No tengo palabras para agradecer tu propuesta. Te conozco desde mis quince años, cuando viniste a Olimpo a dirigir al equipo e hiciste migas con mi papá. Sé que os exprimí demasiado, que os preguntaba mil cosas. ¡Cuánto os debo a ti y a Daniel Allende! Tantas dudas dichas en voz alta. ¡Cuántos libros, folletos y cintas en VHS de fundamentos me trajo Daniel de Estados Unidos! La de horas que me pasé repasando una y otra vez cada material nuevo que llegaba.
Desde tu marcha, como ya sabes, nada ha cambiado. Continúo hablando con los entrenadores, incluso protagonizando nosotros los nuevos vídeos. Continúo enamorado de esta locura. Y, especialmente, continúo observando cada día el buzón, nervioso, hasta que, de repente, al mes, veo una carta nueva procedente de Puerto Rico. Es la tuya. Y la abro. Y tiemblo leyendo tu idea. Tiemblo de ilusión. Tiemblo de miedo.
¿Realmente crees que puedo hacerlo bien allá? ¿No soy demasiado joven para ser tu asistente en Puerto Rico? Estoy dispuesto a dejarlo todo. Mis días son estudiar abogacía, trabajar en tribunales, entrenar en divisiones inferiores del club y jugar. Y tengo novia. Soy valiente, estoy dispuesto a apostarlo todo por seguirte, por seguir este sueño.
Eres consciente de que nuestra familia es humilde. Mi padre, cuando supo que me habías propuesto entrar en tu staff, está empeñado en vender su coche para pagarme el pasaje y tener que estar a las 5 de cada mañana para pillar el tren hasta el trabajo. Yo no quiero eso, no puedo aceptar que lo haga y lloro cada vez que me intenta convencer. Me da vértigo dar ese paso: supone dejar mi casa, dejar mi vida, dejarlo todo. Mas se trata de básquet. Y siento que es la oportunidad de mi vida. Creo que nos veremos muy pronto.
Mis mejores deseos,
Nestor García.
Una vida en cartas
Enero vive sus últimos días en el Fernando Martín de Fuenlabrada. Es un día lluvioso y gris, de esos en los que ningún plan puede ser mejor que el del sofá. "Por un beso de la flaca...". La entrevista, fijada justo antes del entrenamiento, parece empezar antes de darle al botón de grabación. "Daría lo que fuera". El canto se puede oír desde bastantes metros de distancia, colándose por los pasillos. No obstante, la voz se hace cada vez más y más cercana. Por un beso... Aparece Néstor. Sonríe. Deja de cantar por unos segundos. El apretón de manos se transforma en abrazo mientras va a su despacho justo antes de empezar la charla. "De ella aunque solo uno fuera... ¡aunque solo uno fuera!"
Mientras el que entrevista aún se sorprende comprobando como Jarabe de Palo, dos décadas después, sigue sirviendo para romper el hielo, Néstor regresa sin perder la sonrisa, que solo se guarda al recordar, emocionado, aquellas cartas reales que se mandaban él y Julio Toro. Un mentor, un segundo padre. Un entrenador, un amigo. "Cuando él se fue a Puerto Rico, le escribía haciéndole mil preguntas de básquet. Imagínate lo que tardaban en llegar desde y hasta Bahía Blanca. ¡Por lo menos un mes! Aún las tiene guardadas mamá: con esas cartas comenzó mi carrera".
Con lágrimas en los ojos al revivir cómo su padre llegó a vender su coche para apostar por su profesión de entrenador, Néstor viaja en el tiempo y vuelve a sus orígenes. De su niñez a la actualidad. Del Club Olimpo al Montakit Fuenlabrada. Una historia casi literaria, contada en este artículo en forma de imaginarias cartas en base a su relato, a sus declaraciones durante todos estos años -señalando con negrita sus frases textuales-y a sus confesiones durante la conversación. Una fábula muy real. Las vivencias de un amante sin igual de este deporte. De un loco apasionado, en el más sano de los sentidos, de un genio que supo encontrar su camino. De un Néstor que fue Ché. De un Ché que es Néstor. Las cartas que hubiera escrito, en cada momento de su carrera y su vida, la gran sensación de la temporada en Liga Endesa. El alma de la revelación. El alma de la revolución. Esta es su historia...
3 de marzo de 1988
Estimado Julio:
Hemos hablado muchas veces, pero quiero recordarte, antes de tomar la decisión, cuál es mi historia. Para que tengas presente de donde vengo y por qué me ha costado tanto dar el paso. Nací un 11 de enero en 1965, en Bahía Blanca. Es tierra de basquetbol, allá donde salen jugadores como arroz picado. Mi papá hizo de todo y acabó pasando del ferrocarril a llevar una cafetería. Mi mamá fue conserje y también cosía, como ayudante de modista. Eran muy humildes y, siempre, muy trabajadores.
Yo era un chico de barrio, de una calle de tierra donde nací y crecí. La ciudad era muy tranquila y jugábamos todo el día a la pelota hasta la noche, aunque era algo 'peleador' y, a los 8 años, un médico les dijo a mis padres que tenía que empezar a hacer cosas, a relacionarme más con mis compañeros. Decidieron apuntarme a un club. Quería fútbol pero, para mi edad, no había nada y acabé entrando en el básquet a través de un primo mío.
Todo es tan relativo... a veces pienso que me salvé de ir a las Malvinas solo por un año. Crecí en tiempos de peronismo. Todo podía haber cambiado a mis 17. Sufrimos apagones, Bahía Blanca a oscuras. Tapábamos las ventanas de las casas, nos comimos una gran mentira. Nos hicieron creer que éramos unos fenómenos, todo para tapar lo que se venía. Pero resistimos, ese es el punto argentino. Mi camino ya estaba marcado.
De niño de barrio a niño de club. Club Olimpo. Vivía allí. Mi papá agarró la cantina del pabellón y pasé a tener las llaves de la instalación. Incluso jugaba con mis amigos cuando cerraban. El encargado dormía y nadie podía enterarse. Mi vida empezó a ser básquet. Me tenían que echar de la pista porque no paraba. Veía entrenamientos de la tarde hasta última hora, con todos mis colegas yéndose antes de las 9 a cenar a casa. Yo me quedaba hasta que mi padre terminara. Y siempre esperando que me llamaran para pasarle la pelota a alguno. O que hubiera 9 jugadores y me necesitaran para jugar. Quería que me lo propusieran. Con 14 lo hicieron. Se ve que se cansaron de verme por allí.
