosotros. Adquiríamos ventajas con una facilidad increíble, muchas veces escandalosas y a menudo de más de 20 en Copa de Europa. Respeto muchísimo a Corbalán pero Carmelo era un genio, puede que el mejor base que haya visto en mi vida. Nadie me encontraba como él". Su estilo desenfadado, de transición, magia y poca o nula defensa, iba como anillo al dedo a Walter, que las anotaba de todos los colores. "Mi arma preferida era el tiro desde cuatro o cinco metros en transición, cuando la defensa no estaba aún formada". Como anotador Walter jamás desestimó ninguna posición de ataque.
La temporada del 75, la última de Ferrándiz, el Madrid logra nuevamente el doblete y pone fin a una racha de 88 jornadas invicto, más de tres años. Walter deja en 30 su casillero final y establece frente al Mataró el récord de anotación en un partido de Liga: 53 puntos. Aquella marca no perduraría vigente ni un año. El 8 de febrero de 1976 tiene lugar un hito en la historia del Baloncesto nacional. En la Ciudad Deportiva el Real Madrid aplasta al Breogán por 92 puntos de diferencia: 140 a 48. Szczerbiak tocó el cielo entonces anotando 65 puntos. Precede a esta proeza una curiosa circunstancia. En el partido anterior Walter había anotado 16 puntos al Aguilas. "Lolo había decidido que jugásemos repartiendo mucho la anotación y así lo hicimos, y ganando". Sin embargo el diario AS no lo entendió así y en las fichas que acompañaban a la crónica, Walter se llevó la peor nota. "Me pusieron una raya, indicando que yo jugaba mal por las mañanas, que fue a la hora en que jugamos, que no me gustaba madrugar y tal. Como no había anotado los 30 de costumbre, empezaron a decir eso. Me molestó tanto que decidí vengarme".
Walter tuvo la suerte de que ese siguiente partido se jugara también de mañana. "Fui a por todas. Sentí que tenía caliente la muñeca, que me entraba todo. Mis compañeros se dieron cuenta y empezaron a facilitarme pases, no de canastas fáciles pero sí para que tirase yo". Así fue como se fraguó la mayor proeza anotadora que haya vivido nuestro Baloncesto. La estadística final aterra: 25 de 27 en tiros de campo, la mayor parte desde lejos y sin triple, y 15 de 17 desde la línea. "Lo que más rabia me dio fue fallar esos dos tiros libres". Curiosamente Walter, siempre cortés con los rivales, reconoce no sentirse todo lo orgulloso que cupiera esperar. "No me gustó hacerle aquello al Breogán. Ellos no tenían ninguna culpa. Pero en el fondo no me disgustó saldar la cuenta con quienes sí llegaron a dudar de mi profesionalidad".
Poco antes de comenzar la temporada 77-78, después de ganar las cuatro ligas que disputó con un promedio de anotación superior a 30, el papel de Walter en el equipo sufriría un cambio notable. Lolo Sáinz se decantó por Coughran para jugar todas las competiciones mientras que Walter sería tan sólo utilizado en Copa de Europa. Y así fue en los tres años posteriores. "Te sientes extraño cuando tienes que entrenar tú solo. Fue algo que me costó asimilar". El cambio únicamente fructificó allá donde jugara Walter.
Terminando el segundo año aceleraría su adiós una extrañísima lesión durante un entreno. Trabajaba un recurso propio de Delibasic cuando de repente sufrió la rotura de un capilar interno que encharcó de sangre su escroto hasta inflarlo como una pelota de tenis. "Fue muy doloroso. Me operaron. No cerraron bien y volví a sangrar. Estuve un mes ingresado en el hospital". De esa infame forma cerraba un periplo italiano en que volvió a representar su papel de siempre (24.3). La temporada siguiente Walter regresó a Estados Unidos.
Todo parecía haber acabado cuando su gran amigo Carmelo Cabrera le propuso una última aventura. "Carmelo quería juntarnos a unos cuantos excompañeros en su Canarias natal". Y lo consiguió. Walter ficharía en 1983 por un crecido Cafisa Canarias donde coincidirían cuatro veteranazos de sangre blanca: Cabrera, Prada, Meister y él. Sólo falló Brabender, que prefirió seguir en la capital (Cajamadrid). "La experiencia fue bonita pero la presión de ganar era igual en todas partes. Un año y dije basta". Se apagaba la primavera de 1984.
Así fue como terminó la trayectoria de uno de los mejores americanos 'si no el mejor' que han pasado por Europa, escenario del que hizo trono madridista junto con las otras leyendas hermanas, que era como se sintieron con él los Luyk, Brabender, Cabrera, Ramos, Rullán, Corbalán y demás insignias blancas. Quienes le conocen o le conocieron saben que, por encima del deportista, está ese inmenso samaritano que tantas veces hizo las de padre con todo americano caído por España. Representando a este Baloncesto no es posible un mejor embajador en la NBA, una liga que nos concedió la inmensa fortuna de dejarlo escapar. Por eso no yerran quienes piensan que Walter... nunca se fue.
FICHA PERSONAL
Walter Szczerbiak
Hamburgo (Alemania), 21/08/1949. Alero, 1,97 metros
Trayectoria deportiva
- 1967-71 : George Washington University (NCAA)
- 1971-72 : Pittsburgh Condors (ABA)
- 1972-73 : Wilkes Barre Barons (Eastern League)
- 1973-77 : Real Madrid
- 1977-80 : Real Madrid (sólo juega la Copa de Europa)
- 1980-82 : Tropic Udine ( Italia )
- 1983-84 : Cafisa Canarias
Títulos
4 Ligas (1974, 1975, 1976 y 1977)
3 Copas de Europa (1974, 1978 y 1980)
1 Copa (1977)
3 Copas Intercontinentales (1976, 1977 y 1978)
Logros individuales
Ostenta la mejor anotación en un partido de Liga, 65 puntos ante el Breogán el 8 de febrero de 1976. En las cuatro temporadas que disputó la Liga promedió 30.3 puntos por partido.