Este precepto evangélico tiene en nuestro juego una segunda acepción que, por un tiempo, adquirió rango oficial. Una de las reglas más curiosas de que el Baloncesto ha dado cuenta a lo largo de su historia fue sin duda la prohibición del mate cuando el mate no era un recurso del juego, no propiamente un skill of the game, sino una contingencia destinada a los hombres altos, permisible para los legisladores por excepcional pero altamente sospechosa para sus víctimas. Aun siendo el primer pródigo en ellos, Bill Russell nunca abundó en exceso en los mates por respeto a los rivales. Era una ley no escrita en profesionales que el tiempo disipó para siempre. En el Baloncesto universitario, en cambio, hubo un tiempo en que el mate llegó a ser considerado como algo diabólico. Un mal de peor condición que la que hoy denuncia el purismo. Así el mate fue proscrito. Y precisamente ahora se cumplen cuarenta años de la puesta en escena de aquella prohibición única en su especie.
El mate fue una acción prohibida en la NCAA y el High School americanos entre 1967 y 1976. En la primavera de 1967 el College Basketball Rules Comité acordó la supresión del denominado entonces Stuff Shot y su puntuación en juego, el Basket Stuffing. La norma establecía: Players may no longer stuff the ball by ramming it through the hoop from directly above. Ya entonces la expresión Dunk era de uso coloquial y por ello la regla fue también referida como No Dunking Rule o Dunking Ban. Sin embargo la norma ha pasado a la historia como más popularmente fue conocida, The Alcindor Rule. A pesar de que los mates representaban una pequeña porción de los registros anotadores en Lew Alcindor, la decisión fue tomada con el propósito de evitar el apabullante dominio que el líder de UCLA había demostrado en los dos años anteriores y especialmente en la temporada precedente, en la que ningún equipo había sido capaz de batir a los Bruins de John Wooden.
El Comité no tuvo ningún reparo en señalar a Alcindor como el principal motivo de la prohibición, una actitud que terminó por convencer al muchacho de que si su piel hubiera sido blanca la norma nunca habría visto la luz. Había no obstante algún otro motivo. Para el Comité el paralelo dominio de Elvin Hayes era tolerable. Los más de sus puntos provenían de un rico manejo en el poste bajo. Además, para 1967 era ya considerable la proporción de partidos suspendidos por la fractura de algún tablero a causa de un mate. Los spring-loaded rims o aros retráctiles así como la canasta de repuesto en toda pista de juego eran aún cosas del futuro.
Con mates o sin ellos nada cambió para Alcindor. Antes bien Jay Carty, el fisio que Wooden había adquirido de Oregon State para trabajar las piernas del joven, siguió haciéndole sufrir con los mismos ejercicios, dos de los cuales llamaban especialmente la atención. Una señal con la tiza a 3,51 del suelo para alternar con una y otra mano el objetivo de tocarla batiendo desde el mismo punto en series agotadoras. El otro ejercicio seguiría sorprendiendo aún hoy: realizar mates desde la línea del tiro libre. La realidad es que sus piernas se fortalecieron a tal punto que, de habérselo propuesto, Alcindor habría dejado el aro a la altura del cuello. Así fueron multitud las acciones de juego en que Alcindor, allá en el más alto cielo, depositaba suavemente el balón en auténticos mates a los que tan sólo faltaba el tacto de la mano al hierro. Con ello el joven demostraba, no sin ironía, que la norma le quedaba a la misma altura que los rivales en su periplo universitario, donde saboreó únicamente la derrota en dos de noventa ocasiones posibles.
El mate habría sido un fenómeno mucho más extraño de haber medrado la idea sugerida por el cronista Stanley Frank el 6 de enero de 1940 en el Saturday Evening Post. El artículo de título inequívoco: Take Away the Backboards? recogía la posibilidad de regresar a las canastas sin tablero tan comunes durante el primer tercio de siglo así como la propuesta de situar el aro a 12 pies de altura (365,76 cm). El entonces técnico de Columbia, Paul Mooney, se mostraba en el texto abiertamente favorable a la idea. Para Mooney el tablero suponía el recurso decisivo, la llave maestra que terminaría descifrando el misterio del juego. "Take away the backboards! Make the player shoot at open baskets as the old professionals did, and you'll see science and skill replacing sheer luck and height as the most important feats in the game!" La supresión del tablero brindaría una jugosa lotería del tiro al tiempo que un fascinante juego de altura que, según él, reportarían aquellos aros celestes. Una parte de la idea de Mooney nunca fue sepultada.
Catorce años después la NBA se atrevió a experimentar con aquellos aros en plena competición. Ocurrió el 7 de marzo de 1954 en el partido que medía en casa a Minneapolis ante Milwaukee y que terminó con victoria de los Lakers por 65 a 63. Ni siquiera el resultado, sin variaciones de puntuación, contravino la raíz del experimento. Uno de los protagonistas, Vern Mikkelsen, declaró al término que los rebotes en aquellos aros lejanos favorecían incluso más a los jugadores de mayor estatura debido a que contaban con una fracción de tiempo superior para obtener una posición ventajosa. La NBA andaba algo gaseosa aquellos días y propuso para la jornada siguiente un doble duelo entre Hawks y Bullets en Baltimore con cuatro periodos de 10 minutos (65-54 y 64-54 para los Hawks, entonces en Milwaukee). Aquellas dos probetas, ensayos de altura y tiempo, fueron cerradas a cal y canto y desde entonces reposan en una mohosa estantería de la historia.
Pero aún dieciocho años después de despacharse a gusto Mooney, en 1968, la NCAA estudió seriamente la posibilidad de elevar el aro a los 12 pies de nuevo con Alcindor como detonante. Esta vez Alcindor objetó que si lo hacían los más perjudicados volverían a ser los demás, ya que únicamente él sería capaz de realizar mates. No le faltaba razón y el Comité desestimó finalmente la idea. Pero fascina preguntarse, de haberse instalado los aros, si alguien hubiese podido detener los tiros de Alcindor, seguramente dispuestos con una técnica de lanzamiento aún más elevada. El Baloncesto prosiguió su curso vulnerando las teorías que apuntaban al mate y los hombres altos como el matrimonio diabólico que daría con el final del juego.
Cuando el mundo asista en el presente siglo a la redimensión de la pista y el ascenso de los aros, no con el higiénico propósito de que Drexler (3.45), Javtokas o Wilson (ambos a 3.65) exhiban sus condiciones atléticas, sino para el juego universal del Baloncesto, convendrá recordar estos casos precedentes.