Cada día más y más apasionado por esta locura. Jugando, siempre digo que cuando era bueno, era malo. Base con algo de visión y tiro. Estuve en todas las divisiones inferiores, hasta hoy, y eso me permitió contactar con todos los técnicos. De adolescente, hablaba con el entrenador del primer equipo, Tite Boismené -algún día llegará a la selección-, y le preguntaba por conceptos como pick&roll o tácticas defensivas.
A los 16, mientras jugaba, me pusieron a entrenar a niños de 6 o 7. Incluso como jugador me gustaba dirigir y le planteaba al que llevaba el equipo que por qué no hacíamos tal jugada o cuál era el motivo de alguna decisión suya. Me mandaban al banco. Me obsesionaba con la NBA, seguía el baloncesto europeo. El ídolo Corbalán. La Copa del CAI de Najnudel. Las ideas de Díaz Miguel, Lolo Sáiz o Aíto. El básquet era mi mundo y, cuando llegaste a entrenar al Olimpo, todo se multiplicó.
Qué buenas migas hiciste con papá. Qué tiempos aquellos aprendiendo de ti. Sos un prócer, una leyenda que lo ganó todo como jugador y como entrenador en Puerto Rico -me parece, después de la NBA, la mejor liga americana de esta década de los 80-, un amigo que me ha ayudado siempre sin pedir nada a cambio. Contigo confirmé en qué quería convertirme. Con tu carta siento que fue mi padre el que se dio cuenta que amo ser entrenador. No nos da ni para sacar el pasaje, mas papá ha cumplido su promesa y ha vendido el auto para poder viajar.
Voy para allá. Acepto. Me lanzo. Renuncio a todo por este sueño. Por aprender básquet, por convertirlo en mi vida. Y ten claro una cosa. Ya que dejo todo atrás, voy a Puerto Rico dispuesto a entregarme, sin dejarme nada dentro. ¡A morir!
Hasta muy pronto,
Néstor.
6 de julio de 1992
Estimado Julio:
No me lo puedo creer, aún sigo frotándome los ojos. ¿Pero qué habéis hecho? ¿Sois consciente de que acabáis de hacer historia en el baloncesto venezolano? Creí que el listón era imposible de superar en el Sudamericano del 91. Cómo olvidar la remontada contra Brasil, los minutos del suplementario, ese 122-121 que era sinónimo de oro. Empero, lo habéis mejorado. ¡Tú y tus chicos habéis conseguido billete para los Juegos Olímpicos! Qué forma de ganarle a México y Canadá. Qué orgullo la victoria contra Brasil. Y hasta la derrota contra el Dream Team fue con la cabeza bien alta. Enhorabuena, amigo. Ahora sí que me parece inimaginable repetir algo así.
Yo también tengo novedades. Te cuento, aunque bien conoces muchas anécdotas de este relato. Ya nadie me llama Néstor por acá. Desde que Flor Meléndez me puso "Ché" nada más llegar, por aquello de ser argentino, es mi nombre de guerra. De ser el "Checho" de pequeñito al "Ché" en la actualidad, ¿qué te parece? Qué rápido va todo, Julio, han pasado ya cinco primaveras de aquella primera temporada en Puerto Rico en tu staff técnico.
Al año siguiente, 1989, te fuiste y llegó a Gigantes de Carolina el técnico Herb Brown, otro del que pude aprender mucho como ayudante, aunque solo estuvo una temporada antes de volar a España. Resultaba una situación curiosa, porque yo tenía la edad -¡o incluso menos!- de los jugadores. En esa época, las sesiones se programaban para la tarde, si bien yo les motivaba para ir de mañana a entrenar técnica individual. Cuando Brown abandona el club, se piensa en mí de forma provisional. A Puerto Rico llegaban cada año profesionales con sello NCAA o NBA como Carlesimo o Phil Jackson. En nuestro caso, el elegido era Paul Westhead, aquel entrenador campeón con los Lakers en el año de debut de Magic Johnson. Le pidió al club una semana para incorporarse y ahí ocurre algo que marca mi carrera: un par de jugadores del club, el ídolo Tomás Domínguez y Ramón Rivas -justo antes de ir al Taugrés- le piden al dueño que me pongan a mí de forma interina al mando. Lo hicieron.
Tenía 25 años y sentía que no tenía ni idea. Estábamos clasificados en duodécima posición y jugábamos dos partidos como visitantes. El primero, en casa del líder. Ganamos por un punto. ¡Los jugadores me tiraban hielo encima, como si fuera un título! Al segundo, volvemos a vencer. Paul Westhead pide unos días más y vuelvo a dirigir al equipo. Viene el tercer partido, lo ganamos. En el cuarto, otra victoria. Al quinto triunfo, el dueño del equipo me dijo que no iba a traer a Westhead. Era mi oportunidad. A veces pienso que lo decidió Dios, especialmente lo que llegó después.
A los pocos meses, me llegó una propuesta del Estudiantes de Bahía Blanca. Volvía a casa, con los míos. Qué etapa más bonita. Y qué vueltas da todo. ¿Quién me iba a decir que Hernán Montenegro estaría otra vez en mi conjunto? Ese producto de la naturaleza, antiguo jugador de Gigantes de Carolina, que vio conmigo el draft en el que hacía historia y que regresó de Italia nada más llamarle yo para unirse al proyecto, cual hijo pródigo. Nada mejor me pudo pasar que entrenarlo. En el banquillo pedía salir a pista. Si se las daban todas, se quejaba. Si el resto tiraba, también. Me hizo entrenador. También estaba por allí Espil. Te digo que ese chico hará carrera en Europa. ¡Menudo tirador! Dwayne Bryant, Norberto Tomás, Javier Maretto, Darryl Pinckney... qué equipo. Bárbaro.
Solo tenía 26, pero no sé si alguna vez celebraré más una canasta que la de Montenegro ese año. Mi primer año en mi país, semifinales ligueras, jugada final. Espil se la da a Montenegro en una especie de alley-oop, la toca y a la final. La canasta de mi vida. Me encantó cómo lo definió Hernán: "En los entrenamientos la enterraba hasta el codo y a veces se salía. Me acordé y la deposité como si fuera una pizza". La pizza más rica que he probado. No ganamos en la final (4-2 contra GEPU de Pichi Campana) pero ya habíamos hecho historia. Qué gozada, además, esta última campaña, la 91-92, con Marcelo Richotti uniéndose al barco. Todos querían ir al pabellón para verle. Mi expresión dentro de la cancha. Qué alegría que se venga conmigo a Peñarol.
Ah... ¿no te lo había contado? Cambio de aires. Al final del curso, me reuní con Luis Zelezen, directivo de Peñarol. Aparecí en su negocio de Avenida Independencia con un ejemplar de La Nueva Provincia con posiciones históricas de la liga. Atenas en lo alto, Peñarol abajo. "¿Vos querés estar arriba? Entonces contrátame a mí", le dije. Me llamó pendejo, pero le caí bien. Y firmé. Solo espero seguir contándote historias tan felices en la próxima carta y que sigas llenando tu carrera de éxitos que nos hagan sentir orgullosos.
Héroe de Portland... un abrazo muy fuerte,
Ché García.
4 de abril de 2001
Estimado Julio:
Hoy he recordado aquella carta que te mandé con 23 años, en la que decidí cambiar de vida con solo dos letras. Tanta ilusión me ha hecho tu propuesta, trece años después, que me apeteció responderte a mano, como mandan los canones. 2001 ya, viejo amigo. Nueva década, nuevo siglo, nuevo milenio. Y tantas cosas por delante aún.
Creo que la última vez que me animé a escribirte fue justo al fichar por Peñarol. Qué buena decisión, qué bonito recordar esa temporada. Aquel Peñarol de la 93-94 ya es eterno. Las 17 victorias seguidas, récord en mi país. El éxito en semifinales, con factor cancha en contra, para eliminar por primera vez a un campeón de la regular. Aquel partido interminable con tres prórrogas. Arrancar la final con 0-2, otra vez a domicilio. La cita definitiva en General Pico, para ganar a Independiente delante de los suyos. El primer título de la historia de Peñarol. El primer título en mi carrera.
Era 31 de mayo y lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Lamare, Sucatzky, Maggi, Ivy, Wallace Bryant, el MVP Esteban de la Fuente. Y el gran Richotti siempre a mi lado. Yo agitando la vieja toalla que siempre llevaba colgada al hombro. La fiesta interminable en pista. La hinchada fue el motor que lo encendió todo. ¿Cómo imaginar que iba a celebrar el día más feliz de mi carrera con el Diego? Maradona, con el que había tenido más de una charla extensa, quiso venir al partido. Se sentó en el banquillo, con los suplentes, a mi lado. Festejó como un milrayita más, en el parqué y en el vestuario, porque vio en ese equipo lo que él siempre defendió en su carrera: le dio sentido a la camiseta, valía la vida. Fue apoteósico. Jamás la ciudad se había estremecido tanto por algo deportivo en Mar del Plata. Cuentan que hubo más de 60.000 personas en la calle y hasta el rival Quilmes sacó una pancarta que saludaba al campeón. Y estuvimos a punto de repetirlo en el siguiente año, cuando fuimos subcampeones del Panamericano.
Empecé a darme cuenta de que había dos personas en mí. Néstor y el Ché, el Ché y Néstor. En cancha era diferente, temperamental. Fuera de ella, nada me ponía nervioso. Una vez comprobé que tenía las mismas pulsaciones tras una siesta, 48 horas antes del partido, que un minuto antes de empezar. Con el balón en el aire, todo era distinto. Me transformo. Mi vida era cada vez más y más baloncesto. Solía bromear diciendo que, si mi esposa se enterara del tiempo que le dedicaba al equipo, se separaría en diez minutos. Acabó ocurriendo. Tras cuatro años en Peñarol, tenía que salir de ahí. Algunos no entendieron que me marchara a Boca. Cualquier separación traumática hace que no tengas la cabeza para estar acá, por mi bien tenía que cambiar de aires. Hacía meses que no vivía con mis hijos, el cambio más grande de mi vida. La gente del club lo entendió.
En la Bomborenita todo comenzó muy bien. Al primer año, subcampeón. Me dijeron que era el primer técnico en lograr tres finales con tres equipos diferentes. A mis 32. ¡En solo ocho años! Resultó una época linda la mía como bostero, cuyos colores ya me tiraban. Llegó a decir el presidente que solo el seleccionador Lamas y yo teníamos nivel para dirigir al club. Quizá faltó la guinda. Haber ganado ese campeonato o la Liga Sudamericana tal vez. Un año en semifinales, al siguiente cayendo en la finalísima contra el Vasco de Gama de Flor Meléndez, el "creador" de mi nombre de guerra. 15.000 personas en Maracanazinho, que temblaba aquel día. Teníamos a jugadores del nivel de Montecchia, De la Fuente, Barrett, Fernández, Farabello o Wolkowyski, mas nos quedamos con la miel en los labios.
Acabé extasiado, era todo demasiado intenso y rápido. Por primera vez, estuve unos meses inactivo, justo al acabar esa campaña . Aún así, no podía evitar volver a decir que sí a un proyecto relacionado contigo. Vuelta a Puerto Rico en el año 2000, esta vez con los Cangrejeros de Santurce, el equipo cuyo dueño era el manager de Ricky Martin. Había dinero y había plantilla: Piculín, Arroyo o Blackwell, casi nada. Fue una dupla peculiar, reconócemelo. Cogí el equipo durante pretemporada y temporada regular y tú llegaste para Playoff. Lo importante es que el equipo ganó. Yo regresé unos meses más a Boca, en mi segunda etapa, en la que no pude sacarme la espina. Por eso entenderás que me haga tanta ilusión que vuelvas a contar conmigo, que Puerto Rico vuelva a confiar en mí. Sí, Julio, sí... será un honor ser tu ayudante en el próximo FIBA Américas. ¡Hasta entonces!
Deseándote lo mejor,
Ché García.
8 de junio de 2006
Estimado Julio:
Estoy muy feliz, estoy radiante. Y sentí, un lustro después, que necesitaba ordenar todas mis sensaciones para contarte más fielmente cómo he vivido estos años. Es verdad que nos faltó en aquel verano de 2001 rematar la faena realizada con la selección. Un cuarto puesto es siempre amargo, si bien con el tiempo se valora más. Me costó hacer click. Tras el campeonato, firmé por Libertad de Sunchales. Fue una etapa corta, con buenos resultados y un momento inolvidable: la ovación que me dieron los hinchas de Peñarol al regresar como rival.
En diciembre me llegó una buena oferta del Marinos de Oriente venezolano y acepté. Empezaba a sentirme un nómada, siempre con la valija preparada para partir. Y tuve mis primeras dudas. Algunos seguían hablando de mi precocidad o de mis hitos -dirigí 8 All Stars en Argentina en los 10 años anteriores-, pero noté que era una época diferente. Empecé a pensar que, en mis primeros pasos, no sabía nada como entrenador. Me vino el cambio como técnico y como persona. Decidí reubicarme en el mundo y en la vida. Me quedé en casa de mi mamá, casi un año parado. El "Loco" Montenegro era ahora mi representante, los guiños de este deporte. Cuando hablamos de regresar, fui claro en mi petición: O un equipo europeo... o una selección. Y la opción de Uruguay pesó más que alternativas menos seguras en Rusia o España.
Supuso el contrato más bajo de mi carrera, mas me ilusionaba ese rol. Llegué convencido de que había que hacer un cambio generacional, darle chance a los Batista o Barrera que ya asomaban, darle relevo a la vieja guardia. Mi imagen estaba en juego, deseaba trascender. Tuvimos momentos lindos, como la victoria contra Argentina en el Panamericano o el bronce conquistado en el Sudamericano de Montevideo. Era una revolución con vistas puestas en el medio y largo plazo, pero esa etapa solo duró un año, a pesar de que en 2004 volvieron a ofrecerme el puesto tras mi curso en Libertad de Sunchales. Allá volvimos a rozar la gloria en la Liga Sudamericana -semis-, si bien en Liga nunca terminamos de arrancar. De repente, en ese verano de 2004, estaba a punto de darle un vuelco a mi vida. Volví a atreverme.
Arabia Saudí, mi destino. Al Ahli de Jeddah, un equipo joven y muy bajito. Llegué con Diego Guevara y Patrick Savoy. Me pusieron un chófer que me llevaba a todos lados mientras me enseñaba árabe. Y descubrí otro mundo. Al quinto día, en el entrenamiento sacaron la alfombra y se pusieron a rezar. Lo primero que pensé es que lo hacían para que me fuera ya de todo lo que les estaba 'matando' en la sesión. Volvió a pasar en un partido. Ganábamos por 8 a dos minutos para el final y, en un instante, todo se paró para que rezaran. Se fueron los equipos, el público... y se ve que tuvieron que rezar mejor nuestros rivales porque acabaron empatando.
Más allá del choque cultural, no olvidaré la experiencia de mi accidente con la moto de agua. Me rompí la primera lumbar en fragmentos, por milímetros no me corté la espina dorsal. Preferí quedarme allí reposando. Un mes sin salir de la cama. Me bañaban, me daban de comer, no podía dormir del dolor y se me caían las lágrimas suplicando medicinas. Un día, de pronto, siento ruido en el cuarto. Al despertar, todo estaba lleno de hinchas del Al Ahli, rezando para que me curase. Hasta en los pasillos y en planta baja había gente arrodillada por mí. Me tomaron como de la familia.
Llegamos a una final copera y perdimos. Pese a no ganar, creo que cumplí al tratar de profesionalizar el club: llegué un mes antes, establecí turnos para compatibilizar las sesiones con los trabajos -a veces, militares- de los jugadores. Conocí a los más jóvenes, reestructuré las inferiores, conversé con otros técnicos del club e instauré el scouting. Fue lindo pero muy duro, en un país con sombras inconcebibles, como el papel de la mujer, vetada en las gradas. Me dio a conocer qué quiero y qué no de la vida. Y aún echo de menos el pescado del Mar Rojo. Qué contraste con el siguiente destino, el prestigioso Trotamundos de Carabobo de Venezuela, con el que volví a ser subcampeón.
Ya me estaba sintiendo impotente por rozar la gloria tantas veces. Encima, viví uno de los cursos más amargos de mi carrera en el Argentino de Junín. Renuncié al puesto en diciembre de 2005, ya sentía que tenía un camino recorrido para tomar decisiones tan drásticas. Con todo lo que te cuento, imagina el bálsamo que ha supuesto para mí la segunda oportunidad en el Trotamundos. Con todos los títulos que acumulas, seguro que me entiendes mejor que nadie. En solo dos meses, de la nada al todo. Primeros en la regular, finalistas y 4-2 al Guaros de Lara en la final, con Richard Lugo de MVP y Carl Herrera en el vestuario. Teníamos que ser campeones y lo logramos. Debía contarte este punto de inflexión en mi carrera y eso hago. Ya es una sana costumbre.
Nos vemos en las canchas,
Ché García.
11 de julio de 2013
Estimado Julio:
Te vuelvo a escribir porque cada vez tengo más claro que el mejor amigo de un entrenador es otro entrenador. Definitivamente, esta profesión es una montaña rusa, que es imposible de entender sin pasión. Tengo una relación muy bonita con ella. La única manera de mostrar talento es poniéndole pasión. Las milanesas de mi madre son las mejores porque le pone pasión. Ya no tengo dudas de que el baloncesto es lo más importante de mi vida junto a mis hijos. Me entrego porque lo siento, soy de entregarme a la gente que me contrata, aunque la relación solo dure semanas o meses. Dentro de la cancha no tengo nada que ver con lo que soy en mi vida. Tengo sensaciones que solo me da un partido de básquet y el día que no las tenga, no dirigiré más.
Ayer decidí irme de Boca. Para explicarte, debo retroceder en el tiempo. Cuántas cosas pasaron desde la última vez que me dirigí al buzón. Tras el título con Trotamundos, mi nombre se puso de moda en Venezuela. Un par de etapas en Delfines de Miranda, Guaros de Lara y Marinos de Anzoátegui en 2008, con otro subcampeonato. La rueda otra vez girando y Uruguay nuevamente en mi camino. Atlético Bigua. Qué proyecto tan bonito aquel de Villa Biarritz, qué romántico todo, parecía una película de guion imposible. No había un peso, ché. Esos pibes solo sabían ganar. Conquistamos la Liga y la trayectoria en el Sudamericano de Clubes fue aún mejor. Nos plantamos invictos en Guayaquil. Tuvimos que vender bonos de colaboración y organizar rifas para poder viajar, como si fuera un viaje de fin de curso. ¡Nos proclamamos campeones de la última edición del Sudamericano de Clubes! Prórroga incluida (81-79) y con los aficionados del Libertad apoyando a los brasileños de Joinville. Bendita locura.
Me recordaron que el baloncesto uruguayo no ganaba nada en el plano internacional desde 1992 y que habían pasado 60 años desde el último éxito fuera del país. Qué forma de adorar la camiseta, cómo se notaba que muchos llevaban juntos en el club desde los 8 años. Con tanto problema económico, todos abandonamos el barco al final de temporada, aunque lo mío llegó a parecer una burla del destino. Y eso que estuve a punto de ser seleccionador dominicano. Sin embargo, en el siguiente equipo, el Gaiteros de Zulia venezolano, ni siquiera me pagaban, viviendo dos meses en un hotel sin dinero, comida ni ropa limpia tras abandonar la entidad. Aún reclamo lo que me deben. Si ya en 2009 me llamaban trotamundos, les di aún más motivos. Al principio, fichando por Halcones de Xalapa mexicano, donde viví la anécdota más divertida de mi carrera. La historia del gorila es un plato fuerte en cada entrevista distendida. La próxima vez estoy por mandarte email, por aquello de pegarte el enlace. Búscalo, te reirás.
Resultó una etapa extraña. Quedamos terceros en la Liga de las Américas y, en plena final liguera, perdí mi puesto. Además, como mi contrato era con el dueño en lugar de con el equipo en sí, mi futuro estuvo en el aire durante unos días, ya que se rumoreó que podía mandarme a Halcones de Córdoba o Halcones de Veracruz. Finalmente, pude desvincularme y amplié la lista con un nuevo país, Brasil. Más concretamente en el Minas Tenis Club. Lo mejor, más allá de que me eligieran otra vez para el Partido de las Estrellas, disfrutar de la evolución y descaro de un adolescente con ganas de comerse el mundo, Raulzinho Neto. Me alegra que siga creciendo en ACB, una de mis cuentas pendientes. Me vino muy bien el año 2011 por muchos motivos. Volví a saborear un título, el 5º de mi carrera y el 8º en la historia del Marinos de Anzoátegui. 4-1 al Cocodrilos, con todo el país viéndolo por la tele. La celebración, sin mesura. Los hinchas no se movieron de la cancha durante más de tres horas. No podíamos ni salir del vestuario, lo hicimos con custodia policial y por la puerta de atrás. Pocas veces vi tanta locura en la gente.
Ese verano me acordé de ti, al regresar de asistente a un campeonato internacional. Esta vez, con mi Argentina, como ayudante de Lamas en el FIBA América de Mar de Plata. Tardé media décima en aceptar. Qué regalo esos días de septiembre entrenando a la Generación Dorada. De Scola a Ginóbili, pasando por Nocioni, Oberto, Prigioni, Pepe Sánchez, Delfino, Jasen o Gutiérrez, con Quinteros, Kammerichs o Leiva pidiendo hueco. Estos chicos siempre fueron de oro. Después de subirnos a lo más alto del pódium, el siguiente reto fue uno que no hubiera sospechado años antes. Atenas, el histórico Atenas de Córdoba, en su peor momento histórico. No pensé en mi vida que me iba a llamar un equipo en esa situación y que yo iba a estar tan contento. La apuesta volvió a funcionar. Cuando aterricé allí, venían de encadenar 8 derrotas seguidas... y acabamos sumando 9 triunfos en los 10 partidos siguientes. El equipo bajó el pistón más tarde, mas la salvación era un hecho. Y la puerta argentina volvía a estar abierta. Más de lo que yo creía.
De la decepción por no estar en los Juegos Olímpicos como asistente a llevarme el oro, esta vez como entrenador principal, del Sudamericano de Chaco. 79-56 en la final contra Venezuela. Sabes que uno de los sueños de mi vida, junto al de la NBA, es ser el seleccionador argentino. A falta de vivir el sueño en un Mundial o unos Juegos y de dirigir a todas las estrellas disponibles, esa medalla no me la quitará ya nadie. Si me lo cuentas en esos días en Olimpo, te habría tomado por loco. Además, como el pasado siempre llama dos veces -o tres-, he vivido esta temporada la experiencia de regresar a Boca Juniors. Me presentaron como un ganador y pienso que el balance (31 victorias, 13 derrotas) es positivo, si bien acabo de decidir interrumpir el contrato por dos proyectos que me han hecho mucha ilusión.
Me he comprometido a ser el nuevo seleccionador de Venezuela. Igualmente, he aceptado una propuesta por tres temporadas del Guaros de Lara, una organización modelo, quizá la más potente de Latinoamérica. Son proyectos a medio plazo, que requieren estabilidad, algo que no he tenido en estos últimos años de tantas idas y venidas. Creo sinceramente que esta es la oportunidad que he estado todos estos años buscando. Como te dije hace ya un cuarto de siglo... voy con todo a por ello. A morir otra vez por este sueño.
De tu buen amigo,
Ché Nestor García.
9 de julio de 2017
Estimado Julio:
Estos días he recordado mucho la frase que me dijo mi hijo Tomás. "Papá, si te vas... ganá. Si no, quédate con nosotros". Es como si se hubiera cerrado el círculo, como si todo tuviera un sentido. Tanto sacrificio mereció más la pena tras lo que vivido desde la última carta que te mandé. Venezuela me cambió la carrera. Venezuela me cambió la vida.
Llegué planteando hacer cosas diferentes para crecer. Necesitamos competir contra los mejores para aprender y entender cómo se juega a nivel internacional. Planteamos cruzar el charco, y concentrarnos en Torrejón, España. La inversión fue fuerte, no es barato tener a 40 personas fuera de casa durante 60 días. Lo necesitábamos para acostumbrarnos a medirnos con rivales que no nos van a dejar tirar tan fácil a canasta. Aprender a explotar nuestro talento, compensar cualquier déficit de centímetros o técnica. Me gusta el juego alegre pero para correr hay que defender muchísimo, tener compromiso atrás, cambiar la mentalidad para sumar solo para el colectivo. Nada ni nadie es más importante que el equipo. El primer año, casi lo logramos, quedándonos fuera del Mundial por basket-average. Al siguiente, hicimos la hombrada de conquistar el Sudamericano e Isla Margarita, con el país paralizado viéndonos. 66-65 en semifinales contra la Brasil de Neto y, en la final, mi querida Argentina esperando. La Argentina de Richotti, el hijo de mi inolvidable Marcelo. Me hacen sentir viejo estas cosas.
Me acordé mucho de ti, Julio. Cuando ganamos (74-65), todos los periodistas me recordaban que el único precedente era el tuyo, el de los Héroes de Portland. 23 años más tarde, el baloncesto nos volvía a unir. Un año antes no conseguíamos ni cerrar rivales para amistosos. En solo 12 meses, el mundo del baloncesto empezaba a respetarnos. Y más lo hizo en 2015. Solo mis jugadores y yo sabemos el sufrido camino hasta llegar a semifinales. Todos nos dieron por derrotados ahí ante la Canadá de Wiggins. La de Olynyk, Joseph, Staukas o Doornekamp, con Jay Triano al mando. "Rézate lo que puedas", le dije a Vargas como estrategia para parar a Wiggins. Hora y media después, estaba casi sin voz en el tiempo muerto gritándoles a mis chicos que estaban a tres minutos de los Juegos Olímpicos. No sé cuánto pasó hasta el bocinazo final, pero jamás me sentí tan vivo en una cancha. Tanto que hasta el árbitro me tapó, literalmente, la boca cuando me volví loco silbándole a mis jugadores. El tiro libre de Vargas, tenía que ser él, desató la locura. Corrí por todas partes, me arrodillé, lloré, me mantearon. Miré al cielo, mire hacia atrás en el tiempo. Y sonreí. Ya éramos historia.
Aún quedaba la final, que preparé viendo con mis jugadores un documental del 30x30 de ESPN sobre Argentina. Otra vez ellos. Los Scola, Nocioni, o Campazzo clamando venganza. Salimos asustados (11-0) y yo me desgañitaba en el banquillo gritando que ya había comenzado la final de América. Por fin reaccionaron. Llegamos con vida al descanso y completamos la remontada en los minutos finales. Éramos los campeones del FIBA Américas, el primer título de este nivel para cualquier equipo venezolano. Y, entre sollozos, te lo dediqué públicamente. Sin tus cartas en mi juventud todo esto hubiera sido un sueño. Un sueño inimaginable, me repetía, mientras recibía el oro con un sombrero mexicano. Es el momento más feliz de mi carrera. Me trajeron para esto. Esa noche me comentaron que los recibimientos más grande en la historia de Venezuela habían sido a Gardel, a Fidel Castro y a los Héroes de Portland. Ahora, nos tocaba a nosotros. Tuvieron incluso que desviar vuelos a otros aeropuertos. El nuestro estaba desbordado. No se había ganado el campeonato para la gente de básquet, sino para todo el país.
Nunca he vivido algo así. Me trataban casi como a un dios, me sentí en el olimpo. Una vez, en un aeropuerto, recorrí unos 70 metros con todos de pie, aplaudiendo. Me invitaban al informativo, me declaraban mejor técnico del deporte nacional con un 96% de votos. Hasta hice el saque de honor en un partido de beisbol, con 50.000 personas en las gradas, y me tuvieron que sacar por el túnel. Hasta me pagaron las deudas pendientes tras la presión de la LPB. Y la bola no dejó de crecer. Un 12 de marzo de 2016, el Guaros de Lara también firmó su propio capítulo en la historia, conquistando la Liga de las Américas contra el Bauru (79-84), con Wilkins como MVP, tras otro encuentro apoteósico, fantástico. 12.000 personas en el Domo Bolivariano. Barquisimeto como sucursal de la locura, que dijeron acertadamente en televisión. Otro cachito de historia, incluyendo a Venezuela en el palmarés del torneo. Y un destello más para cerrar el mágico 2016, volviendo a ganar el Sudamericano. Tengo grabada cada imagen de esa final. La tensión de los últimos minutos, los cánticos de nuestra grada, la explosión final. Juntos fuimos más.
Qué irónico. Hace años necesitaba varios párrafos para describirte una final perdida y ahora comprimo los oros en líneas apresuradas y muy resumidas. Siempre hubo más literatura en la derrota, la felicidad es más corta de explicar. Y es que yo solo me limité a cumplir la condición de Tomás...
Con cariño te lo dedico,
Ché García.
9 de febrero de 2018
Querido Julio:
Lo estoy logrando. Queda aún mucho... mas lo estoy logrando. El viejo sueño que le dije a papá, en paz descanse. Ese anhelo perenne de llegar a Europa y triunfar. Te escribo a 6 días de que comience la Copa del Rey de Baloncesto. Mi Montakit Fuenlabrada estará ahí, entre los grandes, tras una primera vuelta que voy a llevar dentro de mí toda la vida. Todo sucedió a un ritmo frenético, ese que ya me pertenece. Después de ser los reyes del continente, la aventura con Guaros de Lara no duró mucho más. Una mañana, haciendo balance, comprobé que solo había estado 9 días en mi país en todo el año anterior. Por eso, cuando surgió la opción de regresar en noviembre de la mano del Quimsa, en Santiago del Estero, no tardé en decir que sí.
Imposible describir con palabras las sensaciones vividas anoche en el Casanova.
- Nestor Garcia (@NestorCheGarcia) 28 de agosto de 2017
GRACIAS BAHIA BLANCA 🇦🇷 pic.twitter.com/4Tv8PQIVH6
Indirectamente, me sirvió para vivir algo precioso. Una tarde, como visitante, un niño de 12 años de Peñarol me pidió un abrazo. Eso es que sus padres o sus abuelos le han contado mi historia. Es el sueño de cualquier entrenador. De lo más importante que me pasó en mi carrera. No fue una etapa larga, al llegar con la temporada empezada e irme al finalizarla tras la oferta europea, si bien agradezco que entendieran mi oportunidad. Todavía me parece surreal sumar más de 700 partidos y 400 victorias en mi país habiéndome pasado la mitad de mi carrera lejos de casa. Más me emocioné aún al dejar el cargo de seleccionador venezolano, por la regla de incompatibilidad en Liga Endesa. No pude repetir medalla, aunque viví otro momento único al regresar a Bahía Blanca. Argentina-Venezuela, de un himno a otro. Una ovación emocionantísima, con el público en pie, a la hora de recibirme. Enfrente Sergio Hernández, amigos desde la adolescencia. Fue un cierre perfecto a la etapa más redonda de mi vida. En Venezuela me adoptaron, viví cosas maravillosas, es un pueblo magnífico. Es mi casa y siempre les estaré agradecido.
Desde el pasado septiembre, mi cabeza solo está en Fuenlabrada. Me da mucha alegría, para mí es la mejor liga del mundo tras la NBA. A la cuarta fue la vencida. Al presidente Quintana le conocía desde hace 20 años. Le prometí que haría un equipo de profesionales comprometidos con el corazón, intenso y que se identificaría con los aficionados. La gente trabajadora que coge un tren a las 6 de la mañana, cuando paga para vernos jugar, lo que quiere es ver entrega. La misma que tienen ellos a la hora de ganarse el sueldo. Ser competitivos es no tenerle miedo a ganar ni a perder. No era vender humo, aunque no imaginé un arranque similar, el mejor de la historia del club, con 5-0. Terceros en la primera vuelta, cabezas de serie y con un 12-7 en estos momentos del que todos estamos muy orgullosos.
Gracias a las madres de mis jugadores por haberlos traído al mundo con unos cojones tremendos, puse en un tuit. Disculpa el tono pero es que no puedo estar más orgulloso de ellos. A su lado, el ver para creer pasó al creer para ver. Parece que nos conocemos de toda la vida. Yo vine a esto, era mi sueño. Aún así, entiende que aún me cueste creer que es real. La conexión con el público es total y son frecuentes las pancartas en mi honor. Lo de los medios sí que no me lo esperaba. Un día, aparezco caracterizado como el Ché Guevara en TeleMadrid. Al otro me hacen un reportaje en Gigantes. Y, al siguiente, se acuerda Fox Argentina de mí y llevo el nombre de Fuenlabrada a la otra parte del mundo.
Nadie nos ha regalado nada. Desde aquella canasta del Loco Montenegro en el 91, entendí lo importante que era el pre-partido. Imaginar el partido que vas a jugar: si plantean esto, respondo con lo otro. Si gano por 8 hago lo siguiente, si tengo que remontar hay tal plan- A partir de aquel día de hace 27 años, siempre quise anticiparme para saber jugar esos últimos segundos. De las doce victorias, cinco fueron por 3 puntos o menos. Un par por 5, otro por 6 y dos más por 8. Parece que nos funciona. Que tengamos basket-average negativo con un balance tan positivo solo significa una cosa: cada canasta nos cuesta la vida. Así se disfruta más.
Vivo a dos cuadras del pabellón y vengo caminando cada día. Vivo en casa con Daniel Seoane, uno de mis ayudantes, y Germán Andrín, preparador físico. Me levanto, desayuno, voy al Fernando Martín y luego a almorzar. La gente me saluda al cruzarme con ellos. Paso por el gimnasio con Germán y vuelvo al club. Más tarde, vemos qué cenar antes de seguir de noche todos los partidos posibles de Euroliga o Champions, que de momento hace frío acá. Madrid me fascina pero no estoy yendo mucho. A full con Fuenlabrada. Nos reunimos, charlamos, vemos las prácticas. Son dos fenómenos y me lo paso muy bien con ellos. No hay un día en el que no nos estemos riendo de alguien, a veces me toca a mí. También me paran cuando tengo que parar o, cuando tengo que levantarme, me levantan. Además, estoy muy contento en esta ciudad, me gustaría quedarme un largo tiempo. Me da mucho placer caminar por la calle, sea en la ciudad que sea. Este país es hermosísimo.
En España tienen un concepto particular de la crisis, no conocen bien esa palabra. Me parece que lo tienen todo. Me gusta mirar como la gente está en los lugares sentada, picoteando y riéndose. Acá la gente lo pasa bien, no lleva la cabeza gacha. Hay seguridad a cualquier hora, eso vale oro y te da más años de vida. Tienen acceso a ropa y a la mejor comida que conocí. Voy al gimnasio y a la nutricionista porque, si no, pesaría ya 100 kilos. Mariscos, arroces, embutidos, morcilla, lechazo.. en el club somos de buen comer y aprovecho los viajes para probarlo todo.
La promesa con más mérito En mitad de la entrevista con el Ché García, pasó por el lado su hija. Pidió permiso y le dio un chicle a su padre, que lo llevó a su boca como agua en el desierto. No, no está siendo fácil cumplir la promesa copera de dejar de fumar. "Pactos son pactos", repite, bromeando con volver a su vicio si llegan a la final. "Cuando llegué al club, fumaba tanto que aprovechamos una salida de emergencia en el pabellón, con escalera para salir a la calle, para montar una especie de despacho para hablar con mis ayudantes. Me montaron una mesa con sillas y pizarras y así podía estar ahí fumando. Ya tengo mis rincones en este pabellón", confiesa. Eso sí, ahora se pregunta si estar ahí con chicle compensa el frío. |
El día del sorteo, todos los periodistas me preguntaban qué me parecía ser el equipo al que todos querían en cuartos. "Una de las cosas más lindas que le puede pasar a uno es que le deseen", respondí. He dicho públicamente que este es el año que deberíamos intentar acabar con la maldición del Montakit Fuenlabrada en cuartos. El equipo cree que lo puede hacer e iremos a la Copa a ganar tres juegos más. Es bonito imaginarlo. Pase lo que pase, espero que esta temporada siga en esta línea, algo que me llena como profesional y como persona. Estoy en un momento de equilibrio, algo a lo que me ayudó Elina, mi terapeuta personal desde hace siete años. Ahora las terapias son telefónicas. Me ayudó a interpretar cosas que yo enfocaba mal. Hay cosas que tienen que ver con lo humano que a uno se le escapa. La eterna dicotomía entre Néstor y Ché, el eterno baile entre entrenador y persona. El tranquilo y el afónico. El 'abracero' de las pulsaciones bajas y el que acaba con hielo en los pies tras cada encuentro de puro cansancio. Hemos llegado a la conclusión de que a veces Néstor tiene 14, 27 o 33 años y es el Ché García el que sale a resolver cosas. Imagino que es tan sencillo y tan complicado al mismo tiempo como eso.
He cumplido ya 53 años y empiezo, ahora más que nunca, a comprender quién soy. Un tipo que de joven solo era Néstor y de entrenador solo me sentía Ché. En realidad, siempre fui una mezcla de los dos.
Tienes que visitarme, recuerda. Quiero compartir este sueño con el que me convenció a tenerlo.
Te espero,
Nestor "Ché" García.
Un remitente ecléctico
El de Bahía Blanca no necesitó papel en su entrevista. Ni pluma, ni sobres. Solo palabras y recuerdos que le llenan, que cuenta orgulloso, consciente de lo difícil que fue el camino. Es el Ché un tipo verdaderamente revolucionario: por su cercanía, en un mundillo a veces más cerrado. Por su oratoria, por su discurso, por su forma de tratar a la plantilla, siguiendo la filosofía de que, con cariño y humor, la gente produce más. "Son once nacionalidades diferentes. Hay que meterse dentro, preguntarles cómo están, saber de sus familias y llamarlos. Antes que jugadores, son personas". Humilde que tratará con el mismo respeto al presidente que al utillero del club, con una pasión imposible de disimular que baña cada uno de sus actos, sea cantando Jarabe de Palo, disfrutando como un niño de la nevada, o metiéndose de lleno en cada película o serie que ve. Durante estas semanas, además, disfrutó de la visita de sus hijos Tomás y Macarena. "Ahora que han venido ellos, mi casa es un hotel. Hay ruido, somos muchos y comparto con ellos el tiempo que estén acá. Somos compañeros, no hago el rol de papá, ya están grandes. Crecieron bastante bien. Su madre hizo un gran trabajo".
Legado dentro y fuera del parqué "No me extrañó su éxito en Venezuela. En Uruguay, estando solo en 2003, dejó una influencia enorme. En la selección aún se usan jugadas que él trabajó hace 15 años. Es muy fuerte para el poco tiempo que estuvo". Las palabras de Leandro García son el mejor reflejo del legado que ha dejado en la mayoría de los sitios en los que pudo trabajar con algo de estabilidad. Foto Fuenlabrada Baloncesto
En Fuenlabrada no solo el público le adora. Sus jugadores, por momentos, parecen capaces de matar y morir por el Ché. "Cuando él habla, todos escuchamos. Siempre bromea y nos quita presión", cuenta O'Leary, mientras Eyenga asiente: "Nunca había jugado para un técnico tan pendiente de sus jugadores". Por su lado, Raventos va más lejos: "Néstor es entrenador top mundial. No tiene sangre.. ¡tiene pelotas de baloncesto dentro! Eso sí, si un jugador conoce bien a Néstor es un Gregory Vargas que se ha convertido en esta última década en inseparable del entrenador, tanto en selección como en club. Su conexión es total: "Mi relación con él es como la de un padre con un hijo. Le conozco desde 2007. Te ayuda a cambiar la mentalidad y a ver que nada es imposible". |
Néstor "Ché" García tampoco esconde su carácter religioso. "Siento que mi carrera es un éxito de Dios que yo disfruto. Soy muy creyente y me siento bendecido". Maradoniano confeso, aquel gol a Inglaterra le marcó la vida, admirador de Djordjevic y adicto a las canciones de Rubén Blades. Néstor te puede sorprender tareando Guaco (grupo que le sacó al escenario en un concierto), Manolo García o recitando algún himno de Sodastereo. Y, desde ahí, saltar hasta la electrónica sin la menor carrerilla. Guiño ecléctico. Su personalidad le provocó ser multado por no llevar traje y corbata y su inquietud le llevó a no dejar nunca su formación, desde cursos de idiomas al coaching, pasando por programación neurolingüística. Un curso a distancia con la prestigiosa Duke, su próximo reto. Mientras tanto, reclama públicamente una mayor implicación de los deportistas en temas sociales. "Cuando uno tiene privilegios, es lo mínimo que puede hacer" dijo a la hora de presentar su iniciativa: 20 euros por cada rebote de su Montakit Fuenlabrada en los dos partidos previos a Copa y en el propio torneo de Gran Canaria. Ya van 460 euros de su bolsillo destinados a la lucha contra la leucemia infantil.
El Montakit Fuenla engancha y la figura del Ché García seduce a una prensa que quiere saber más de él para saber que hay detrás de cada gesto a la grada, de cada salto en el banquillo, de cada triunfo de su equipo logrado con sangre, sudor y lágrimas. El qué en presente, el qué en futuro. Doce finales ganadas, veintidós jugadas. Un sueño en tiempo real que lo eclipsa todo. Y una mirada al horizonte para completar la escalera. "Ojalá me vaya muy bien en España y en Europa. Algún día me encantaría también ser parte de un staff NBA -su relación con Atkinson es extraordinaria y se rumoreó su llegada a Brooklyn hace meses- y también dirigir a la selección de mi país algún día". Lo toma como el regalo final a sus padres y a sus hijos.
"No soy el mismo que cuando empecé. Si miro hacia atrás solo noto que no sabía nada comparado con la actualidad, ya ganara finales o llegara a ellas. Soy otro ser humano, la vida te cambia". El baloncesto también. El niño de Bahía Blanca que acertó con tantas preguntas. Sirvió para mucho vender aquel coche. Mereció la pena escuchar a Julio. Anécdota a anécdota, recuerdo a recuerdo, apasionadamente Ché. El orgullo del trotamundos. De mayúsculas a minúsculas también se puede crecer, como prueba su camino del Olimpo al olimpo, donde le colocaron muchos tras hacer historia de tantas formas poéticas diferentes. Una trayectoria de fábula, de esas cuya ficción es más pequeña que la realidad. Una vida con sello propio. Una vida en sobre. Su carrera, su relato. El remitente, en Fuenlabrada. Pura antología. Fueron cartas desde el olimpo... la fábula del Ché García.